lunes, 12 de diciembre de 2022

Diario de una nueva guerra

Diario de una nueva guerra  


2023

Agosto 4

Hace un rato que no escribo, desde el día en que murió Roberto. 

Hoy me re-encontré, escuchando a Varela. A orillas del Danubio, de espaldas a la Época, viviendo en el Encanto... Es como un test para un Habanero. De milagro no nos encontramos los dos recorriendo las tiendas vacias. O quizás lo hicimos. 

Uno solo nota a los famosos luego que son famosos. Una guerra con el tiempo.

Hubo una cosa en Cuba que siempre le faltó a mi historia. Hoy me dí cuenta, entreteniendo mis oidos con las narraciones [ y a veces los gritos ] de Pepe Forte.  Varela notó lo mismo que yo, los dos hemos sido los arqueólogos de un experimento social, que, al menos en mi caso, sin darme cuenta. 

Miles, literalmente, miles de veces yo salí de mi casa, atravesé el parque de San Juan de Dios [ al que le cambiaron la estatua], hasta el Ten Cent de Obispo, solo para detenerme frente a su puerta diminuta de cristal y aluminio, que antes de abrirla, prometía devolverme a un mundo desconocido. Esa puerta fue por años, hasta hoy, el paso a un mundo que siempre me siempre estuvo y siempre me faltó. Adentro las vitrinas vacías, la cafetería sin agua, el ventilador de techo moribundo, el bocadillo de pan de molde. 

Salía por Obispo hacia arriba, buscando, sin saber qué me faltaba. Las vidrieras robadas, con artículos prestados. La calle coloreada. El cielo despejado. Caminaba con las esperanzas de encontrar algo.  Entraba en Fin de Siglo, al frente de la librería rusa, mutilándome el tiempo de no haberme leído ni un par de todos aquellos libros inútiles y salía a la Plaza de Albear, lleno de juramentos sin ninguna esperanza de cumplirlos. Atravesaba  la manzana de Gomes como una vagina menopáusica y salía al descuido y le desamparo de los cafés vacíos.

La Habana era grande. De edificios majestuosos, caros, con miles de detalles. Eran las ruinas de otro tiempo que yo sin saberlo me empeñaba en descubrir. 

Atravesaba el Parque Central sin ni tan siguiera notar a Martí, la escuela lo tenía gastado. Miraba los mosaicos del suelo, las líneas en triángulos, el granito, las palmas como soldados. Algo me faltaba en toda aquella búsqueda, yo había nacido en una ciudad llena de fantasmas, sin la gente prometida, con una historia prohibida y abandonada.

El bulevar de San Rafael me resultaba incluso más siniestro. Entraba en cada tienda, me recuerdo, y no encontraba nada. Estaban vacías. No es que extrañara alguna cosa o que quisiera comprar algo. Era que la modernidad del local nada tenía que ver con sus carencias. Alguien, alguna vez, construyó todo esto con un porvenir o quizás alguien se olvido de volverlo todo polvo, para que un adolescente como yo no se fuera a perder en el sinsentido. 

Hoy descubrí, a mis 56, que en toda mi juventud fuí un arqueólogo de algo que había desaparecido, que me cambiaron sin preguntarme, por la migaja irresponsable  del derecho y el deber.


La guerra sigue. Putin piensa que va a ganar y Ucrania que va a resistir. Es una guerra de espacio.


2022

Diciembre 12

China ha pasado al otro lado del péndulo con el asunto del virus. Ahora nadie sabe quien está y quien no está contaminado, porque en vez de alargar los días de validación del test simplemente los hicieron innecesarios. Han estado en esta lucha de controlar el virus hasta de las formas mas absurdas y de un día para otro lo han dejado todo a la suerte, asustados por las protestas que en muchos lugares el pedían la cabeza al capitán del equipo. Ahora la gente tiene miedo salir a la calle o usar el transporte porque el que está sentado a tu lado podría estar infectado. La ineficaz ley del péndulo, que está tan de moda en todas partes.

El mundo se sigue polarizando y los que antes eran mis esperanzas ahora se llenan de egoísmo y quieren el futuro solo para ellos, sin entender sus responsabilidades. Todos hemos pagado con pobreza y contaminando al planeta con lo que hoy tenemos. Ahora aquellos que tienen más, los colonizadores históricos, pretenden que los demás no existen y que el futuro les pertenece a su sub-especie. La guerra de Ucrania sigue en su mejor esplendor y el resto del mundo la mira en la televisión como si fuera un documental. Yo incluido en el grupo. Me parece mentira que halla una guerra y no hagamos más. 

La estabilidad de nuestro mundo dependen de un hombre y solo se necesita un hombre para traerlo todo abajo, como una pared. Somos una especie muy irresponsable.

No tengo nada que decir de Cuba, solo esperar a que se les acabe la paciencia...

Nov 15

Me recuerdo de la primera vez que escuche hablar a Mr. Trump luego de que levantara todos los polvos de política con su intención de ser presidente. Me gustó lo que decía porque lo decía con la claridad inocente de quien quiere hacer mucho aunque no esté preparado para hacerlo. Hablaba de China y de la desigualdad comercial que existía entre los dos países. Hablaba de la OTAN y de su precio, de los Rusos, a quienes quería como socios comerciales, hablaba sorprendentemente de la deuda gigantesca que tiene los Estados Unidos, un tema tabú del que apenas nadie se atreve a mencionar; no se si por lo inútil o lo bochornoso. El caso fue que le dí la razón en casi todo lo que dijo y hasta me alegré, sin tener partido en el asunto pues no soy americano, que alguien dijera las cosas por lo claro y que tuviera las mejores intenciones de resolverlas. Pero eso todo fue porque yo realmente no conocía a Mr. Trump. 

Durante su campaña electoral tuve tiempo de sobra para convencerme de que no era lo que decía ni tenia la capacidad, ni probablemente la intención, de resolver ningún otro problema que no fuera su propia fortuna. De los negocios turbios que ha sobrevivido toda su vida, a su negligente manera de endeudarse o simplemente de fallar en sus negocios, me formé la idea de un pícaro hombre de negocios que sabe lo que hay que decir para sacarle partido de cualquier cosa, sin ética ni decencia, simplemente haciendo lo que sea necesario. 

Y se lo celebro; lo que nunca entendí fue como pudo llegar tan alto, incluso atar de manos a una de las más importantes facciones políticas de su país, el partido republicano, y todavía hoy embadurnarle el oido a la gente a su alrededor con historias de ganar en grande y de volver a ser lo que ya no son ni probablemente nunca mas volverán a ser.

Hoy Mr. Trump, ha pesar de los resultados en las elecciones recientes, se postula nuevamente para la presidencia del país, nuevamente por las peores razones. Una investigación corriente de los sucesos del 6 de Enero lo sentarán en los próximos días en el banquillo de los acusados para que responda por sus malas intenciones de alterar el orden y el proceso electoral en su país. Siendo candidato a la presidencia y ex-presidente solo buscar esconderse detrás del soborno político para no dar la cara por sus acciones. 

Una cosa sí tengo clara y es que las democracias son complicadas y no tienen nada de sosegadas, ni lo pueden ser porque están hechas de hombres y nosotros por naturaleza somos ambiciosos, egoístas y por lo general nos falta la conciencia necesaria para comportarnos decentemente.   

Lo otro importante que sucedió desde la última vez que escribí en este diario es que hoy precisamente y por primera cohetes cayeron en Polonia, un país miembro de la OTAN, muy cerca de la frontera con Ucrania. Sin importar quién sea finalmente el dueño del artefacto, Rusia y Putin en particular se ha lanzado en esta guerra de desgaste que él piensa ganar a largo plazo, arruinando a los Estados Unidos y a los países de la Unión Europea, usando a Ucrania como su terreno de ajedrez, matando y castigando a inocentes para ganar su juego geo-político a largo plazo. Lo más terrible es que estoy seguro que no está solo en sus locuras sino que cuenta con el apoyo de otros países de corte totalitario que ven la oportunidad de revertir a sus intereses y estilo el orden mundial. Países que en nombre de sus pueblos le niegan la libertad y el derecho a decidir sus futuros. Estamos frente a otra guerra mundial, solo que no somos lo suficiente valientes para darnos cuenta todavía.

Las democracias son complicadas, o las hacemos complicadas y corruptas para nuestro beneficio personal. Pero es como dicen que alguien dijo alguna vez; las democracias son sin dudas el peor sistema social, excepto por todos los demás.



Oct 28

Las buenas intenciones siempre terminan en palabras, como este diario. No he escrito nada desde la primera idea aunque lo recuerdo cada vez que pasa algún suceso interesante. Será supongo una manera de tratar de obviar la calamidad de los días que vivimos y la falta de esperanzas en el futuro inmediato.

Lo que me trajo de nuevo a escribir ha sido la noticia más inesperada ( esto de escribir en vivo es lo más difícil del mundo ). Han estado diciendo por semanas y semanas que este invierno en Europa será definitorio para el futuro de la guerra. Que el frío y la falta de combustibles harían de esta temporada un factor desestabilizador para esa parte del mundo, consumida en divisiones, envidias y reproches históricos. Las guerras de Europa son una muestra de la incapacidad de los blancos para vivir unos al lado de los otro ( y yo me atrevería a decir la incapacidad innata de nuestra especie de vivir en harmonía como vecinos ). Pues resulta que ayer la cantidad de gas que llegó a Europa fue tanta que no tenían en donde almacenarlo, los barcos se atascaron en los puertos de todas partes sin poder vaciar sus envases que los precios del gas se volvieron negativos. 

De tanta preocupación por sobrevivir sin el gas ruso, pasaron a la condición de que hay mucho mas gas disponible aunque probablemente no tan barato como el de Putin ni tan fácil de recibir. Quizás por eso hoy ya el Zar de turno estaba hablando de negociaciones y de que no va a usar armas nucleares en Ucrania; a mi entender, bajando el tono para sobrevivir sus aventuras. Esta guerra pudo haber sido evitada pero cuando no es en tu patio en donde suenan las balas, todo lo demás les importa poco a los que se aprecian de dirigir los destinos del mundo.

La guerra en Ucrania fue dese un principio una de orgullo. Al principio pensé que la guerra en Ucrania era el resultado de estar llegando al final de nuestra dependencia en los fósiles. Aquellos que, como les pasó a las tabaqueras, comienzas a ver el final del negocio del que han vivido toda la vida, empiezas a patalear por sacarle las mejores lascas a lo que les queda de la fiesta. La excusa de la OTAN en las fronteras de Rusia no ha sido nunca toda la película. Los que no se han alineado por miedo a la miseria natural de las democracias han encontrado una puerta abierta para cambiar el orden mundial y la están empujando a ver hasta dónde la pueden abrir. Igual no tienen nada que perder. 

El capitalismo, por muy natural que parezca le da la bienvenida a lo peor que tenemos dentro para despreciarnos. El imperialismo nos divide y trae de vuelta a los dictadores y sus pesares. Las dictaduras las sobrevivimos en la esperanza de que alguna vez regrese el capitalismo. 


 Oct 2

Me propongo escribir un diario con las cosas que están pasando, no solo en Cuba o en Ucrania, sino también en el mundo. 

Hoy el señor Putin decidió anexarse las cuatro provincias Ucranianas más cercanas a la frontera rusa, en justo tono con su idea inicial de crear un vacío entre él y la OTAN. La guerra de ese señor es tan sucia como sus mentiras pero la justificación es menos perversa. Él va a terminar como Mussolini, colgado por el cuello por su propia gente, pero hasta que no pase nadie lo va a creer. En estos días estoy leyendo su biografía, al menos la no autorizada de Fiona Hill. Hay que ser muy valiente para salir de la podredumbre de donde uno ha nacido y no volver a ella, intoxicado por su olor de venganza. 

Solo un día después de su pomposo anuncio de anexión y ya perdió la ciudad de Lyman al avance de las tropas ucranianas. Quién hubiera imaginado que Zelensky devendría en el líder que ha resultado ser. No solo sigue vivo, lo cual habla de la lealtad de sus seguidores, sino que ha movilizado un país para moverse adelante en una idea. Ojalá y no me decepcione luego, cuando termine la guerra apasionada y comience por fin la paz y su inmundicia. 

De Cuba, el otro pedazo de las noticias que seguía hoy. La gente sigue protestando las mentiras y las miserias pero sin la capacidad de organizarse y sin líderes. Me pregunto quién será el Zelensky latino, el Waleza sindical que tanto necesitan. Les deseo lo mejor, pero como igual pasó hace unos días en Iran, el pueblo desorganizado no puede solo contra un gobierno deshonesto y corrupto ( o contra ningún gobierno en todo caso ). 

Los valientes que salen a protestarle al calor solo atinan a ver la falta de luz dentro de sus casas, no la que les oscurece el futuro. Ya no creo en revoluciones, me parecen una dieta falsa para engañar las ansias, pero no soy tampoco incrédulo como para esperar un cambio organizado y pacífico en donde los precios por pagar tendrán que ser altos para amotinar por la ignominia que se ha vivido tantos años.

Otro detalle que sucedió hoy fue el intercambio de prisioneros entre Venezuela y Estados Unidos. Biden no hizo nada el pasado 6 de Julio de la Habana, se fue a pedirle disculpas al principe petrolero en cuanto le subieron los precios de la gasolina, empezó a negociar con Maduro cuando le faltó el gas y ahora intercambia narcotraficantes por secuestrados con Venezuela. El viejito de la casa blanca ha resultado ser demasiado pragmático para mi gusto. Me he quedado sin voto, aunque no me dejen votar.

Más patético aún es que tengamos las esperanzas en Trump, para salvarnos del socialismo y en Bolsonaro para salvar a América Latina de Cuba. Tenemos más problemas de los que nos atrevemos a escribir o a votar. 

martes, 15 de noviembre de 2022

una mujer llamada Lindura

 Una Mujer llamada Lindura

( el amor existe de muchas formas, incluso en la imaginación )



A sus 54 años, estaba parado frente a un callejón estrecho, torcido, con paredes embadurnadas de memorias para que al pasar se fuera arrepintiendo de su pasado, todo el camino hasta su muerte. Caminaba flotando sobre su salud admirable pero tropezando con sus esperanzas, que se esparcían como una nube de globos grises en el camino como anunciando tormenta. Con paso firme pero indeciso siempre que lograba tocar el suelo, se vestía con sandalias de Hippie, un pullover negro y un pantalón Jean psicodélico azul en el que se enfundaba cada mañana de un brinco a los pies de su cama. Como un invitado, deambulaba su vida con las manos en los bolsillos para llenarlos con algo, siguiendo por costumbre los trillos del tiempo, viéndolos pasar de a minutos, envuelto en el regocijo de empujar sus ganas montaña arriba, envanecido en el hecho de que le agobiaba menos que a los demás. Su cuerpo lo sobrevivía entre los abusos a los que todavía él lo sometía para complacer sus debilidades, y así andaban, como dos viejos amigos que en realidad no se querían, pero que se ayudan el uno al otro en un solo abrazo. 


Ella por su parte venía llegando de su última guerra. Soberbia como siempre había sido desde que aprendió la profesión parada frente a un espejo, la vida de adulta le había regalado el aburrimiento del dinero y la comodidad del sexo ordinario, que le había traído dos hijas que ella criaba ahora, de vuelta en su pueblo natal, como si las tres fueran de una manada foránea del bochorno de otras tierras. Absorta en las vidas ajenas de las telenovelas de su teléfono, no tenía ninguna otra intención que convertir aquel hábito en nada más que en costumbre. El amor era un recuerdo paralítico del pasado; la pasión un recurso inútil del corazón. Cualquier otra cosa las tenía todas resueltas para el futuro de sus días. Sería una abuela sin compasión, solitaria despiadada, matrona de sus propias manias, que en su momento guardaría sin levantar demasiados aspavientos en una caja de zapatos en el closet de sus padres.


Se llamaba Linda por supuesto. Nombre que ella misma había escogido, jurando que la coincidencia con su belleza natural era la casualidad inocente con la ausencia total de su español. Podría haber usado cualquier otro nombre en Ingles, en Frances, o en cualquier otro abecedario importado en China, como era tan común por aquellos días entre los que hablaban algo más que el mandarín tradicional; sin embargo y por acierto del destino, ella se había nombrado con un nombre en castellano, como premonición de la historia por venir. Él, un poco para burlarse de aquella coincidencia lingüística, la había llamaba Lindura y ella, asiendo una excepción en la vara raza con la que se defendía de los halagos, le confesó en un mensaje de Wechat que le gustaba aquel nuevo apodo. 


De pequeñísimos detalles como aquel se le fue a él haciendo aguas el corazón con sus encantos. Se había vuelto, desde la primera vez que la vio, un entusiasta de sus sonrisas. - La sonrisa mas cándida del mundo - , como se empeñaba en catalogar. Que era no solo por su escasez, porque la mayoría de las veces antes de que le floreciera en sus labios, ella la asesinaba con una mueca de miedo y precaución; sino además porque para ver sonreír a aquella mujer encantadora había que ganárselo; había que pelearlo a palabras, midiendo la intención de cada cosa que uno decía, adivinando a ciegas el camino despiadado que te lleva a ganarte su atención inteligente y astuta. Sin embargo cualquier precio no era suficientemente alto para él y más de muchas veces intentó conquistar su sonrisa palabra a palabra, adivinando atajos, armando rompecabezas, caminando descalzo por el borde de sus laderas de espinas, sin mapas, sin vestigios, sin norte, y la mayoría de las veces en vano. Pero lo volvía a intentar una y otra vez, solo por el chance de volver a verla sonreír, como si su felicidad y la de él se le hubieran mezclado en las venas y tuvieran ahora un mismo destino.  


De un fin de semana que pasaron juntos, él había estado tomando notas en cualquier cosa que tuviera a mano cada vez que ella sonreía, para luego usarlas en alimentar estos recuerdos que igual ella probablemente jamás iba a leer. Las escribía con mucho cuidado para que ella no descubriera su empeño en no dejar morir aquellos momentos en olvidos imperdonables. No quería correr el riesgo de perder algún detalle en frases rescatadas e imprecisas en su memoria, así que al final del viaje y luego que regresaron a sus casas, él tenía en el bolsillo del pantalón un recibo de gasolina que decía  por atrás, "su sonrisa es como una flor de mañana, luciendo sus colores frescos en la tarde tibia de la desilusión". Amarrada al tirante de la mochila tenía una máscara del COVID que por dentro decía " su sonrisa es un suspiro de angel, aborrecido de su paraíso", nota que tomó aquella noche en que ella se sentó por compromiso a la luz de la fogata, mientras todos los demás reían del vapor del alcohol y ella empleaba su mejor diplomacia para no estar fuera del grupo. 


La había visto una mañana venir volando sobre la hierba fresca del parque donde acamparon, o caminando a la orilla de un lago con la vista siempre puesta en el horizonte inalcanzable. La había visto desaparecer en la distancia de la noche, buscando a sus hijas como si no fueran a regresar jamás, o ayudando a preparar la cena del grupo junto a todos los demás pero a cientos de kilómetros del mundo, y en cada vez él anotó en su teléfono exactamente el mismo texto cinco veces sin darse cuenta, "todo el tiempo del mundo cabe cómodamente en la espera de su felicidad". 

En el camino de vuelta mientras él manejaba y ella venía sentada a su lado, le contaba para entretenerla de los beneficios de tomar agua con limón y vinagre como remedio para ayudar al hígado a sobrellevar los vicios de la vida, a lo que ella le calló la boca, haciendo notar que no le servía de nada el sacrificio de tomar agua bendita por el día si luego tomaba alcohol con espuma por las noches, y los dos rieron por lo obvio de la tontería, mientras él aprovechaba para mirarla brillar tras su alegría, guardando diligente cada palabra que ella le inspiraba en el saco de sus pensamientos, esmerándose en no perder un destello, como si cada uno fueran los ceros en un cheque millonario. Noches después cuando vertió sobre la mesa sus memorias del viaje, le alcanzaron para recordar que "su sonrisa es el rayo preciso de un sol necesario y lejano, que por un instante al día acierta todas las rendijas en las paredes de mi soledad para alumbrarme al pecho, justo en el costado donde almaceno las ansias". 

- Es una sonrisa de destello pero suave como un suspiro -, me confesó el día en que me hablaba del asunto. Me dijo que era una sonrisa natural, que encendía las ganas de besar en los dos segundos que ella se permitía dejarla germinar al mundo de afuera, antes de recogerla de vuelta en su prudencia y regresar a su seriedad de escudo, retirada del mundo, inerte de paciencia para dejar contaminar a su corazón. No tenía miedo a reír pero le molestaba el precio que pagaba por ello. Volvía siempre de vuelta a esconderse tras las sombras de en quién se había tornado pero quien realmente no era, mientras que en cada uno de sus silencios él se preguntaba - ¿quién podría haberse atrevido a desilusionar de amor a esta dulce mujer?. 


La noche luego que volvieron de aquel viaje él se sentía perdido. Había disfrutado de su compañía por tres días con sus noches, así que tirado en su cama boca arriba, sospechó que aquel vacío era probablemente la simple resaca de estar solo. Pero al segundo día su ausencia se le había vuelto un bulto de silencio que se le aparecía cómo un fantasma en cada cosa que intentaba hacer, distrayendo su atención de leer, de escribir, de correr, de estudiar, de respirar... Pasaba ratos mirando la pantalla de su teléfono sin atreverse a molestarla, borrando mensajes a medio escribir que nunca llegaron a ninguna parte; aunque muchos también terminaron escapándosele sin compasión y sin respuesta. Ella vivía al otro lado de aquel Send del teclado tan conveniente pero también tan atrevido, insolente, abrumador. Intentó alargarla con las letras de sus canciones favoritas, que ella excusó diciendo que no las entendía. Le mandó poemas que tradujo al ingles para estar seguro de que ella los pudiera leer, pero le dijo que tenía mucho de china en ella misma para apreciarlos, y al cabo de unos pocos días él se había quedado sin otra cosa que enviarle a los monólogos automáticos que ella le enviaba de vuelta, como si en vez de ganarse su atención estuviera intentando enamorar a una contestadora automática instalada en la Luna. 


Lo tenía todo en su contra. Le sobraban los años para envolverse en aquellas andanzas, corría el riesgo de hacer el ridículo entre los amigos comunes que ambos tenían,  pero más que nada, estaba arriesgando la confianza que con tanto trabajo había forjado para acercarse a ella como un amigo. Me contó, recordando la primera vez que se vieron, que ella lo había ignorado todo lo que pudo entre el grupo de desconocidos que habían salido juntos aquella mañana de excursión a subir los campos de Té. Hasta que por fin en un descuido ella cedió a dejarlo entrar en su conversación, igual que se deja a un intruso entrar en un banco a pedir crédito en donde no tiene ni cuenta ni dinero. Él aún no había puesto sus ojos en su pelo negro indómito, en sus cejas abiertas de águila que colmaban unos ojos severos. No había notado su piel oscura o sus manos largas y finas que tantas veces no se atrevió a rosar de casualidad. Su sonrisa no le había aún contaminado los ojos, aunque eso solo le tomó unos pocos minutos más y de aquella primera vez él se quedó sin remedios, sin excusas, esperando por su próxima sonrisa y la próxima después de aquella última y la próxima, en cada encuentro. Me dijo de aquella vez, que estaba seguro de que su personalidad reservada era solo un maquillaje para andar la vida, una muralla alta que ella se había levantado alrededor de sí para intentar ignorar el tiempo, pero que adentro vivía una adolescente de maneras cándidas y suaves, una chica lista, vivaz pero también asustada y sutil. 

Para cuando él la conoció ella llevaba un año al margen del mundo. Estaba perdida de vuelta aquí abajo, en este casino de pobres, en este corral de miserables y atrevidos, del que ella alguna escapó y ahora lo miraba a travez del cristal de la vidriera. Sabía lo que quería y lo que no, y podía ser fría e independiente hasta herirte el corazón, pero delicada y sensible para acomodar las necesidades de los mortales a su alrededor, sin que tampoco llegara a salpicarse demasiado con sus asuntos. 


Él ya lo sabía. Las gentes más exquisitas se habían mudado a la China por aquellos días y ella no era la excepción; es parte de su cultura. Para ellos el dinero debería de nacer de la tierra como nacen de ella los vegetales, como nace el tofu de la piedra tosca que gira sobre el jugo del frijol, o cada billete  debiera de salir atorado de la boca del pescado, brincando de dolor por el anzuelo escondido en la carnada. El dinero y su linaje vive en ellos en el mismo ventrículo en donde guardan la sensatez y lo defienden con el mismo empeño. Él sabía que nunca podría volar tan alto como para impresionarla, por eso luego de aquel primerísimo encuentro él decidió olvidarla para no lastimar a su corazón con pretensiones imposibles. 

La internet de las cosas sin embargo tenía otros planes para ellos. Con su afán de promotora virtual del chance y la casualidad, había pasado más de un mes cuando descubrieron que estaban conectados sin remedio en la tentación de los mensajes, y uno más que otro se pasaron disfrazados de casualidad e inocencia, ella pensando que había encontrado un compañero de caminatas para entretener a las hijas, mientras que al otro lado de sus mensajes él espantaba con las manos el humo de las llamas que ardían en la pantalla del teléfono para poder leer lo que ella le decía letra a letra, evitando entre lineas traducirlos a intenciones que él les sospechaba pero que realmente no tenían. Era solo su borrachera ferviente que le nublaba los ojos y le turbaba la imaginación.


Un tiempo después se juntaron otra vez en aquel último fin de semana con los mismo amigos de siempre y para cuando regresaron tenía él tanto que decirle que no se supo quedar callado. A los dos días del regreso las palabras se le salían de los dedos mucho antes de que la cordura las lograra atajar; los mensajes estaban enviados sin que la prudencia tuviera la oportunidad de tomar control de aquella pasión digital con que él pretendía construir un puente de palabras entre ellos para llamar su atención. Y así sucedió por unos días, con mensajes de ida y vuelta que él sospechaba agradecidos y que ella agobiada recibía de vuelta dos minutos después de responderlos. Hasta un mensaje final en que ella le decía claramente que no le abriría su corazón, y que él leía con los ojos cerrados adivinando como un ciego lo que ella decía. Que su corazón estaba cerrado.


Para cuando lo encontré la última vez, estaba sentado en la ladera oscura de una montaña, mirando pasar el agua de un rio ancho que en el día parecía insalvable pero que en las noches desaparecía... Ya todo había terminado. 

Por hablarme de otra cosa me contó sin mover la vista de Bingjiang, que la geometría no era mas que un abuso de la perspectiva, como lo eran casi todos los demás inventos de la física de los hombres sobrios. Desde aquel lugar tan alto podría uno sentirse encima de la ciudad, mirándola brillar allá abajo, apagando y encendiendo sus luces como a capricho entre el zumbido imperceptible de su actividad. Él la contemplaba en silencio, tratando de hacer sentido de este catarro inesperado que reconocía de muchos años atrás y que ahora lo había contagiado hasta perderlo otra vez. Estaba sentado en la cima del mundo y sin embargo se sentía sepultado bajo tierra, soportando de a suspiros el precio de su fallida aventura. 


La noche enfriaba y no fue hasta aquel momento en que él notó por primera vez que aún no había llegado el verano. Lo sobreviviría, me gritó apenas imperceptible desde el fondo del abismo adonde había ido a parar junto al puente de palabras, que él había construido con cuidado metro a metro, elevándolo en el aire sin demasiados verbos pero con un montón de adjetivos, engranados uno a uno como adoquines pero que al final había sido un puente que estaba construyendo solo, que nunca encontró ni de dónde agarrar ni a qué sujetarlo, que flotaba vulnerable entre ellos dos sobre sus deseos pero crujiendo por el peso de los mensajes al pasar, arqueando su lomo con cada centímetro que le agregaba, hasta que el puente se había vuelto tan largo que parecía eterno, irreal, sin sentido. Una ilusión que él había tendido hasta lo imposible del amor y que comenzaba a hacer arcos sin llegar a ninguna parte. 


Igual siempre lo supo, pero se empeñaba porque no podía explicarse a sí mismo que hubiera nada más importante que amar. - Era más fácil, después de haber ido tan lejos, seguir hasta el final que voltearse -, me explicó aquella noche. - y así siguió tratando de ganarla hasta que un mensaje final, en donde ella le aseguraba lo que él ya sabía, le rompieron las cuerdas a su empeño, se quebraron las palabras y calló con su puente y sus palabras y su inocencia de amigo hasta la soledad fría de una montaña que se había alzado muchas dinastías atrás sobre la ciudad, para que él hoy pudiera sentarse al otro lado del mundo a contemplar otra vez la noche.





Diego Cobián
11-2022, China ( updated )

jueves, 24 de febrero de 2022

El arte de florecer


 El arte de florecer


La guerra : ese último recurso que nos queda cuando no nos podemos explicar ni a nosotros mismos las intenciones.


Ah de ser pura y honda ansiedad saber que viene hacia ti el dolor, la injusticia, el desamparo. Ver como lentamente se te llena el alma de ese humo de hielo que es el miedo, moviéndose sigiloso por entre tus planes, misterioso, vaticinando el vacío, dejándonos sin futuro.


Si nos pudieran matar a cada uno apretando un simple botón no habrían guerras que ganar ni tampoco gentes para pelearlas. La humanidad estaría en las manos del último que no alcanzó a ser suficientemente odiado por el resto. Pero solo hasta que él mismo sucumba en su soledad y termine apretando el botón de su propio destino. 


Las guerras son nuestra imposibilidad de dejar que nuestro odio extermine aquello que no queremos, con presionar un botón; limpio, eficientemente, rápidamente, sin muchos remordimientos. Las guerras son largas y sangrientas por su esperanza natural de que por fin aprendamos que son un juego de niños engreídos. Pero los niños engreídos siguen engañándonos y las guerras continuan sin que alcancemos a madurar.


Esa naturaleza de calamidad que tienen las guerras las hunden en lo más profundo de cualquier justificación. Somos una plaga de animales con sueños, empeñada en el arte de subsistir en el universo, a pesar de sus hostilidades y las nuestras. 


Las guerras que nos imponemos sin embargo son la prueba más fehaciente de que no merecemos aún el chance de florecer, de sonreír, de amar, porque tenemos los sueños contaminados con odio, rencor, ignorancia y egoísmo. Somos una especie de imaginación voraz y de crueldad indómita. 



Otra guerra, otra esperanza rota de florecer. 


Diego Cobián

mi odio esta hoy en Ucrania y en todos los que soportan las guerras. 

viernes, 22 de octubre de 2021

un hombre universal

un hombre universal.


Silvio en el Liceo de la Habana. 1980 ?

también a la muerte le debemos la vida. 


Tan misteriosa, tan despiadada, dueña de nuestros destinos, siempre al alcance de la mano como una compañera fiel, como la puerta de incendios. Tan segura, tan obstinada, tan inevitable. Lo peor no es que me acompañe como otra madre, vigilando por su chance durante todo el camino. Lo peor es que se lleva en su debido tiempo todo lo que uno quiere, a aquellos a los que uno aprecia. Nos roba su compañía, sus consejos, sus sonrisas y en el caso de un amigo que acaba de morir, se lleva hasta el consuelo. 

Habrá que esmerarse para entender cómo la queremos tanto mientras más nos duele, porqué la deseamos más en nuestra desesperación y si acaso la soledad es su amiga inevitable.


Pero siempre está ahí, como la sombra al otro lado de la luz, que te acompaña a donde vas aunque te sientas en la fortuna de tu medio día. No es la misma para todo el mundo, cada cual tiene la suya y a cada cual, lo mismo lo protege de sus fantasías, que lo arranca de su cuerpo para dejárselo tirado sin sentido en esta vida y llevarse de vuelta el talento y la alegría del alma, que son los verdaderos tesoros que venimos a cultivar.

 

Estaría bien si se llevara lo malo, lo desconocido, lo inservible, lo inhumano, la falta de corazón. Sería mejor bendecida si solo se llevara la mentira, el odio, la intriga, lo execrable. Llegaría a admirarla si se alimentara con razón de la injusticia, del canalla, del que se viste de abusos para sobrevivirla. Pero no. En días como hoy mismo y como todos los días, se lleva sin remedio a hombres como mi amigo, que no clasifican en la amargura de sus deseos sino para despreciarla.

 


Lo conocí cuando yo tenía apenas 12 o 13 años en una actividad pioneríl en el antiguo palacio presidencial de la avenida del puerto. Aquella chiquilla de ojos de cielo, con la misma osadía para la aventura, como luego descubrí en su padre para la vida, notó en él y en mí afinidades comunes que luego resultaron ser eternas. Ella era su hija y la culpable de que mi corazón de adolescente fuera puntualmente todos los días a la escuela secundaria a las siete de la mañana, porque ella había trastocado mi amor por las matemáticas en pasión por su sonrisa felina. De ir a su casa cada día hice de sus padres mi padres y de Silvio un amigo. 

De él aprendí que nunca iba a ser suficientemente bueno con la electrónica porque habían otros a quienes le salía natural, no solo por la habilidad sino también por el intelecto. Silvio nunca estudió todo lo que se debería pero ni le hacía falta. Sabía más de todo que todos los que perdieron el tiempo sentados en la escuela. Sus amigos eran intelectuales, artistas, ingenieros, gente que tenían algo que decir y lo decían sin cobardía. Filósofos, doctores, poetas, escritores, fotógrafos, magos, astrólogos; su casa era un palacio del conocimiento, cada día un festival de lo inusitado. Lo mismo se hablaba de la foto del Che, aquella simbólica de la rabia que yo no concebía hubiera sido tomada por un ser humano; que de la última revista de moda de Nueva York, con sus pasarelas brillantes y sus escotes estirados. Ningún libro estaba prohibido allí, de hecho los libros prohibidos de afuera eran los mas asediados en su casa, como tampoco estaba prohibida ninguna música ni ninguna película. En la sala de su casa vi un día mi primer porno, y unos años después en el baño María Elena me enseñó sus tetas como algo insólito, luego que se las cortaron para que no le fueran un día a colgar hasta el ombligo. No había maldad en nada porque en aquella casa de Colón se vivía a 120 kms por hora cada día. Era la Habana en estupefacientes, eran las aristas de la vida real, sin consignas ni mandatos, que él y su familia se empeñaban en cultivar contra todas las banderas. Allí me trataron siempre como a un hijo, al que había que educar y abrirle los ojos, aunque tampoco me tuvieran demasiadas esperanzas.

 

De la tecnología, que era el asunto central que nos unía a Silvio y a mi, pasamos una tarde de lluvia a aquella otra parte de mi Cuba que hasta entonces vivía ignorante en el otro lado de mi pecho, donde uno acomodaba la censura revolucionaria y las preguntas sin respuestas del mundo a mi alrededor. Por esa razón, mi amigo fue para mí el primer patriota que conocí en persona. Me enseñó con prudencia de toda la historia que me habían tergiversado de mi propio país, de los héroes que realmente no existieron y de los que nadie se atrevía a hablar. De él escuché por primera vez que la nación no es un partido y que el comunismo no era Cuba, ni tampoco era un sistema inevitable ni el único camino hacia el futuro. En aquella sala hablábamos de todo porque las paredes de su casa se levantaban solamente en donde comenzaba la ignorancia de mi amigo, pecado que jamás le conocí. 

 


Hoy a muerto mi amigo Silvio. Alguien que debió haber sido un padre de muchos cubanos, a quienes muchos se perdieron el chance de escuchar, a quienes otros no apreciaron, sumidos en su ceguera lunática. Alguien con una visión del mundo que la terquedad más abrumadora no podría negarle la razón. Una persona que se esmeraba en el análisis porque no sabía vivir de otra manera. La vida le impuso vivir en su refugio de Colón y el lo aceptó dispuesto, como un reto, con la comprensión que tenía en su sonrisa, porque sabía que la verdad vivía en él y para la verdad no hay tinieblas posibles ni paredes demasiado altas. Emprendedor de su economía privada, maestro de sus artificios, ciudadano del mundo en su radio de onda corta, maestro del arte, de la buena comida, de la magia del transistor. Con un ojo para el diafragma y la exposición que su mujer le envidió toda la vida en secreto. Músico de necesidad, orador por convicción con la palabra, dolía verlo callado al final de su periplo por Miami, la tierra que siempre añoró. 


Cuando su cerebro, masacrado de ideas brillantes, cansado de abusos de la imaginación, cocinado por la premura alcohólica de la curiosidad, lo fue abandonando lentamente unos años atrás, fue solo para hacerle entender que el mundo ya estaba hecho a su figura y semejanza en la personalidad de sus dos hijos. Pero se negó a morirse hasta hoy, porque aunque ya no lo entendíamos, todos sabíamos que seguía hilvanando ideas en su propio lenguaje, más allá del genio que lo acompañó siempre en este mundo.

 


Fuimos amigos y familia por muchos muchos años. A pesar de nuestra diferencia de edad alcancé a comprender hace apenas quince años lo similar que teníamos en el alma, cuando visité Miami. Yo lo enseñé a conducir en nuestro viaje a Tampa, le enseñé a usar el cruise control del carro que él encontró por demás fascinante. Y una de aquellas noches me lo llevé por primera vez a un club de strip que él disfrutó con la soltura de quien conoce de placeres, con la opulencia de un adolescente a quien las circunstancias lo obligaron a vivir escondido, limitado, con su luz radiante frente al prisma de una sociedad monocromática. Era una persona seria cuando había que serlo, pero era un chiquillo curioso con la vista perdida tras una falda, cuando la razón se le volvía un juego. 

 


Ya lo imagino al otro lado de la vida, maravillado de cómo administran el paraíso, de por dónde le entra la luz, preguntando de que está hecha la puerta por dónde llegan los invitados, interrogando a sus héroes de siempre, que por fin tiene el chance de conocer; saciando su curiosidad infinita sin las cadenas torpes que aquí le imponía el tiempo y la censura de la historia. Él es de esos que nunca muere porque está en todas partes, en la definición de cada cosa que uno conoce, en cada idea, en cada análisis, en la tolerancia que le robé mientras abusaba de su paciencia. De él me queda ver la vida a través de sus lentes, tambaleándoseles al final de su nariz española. De él me queda la transigencia para darle espacio a todo, para tratar de entender todas las aristas antes de criticar cualquier cosa, para mostrarle mi sonrisa al mundo en vez de negarle el chance que no se merece. De él aprendí que la verdad es una sola y la libertad un principio. De él aprendí que todo puede ser bienvenido si has cultivado suficientemente bien tu alma, incluso la muerte; que hoy como siempre terminó por ganarle la batalla. Puta bandida que siempre te sales con la tuya, oscura dictadora del vacío.

 

Me queda de él su alegría, saber que vivió al máximo, que tuve el chance de conocer a un hombre excepcional, que aprendí mucho a su lado y que se va en paz, en la compañía de sus seres queridos y su devoción. No se extraña la tierra en donde uno germinó porque es parte de uno mismo. 

 

A la memoria de un hombre universal. Hoy a muerto Silvio del Valle.

 

Diego Cobián

domingo, 26 de septiembre de 2021

la primera mentira

la primera mentira 

( remendado el 14 de Marzo 2022 )

Nota : Escribí estas ideas hace mas de cinco años para CE, pero nunca las envié al periódico porque luego de unos días de angustia, comprendí que podría yo lucir desagradecido. Es difícil criticar a los zapatos cuando te han calzado toda la vida. 


Una noche de concierto en el Karl Marx, con media Habana esperando por un chance para entrar en la acera del teatro, me logré colar adentro saltándome la cerca oscura del fondo que daba al mar. Las entradas estaban todas vendidas desde hacían varios días y las que se revendían en la puerta aquella noche tenían precios injustos e impagables para mi bolsillo. Así que aquella noche le di la vuelta al universo y con un cable de micrófono en las manos y cara de grumete, logré colarme por la puerta de los camerinos y caminarle las tripas a aquel ingenio de ilusiones del que hasta entonces yo había sido solamente un espectador. Todos corrían de un lado a otro por la presión del último minuto y yo me movía entre ellos, persiguiendo los retazos de su voz, hasta que lo encontré entre las cortinas, diminuto en la inmensidad del tablado, afinando su garganta para recitar su discurso entonado. Lo miré de lejos, fue la única vez que estuvimos tan cerca. Con las cortinas cerradas y sin la presión del público que aún no había entrado, lucía distinto. Diría que cantaba con el mismo entusiasmo con que lo había visto manejando su Lada una hora atrás al llegar a la puerta del teatro. Me pareció que lo hacía como un último recurso, con las ganas de un Lunes; pero igual podría yo estar confundido porque era Domingo.

 

Instantes antes de comenzar el concierto, él se paró y me pasó por al lado, tan desenfadado que con ello le mató cualquier satisfacción al encuentro. Comprendiendo que el concierto estaba por comenzar, me disponía a salir en busca de un asiento, cuando me percaté de que alguien traía en la mano su guitarra y la depositó justo a mi lado. Estaba ahí, a dos pasos, brillante, indefensa, muda como una garganta sin aire, muerta como una herramienta de trabajo, familia seguramente de aquellas que yo había visto en tantos de sus conciertos, blandiendo el pecho abierto delante de tanta gente. Era aquella que había viajado medio mundo en sus manos, la del son desangrado, la de la gota de roció; la otra mitad de su misma magia. Sin que nadie lo notara y arriesgándome a ser descubierto y expulsado, me acerqué lentamente a ella, fingiendo cualquier otro pretexto y sin poder resistir la tentación, puse la yema de mi dedo sobre su superficie inmaculada, huella que luego perseguí por años en cada otro concierto, queriendo ignorar que probablemente aquella misma noche alguien la habría borrado con un trapo, sin la más mínima piedad de que me iba la vida en ello. 

 

Fue por él, que atormentado por el retardo, descubrí un día que estaba rodeado de una manada de Unicornios a los que nunca había apreciado lo suficiente como para que no me abandonaran y fue él quien aquella misma noche en que profané su guitarra, me dijo en mi cara fresca y mal pagada que todo mi problema era que yo nunca había tenido su Unicornio conmigo. Nos lo dijo a todos y éramos cientos en aquel teatro, pero yo me tomé sus palabras a lo serio porque me sospechaba que toda aquella mala leche de mandarnos a callar, era por la rabia de haber descubierto que uno de nosotros, humildes devotos de su arte, le había tocado su guitarra. 

 

Se acabó el concierto y me fui a esperar a que se dispersara la gente por entre las calles del Miramar, para mitigar mi competencia por coger la 98 de vuelta a casa. Me senté en el muro de la playita de 12, que está a unas pocas cuadras y al final me pasé la madrugada vestido de culpable, con la mirada sobre un mar oscuro interminable, que se desvanecía en espumas contra el diente de perro inquebrantable. En un país donde los ídolos son iguales a uno y a la misma vez inalcanzables, aquel a quien tanto estimaba se había disuelto aquella noche en los mismo jugos agrios de todos los demás mortales, como si viviera como yo, como si fuera igual de bruto. Los famosos de la televisión no eran humanos para mi, al menos no hasta aquella noche. No tenían que esperar en la parada por el bus ni vivían en mi barrio mugriento. No comían de la libreta ni iban a una escuela sin agua para tomar; ni tan siquiera se bañaban en aquellas costas sin arena que eran para mí el Varadero de otros. Aquellos personajes famosos de mi Cuba vivían en mi mismo país pero en otro planeta. 

 

Aunque muchas veces no entendía del todo lo que él decía con sus letras, lo que había detrás de su prosa era una alternativa mucho más fresca al discurso gubernamental, en el que había que morirse por la patria para poder vivirla. Él era para mi un disidente camuflajeado, moldeando con los dedos de su talento el mensaje rebelde de su oposición, disfrazando la verdad de necesidad, escondiéndola tras sus versos. Quizás era por esa virtud que yo le imponía como una responsabilidad ser mi cantante favorito. Fue pensando en sus canciones que un día caí en la cuenta que de yo vivía con un hambre de verdad enorme. Todo lo que yo decía eran mentiras; a mis amigos, a mi familia, en la escuela, en el barrio. Iba repitiendo las frases del gobierno como un canario, con la dignidad de un espía, con la ignorancia de un soldado, tragándome el puré revolucionario sin masticarlo, sin apenas darle un chance al juicio mis dientes, contaminándolos a todos a mi alrededor con ideas de las que yo mismo no estaba convencido. Su canción era una brisa de aire en aquel mundo político donde yo había nacido y aprendido de mis padres a vivir sofocado de ideales. Había nacido esclavo de las ideas de otro, que me imponía su partido como el único camino a elegir, de donde Silvio me rescataba con la verdad, su verdad, que yo en mis ansias de razonamiento la había hecho mía. 

  

Con el sol del siguiente día, me despertó de los delirios una muchacha atrevida, tan imposible de orbitar como sostener la vista en el brillo de su apellido. Se llamaba Diana del Sol y jamás la voy a olvidar porque para ella y su pecado, mi ídolo no era un ser único ni de otro planeta, inalcanzable en el ancho y vacío espacio de su popularidad singular, ni elegible por todas las luces que lo hacían parecer desproporcionado en el culto de su canción, sino tan simple como un otro al que le resbalaban ideas bonitas por un precipicio de poesía, que él luego adornaba con acordes demasiado parecidos a los de los Beatles para no habérselos robado. Borracho por la resaca del insomnio, confundido por la irrealidad de un mundo que parecía hasta entonces tan posible, terminé perdonándole el insulto como si fuera un asunto que tuviéramos pendiente. Lo hice porque imaginaba la presión con la que él tendría que lidiar a diario; entre un público que lo aplaudía y un ministerio que lo censuraba; en aquella sociedad sin espacio para ideas contrarias, donde estabas con nosotros o estabas contra nosotros o simplemente no estabas. 

Muchas veces le admiré que hubiera llegado a ser tan famoso en medio de la metralla gubernamental de llenarlo todo de convencidos, aplastando a los indecisos, callando a los infieles, hasta que alguien me enseñó un tiempo después una foto de él y Pablito bajo los brazos de Fidel, todos risueños y aceptados. 

 

Al sol de la mañana, el mar invisible que me había acompañado toda la noche con su vaivén, se había ido convirtiendo en una marejada de agua mucho más clara que mis pensamientos. Me despedí de Diana entre bostezos y me fui a mi casa a dormir, no sin antes pedirle que me anotara en la palma de la mano izquierda su número telefónico, por si luego necesitara otra transfusión de realidad para despertar de mis pesares. Ella y yo fuimos amigos por muchos años luego de aquella primera vez, y escuchándola hablar de cosas que yo ni tan siquiera sospechaba que existían, endulzamos juntos muchos té de farmacia en su estudio, hasta que un día Diana se largo de mi vida por mi incapacidad ingenua de entender su arte geométrico; y de la Isla, por la falta de tolerancia del país para dejarle colgar sus piezas asimétricas en sus paredes.

 

Silvio y yo seguimos viviendo en la misma ciudad. Él ocupado en el negocio de su voz y yo abrumado por la sordera de la mía. Los artistas son complicados, fue la excusa que tomé de alguien para intentar seguir haciendo nuestra historia juntos, pero al final mi necesidad por su voz para expresar lo que yo pensaba iba lentamente haciendo aguas. Madurando hacia adentro, aprendí a tener mi propio criterio de las cosas que sucedían a mi alrededor, a evaluar los resultados, no por las promesas sino por sus consecuencias. Cuando voté por él en 1993 para que fuera miembro del nuevo parlamento cubano, lo hice con la esperanza de que muy pronto todo iba a cambiar. Con aquel parlamento premiado de intelectuales y gente sin compromisos, tenía yo la seguridad de que se respetarían los principios económicos y que se mantendrían a salvo de ser contaminados con política y caprichos. 

Luego de haber tocado fondo con el período especial, aprenderíamos de una vez a ser independientes, a producir nuestra propia comida, a comprar el petróleo con nuestro propio dinero y lo más importante, evitaríamos meter nuestras narices en los problemas ajenos, ignorando la multitud de problemas que teníamos por resolver en nuestro propio país. Pero había desestimado el alcance de la epidemia viral, diseminada sin responsabilidad por un señor que ignoró hasta su muerte que su empecinamiento nos estaba matando a todos. 

 

La balsa de las canciones de Silvio, en donde me encaramaba para sobrevivir mis propios naufragios, apenas si me servía entonces para agarrarme de ella con una mano y sacar mi cabeza fuera del agua. Una década después de haber convertido a mi trovador en parlamentario, yo también me largué de la isla, escondido en el tanque de la escoria, con un par de abrigos en un bolso, 20 dólares prestados en el bolsillo y un disco compacto de Silvio con muchas de sus canciones. Aún viviendo en un exilio que en gran parte él me debía, escuchaba su poesía musical aunque ya no me servían de nada. Era solo amor del mas simple, frases bonitas gritadas por una voz que se iba apagando en la conveniencia calculada de la costumbre. Todo aquello que una vez había sido la esperanza por venir, la valentía de decir, el cambio que reclamar, el convido a creerme cuando digo futuro, se derretía en el ruido de un artista sin batalla, sin más percances políticos que cantar mientras le durara la voz. Comprendí con el frio de mi destierro que nuestros santos tenían los mismos nombres pero los usábamos para diferentes religiones. 

 

Si pudiera abrirle la cabeza y mirarle las entrañas como hacía con mis juguetes, creo que encontraría a un hombre con un salvavidas bajo los brazos en medio de un lago de aguas mansas, mientras su guitarra lo mira desde al orilla, refugiado en la adicción de no haber sido nunca ni entendido ni apreciado, sujeto sus labios a un lenguaje incapaz de traducir los colores de sus sueños en palabras, raspando la guitarra manoseada por tantos extraños a su espalda, con la esperanza de ser confundido con sus angustias. Así y todo no se lo perdono. Me tomó tiempo descifrarlo pero al final he comprendido que él camina esa fina línea de conveniencia entre la revolución, de la que él mismo se alimenta y sin la que su arte sería un llanto; y la conveniencia del mundo de mercado en el que navega ahora su Playa Girón. 

 

Pecador de regalarle añoranzas a aquellos que sin espacio para opinar, esperaban ahogados el bocado de oxigeno que su canción les recitaba en los pulmones, Silvio es la pobreza de tener que cantarle al suspiro.

Le perdono el brete y también el machete, aún cuando todavía no se bien dónde sentarlo en la lista de mis invitados. Estar comprometido con los locos que quieren vivir de una manera diferente es una de sus estrategias para ignorar que los cubanos solo pueden votar una y otra vez por la misma bobería, y también por los mismos conciertos y los mismos artistas. Eso lo convierte a mis ojos en un político más. No me asombra que las noticias que ambos vimos este 11 de Julio tengan diferentes matices en los ojos de ambos.  

 

Tengo la esperanza de que alguna vez desvié su camino hasta el mismo muro donde me senté yo aquella noche, luego de un concierto sin aplausos, y se dé cuenta que en la otra orilla de sus calamidades le sigue esperando A caballo un humano corazón. La verdad puede ser muy útil para adornar los versos, pero es también muy grande para ignorar su vocación de  bandera. Una vez que estas contaminado de verdad, no te salvan ni Silvio ni que te lleve la muerte.

 

Diego Cobián

Inspirado en el artículo de AA ¨Silvio se queda solo¨

domingo, 12 de septiembre de 2021

Yo y el planeta blanco y negro

 Yo y el planeta blanco y negro


Es un planeta pequeño, así que a nadie se le podría juzgar de inocente por ignorar sus fronteras. Solo cuando se sabe que vivimos como hacendados, se entiende que hemos dividido nuestra casa en haciendas y fincas, donde todo lo que importa es mi subsistencia, sin pensar que sin ayudarnos unos a otros, no vamos a ninguna parte. 

Hoy es el aniversario de aquel 11 de septiembre, que fue para mí una noticia lejana y que nunca pensé, tendría una repercusión personal en mi vida, 20 años después, que no son nada.

Todavía me acuerdo, con mis botas de guerrillero y el ron comunista burbujeándome  en el estómago, despidiéndome de mis amigos de siempre en el aeropuerto. Entré en aquel avión sin apenas saber lo que estaba haciendo ni adonde iba. Solo les puedo contar, so pena de sobrevivir esta noche, que era el año 2001 y era Noviembre. Acababa de pasar un ciclón por la Habana, que amenazó con cambiarme los planes, pero tal parece que estaba escrito. Vi, como en un sueño y por última vez, entre vientos y rejas de un patio, a la persona que más amaba y me despedí de los queridos sin decirles que no volvía. 

Pasaron muchas cosas, descubrí a mucha gente. Dormí en un parque, en el banco de la orilla de una playa, que luego resultó ser un lago. Uno de los cinco lagos más grandes del planeta, pero aun así, un lago de aguas frescas y mansas, nada comparado con la personalidad de mi Caribe. Donde quiera que fui, estaba el fantasma americano como si ya no viviera en América. La única ley era la del dinero. Ni tanto así. Tuve la suerte, de chance, de acabar con mi escapada en Canadá. Un país que nunca me hizo sentir extranjero y a quien le debo mi segunda vida. Un país a donde, sin yo haber nunca sufrido una guerra ni saber que es la tortura, me recibió a vivir con mis huesos recién estrenados.

Yo no sabía nada de lo que pasaba en el mundo, y me tomó casi quince años para ponerme al tanto de lo complicado que eran las cosas aquí afuera. Aprendí que Canadá no era el país perfecto porque estaba gobernado por hombres y mujeres, que querían y aspiraban a lo mismo que todos los políticos de todas partes, poder y dinero. Me pregunto si alguna vez vamos a aprender por fin a administrarnos...

Me acuerdo que uno de los amigos, de esos a quienes le debemos la vida, me dijo lo mismo que le dijo a su verdadero hermano diez años después; vete hasta el puente del Arcoíris, el del Niagara Fall, y diles en la garita de la frontera que eres cubano y te vienes pa´ca, pa Miami. Nunca lo hice, por la simple razón de que no sabía cómo ir hasta la terminal ni como coger el bus. Por aquellos días Toronto era enorme e intimidating. No hablaba inglés y no sabía ni cómo pedir agua, más que nada por timidez, porque igual me hubieran ayudado. Pero no lo hice y no me arrepiento. Canadá no es USA, es en mi opinión mejor.

Uno tendría que llegar a un país que no habla tu idioma, que es completamente diferente a todo lo que has visto, donde no conoces a nadie y donde no sabes ni como decir gracias, para entender lo que es llegar de emigrante al Paraíso. Sin mencionar que las noches son frías. Frías como el hielo del alma.

Pero sobreviví, y a los canadienses les debo mi segunda vida. Me acuerdo que en la Habana vivía perdido. No es que yo haya sido el más espabilado de los chicos ni el más listo, incluso allá. Pues en Toronto vivía tres veces más perdido, hasta que me acostumbré a ser otro más, luego todo fue más fácil. 

Y así anduve perdido, invisible, hasta que tuve un hijo.

¿Qué les puedo contar?. Mi hijo nunca ha sido cubano. Por más Elpidio Valdez que le enseñe en YouTube, siempre prefirió al Captain América del cable. Lo introduje a Tío Estiopa, a la Liebre, deja que te coja, al payaso Ferdinando, a Tusa Kutusa el animal feroz, y nada. Habla los tres Idiomas, su mamá es china aunque por supuesto, vivimos en Vancouver. 

Mi hijo se considera blanco aunque no tiene en la sangre nada para probarlo. Nació diez años después del 11 de Septiembre del  2001. El mundo ha estado en guerra desde entonces, mientras él germinaba en su cuna, con la santa bendición de la paz inquebrantable de un supermercado. 

Hoy, tan inocente como entonces, solo ha visto las torres gemelas en las películas antiguas. - Las películas de los 80 son para ellos el Charles Chaplin de mi generación -. Se ríe cuando le cuento que alguna vez hubo un mundo sin celulares, con teléfonos que tenías que rotar con el dedo para que funcionaran. Le digo que la Internet no ha existido desde siempre y no me lo cree. No tiene idea de lo que es una máquina de fax, las cartas de papel son una pérdida de tiempo, los cartones de Superman suck; lo mismo que yo pensaba de Flash Gordon, y Cuba es, como le enseñaron en la escuela, un país delgado en la geografía del Caribe, en donde a su maestra le gustaría pasar el invierno. El español, al igual que el mandarín, es como aprender a tocar piano; otra bobería que sus padres inventaron para mantenerlo alejado de la computadora. 

Lo más importante, lo que más me alucina, es que no conoce de fronteras. Él es de esas generaciones a las que el planeta se les va quedando pequeño. Tiene un amigo de Israel, otra de Inglaterra, otro de Alemania, de California, uno de Hangzhou, de Perú, de la India, de Corea del Sur, y aunque pudiera sonar sofisticado, son simplemente sus compañeros de escuela y del barrio. Incluso cuando se van de vacaciones, juegan juntos online, por esa magia universal de las computadoras, y se llaman por Whatsup como si estuvieran al doblar de la esquina.

Su juventud es tan diferente a la mía que a veces no tengo idea de que aconsejarle. Yo me acuerdo de cuando la Habana Vieja era mi universo y no había nada más. La Catedral y su plaza eran enormes, con restaurantes prohibidos en donde mi hambre no era bienvenida. Siempre aspiré a tener un pasaporte para poder visitarlos. El Boulevard de San Rafael, al otro lado del Parque Central, era Europa. El edificio de Prado 20 era Miami. El Habana Libre era Nueva York. 

Me acuerdo de los discos de acetato, aquellos discos negros, estruendosos, ruidosos, que tanto decían de ti cuando los llevabas bajo el brazo. De los casetes de audio que nunca tuve. Del boombox de los marineros mercantes. La librería de Obispo era si acaso mi Mall, una tienda de libros enorme. Me acuerdo, ese era mi mundo, y me acuerdo que más allá del muro del malecón solo habían tiburones y agua fría. 

Ese no es el mundo de mi hijo. Y aunque le trato de explicar mi versión de aquel mundo, es como si mi cursor del prompt, parpadeante sobre la pantalla negra, estuviera obsoleto frente a la inmediatez de un ratón que se mueve a todas partes a la misma vez. Su música está online, sus películas son digitales, no se lee a Los tres gordinflones sino a Harry Potter y su magia. Anda con un teléfono en el bolsillo como si hubiera nacido con el y se pierde en el metro de la cuidad, igual que hacía yo a su edad en la ruta 24 de Lawton.

El mundo  para él está divido en dos partes, y aunque al principio me confundí con los colores, no es racismo lo que determina las clases. El mundo para él es de dos grupos. Aquellos que se montaron en el tren del futuro y aquellos que se quedaron esperando en la estación a que pasara un tren más conservador. El vestuario y las costumbres solo son un problema para su generación si no te importa eventualmente burlarte de quién eres. Las fronteras para él son los colores graciosos del mapa, un inconveniente que resuelve con su pasaporte canadiense y su francés de escuela pública.  Esos aviones en los que yo me monto aterrorizado son su tren eléctrico de Hershey y Matanzas está tan cerca y tan predecible que no tiene ningún apuro en visitarla.

Hace 20 años que aquellos criminales volaron las torres y hace 20 años que estamos matando culpables e inocentes en sus nombres. Me pregunto si mi hijo tendrá sus propias torres gemelas para marcar el momento en que  el planeta dejo de ser multicolor, para volvérsele blanco y negro de un bombazo.


Diego Cobian

Nota de la editorial : Alguien protestó porque no mencioné a Phoebe, que es de Inglaterra. Le pedimos disculpas a nuestros lectores por este injustificable detalle. 😁

viernes, 13 de agosto de 2021

El museo de mis padres

El museo de mis padres.

( remendado el 28 de Septiembre/2021 )



Dicen algunos que nos estamos volviendo locos. 

Aspirar a lo que uno quiere por todos los medios no es haber perdido la cabeza, incluso si nunca se pudiera alcanzar. 



Son tiempos confusos y a veces tal pareciera con esos cartelitos de Consejo de Guerra, Insurgencia, Esbirros, Torturas, Desapariciones, estuviéramos reviviendo nuestra historia pasada otra vez. Esa que estuvo siempre allí, en los libros de la escuela, en las fotos de las paredes del museos, en aquellas historias que eran para mi ajenas y pasadas, historia. La historia de otros. 


He caminado mi vida a pasos guiados sobre quienes fuimos, con plena ignorancia y desatención a como llegamos hasta lo que somos hoy. Sin entender, porque no lo viví, qué clase de pueblo nos sacó del colonialismo, corrompió nuestra república y nos hizo prisioneros de una ideología importada y fatal. Me he puesto en estos días a mirar nuestro pasado y me asombro de los años en que sucedieron las cosas que nos definen. Tal parece que hubieran sucedido ayer. Yo nací en el 1968 y mi bisabuela, la viejita encantadora que me crio mientras mi mama y mi abuela trabajaban, nació el mismo año en que los Estados Unidos intervenían por segunda vez en Cuba, tras el vació de poder de Estrada Palma. Nuestro primer presidente de la república y compañero de Martí. 


Otro ejemplo es que tan solo cien años antes de yo nacer, o para decirlo de otra manera, una vida y media antes, otro cubano llamado Céspedez liberaba a sus esclavos en La Demajagua, y Perucho escribía el himno nacional. Solo cinco años antes del comienzo de mi siglo XX y apenas pocas décadas antes de que naciera Fidel, moría Martí en Dos Ríos, mientras Maceo y Gómez continuaban con su batalla de liberación. Justo ahora que tengo edad para ser abuelo, puedo contar que a medida que uno se va poniendo viejo, cien años no son aquel futuro infinito que uno tenía delante para encaramársele encima a la vida, sino un montón de memorias pasadas que uno no se atreve ni a recordarlas bien, pero que están justo a la vuelta del espejo. 


Yo nací cuando la revolución tenía apenas 9 años. El comunismo en Cuba estaba en todo su esplendor y sus líderes no podrían estar más contentos con sus sonrisas atrevidas. Mis padres, ambos, fueron comunistas, y recuerdo que ostentaban su membresía con un orgullo que yo jamás alcancé a entender, porque algo de cómplices y dé vanidad embarraba ante mis ojos a aquel ideal clamoroso. Fue siempre para mí como si la idea de ser comunista estuviera diseñada para entretener más que para hacer futuro con nuestros destinos. Recuerdo que mi padre se vanagloriaba de ser miembro partidario de un grupo de seleccionados que tenían acceso a reuniones secretas y a información que no podía estar disponible para todo el mundo, como si los demás no importáramos en nuestra propia tierra, sin darse cuenta que toda aquella farsa estaba diseñada por alguien mucho más inteligente que él, para hacerlo sentirse el dueño de un negocio donde era precisamente él, mi padre, el producto que estaba en venta. Nunca entendieron ellos, o al menos no lo admitieron, que no eran miembros de un partido político sino de una secta de abusadores de poder, de manipuladores de la opinión pública, que les estaban robando su pais. 


Pero de eso solo me di de cuentas cuando yo estaba al final de mis veinte años y a Gorbachov no le quedaba más remedio que admitir que Cuba no era para ellos más que un hijo bobo estudiando cerca del Norte. Así que a mis padres, no me queda otra que perdonarles la ceguera. Mi bisabuela sin embargo, que vivió una buena parte de su vida en el capitalismo. A pesar de que tuvo una infancia mediocre como campesina, tuvo una vida de adulta que ella luego me contaba en secreto, hubiera preferido mil veces al comunismo rojo que le habían vendido de vieja, que solo le había traído de vuelta la pobreza. Eso me lo contaba ella, no en el periodo especial del 90, sino en plenos años 80 con Brezhnev en el poder y latas de carne sin libreta.


Nuestra historia está hecha de gente harta de aguantar injusticias y lo que nos ha pasado en los últimos 60 años hasta esta nueva efeméride del 11J, ha sido que los dictadores con el tiempo se han perfeccionado tanto en su oficio, han aprendido tanto el uno del manual del otro, que manipulan como unos magos el límite de tolerancia de un pueblo a aguantar penurias. Los Castros no fueron ni serán la excepción, jugando a mantenernos comprometidos, divididos, vigilantes, fajados entre nosotros mismos y fajados además con un enemigo fantasma que realmente no tenía el menor interés en la isla. Ellos aprendieron que la pobreza era un truco cuando se disfrazaba de dignidad, el futuro podía trastocarse en miedo e incertidumbre, y por hacernos creer que Cuba era el faro y guía de la humanidad, no nos dimos cuenta de que nuestro peor enemigo ideológico éramos nosotros mismos; bañándonos, inocentes o no, en la sopa bien sazonada de nuestra desinformación.


Los americanos, aquel que nos llenaba las canciones con aviones que nublaban el día y convertía a nuestros mejores artistas en oportunistas de la palabra; esos imperialistas acechando nuestra patria, ni han estado ni están hoy interesados en invasiones o en hacer nada serio por ayudarnos con nuestros problemas. Si aparecemos de casualidad en su apretada agenda presidencial con nuestra bobería socialista, es porque necesitan nuestro voto para ganar sus propias elecciones, o para mantener contentos a sus inmigrantes del sur, que tienen la cuchara lista para endulzar nuestra historia, pero les falta el azúcar para poder tener voz en nuestros destinos. 


Por estos días dicen muchos que con el pasado 11 de Julio comenzó el principio del fin. Yo me asombro de sentir cómo aquella historia que vivía dormida debajo de mis pies, revive en mi realidad como si me hubiera perdido dentro del museo de mis padres. Los héroes muertos aparecen con diferentes nombres, los tabaqueros de Tampa son ahora cibernautas, Youtubers, Twittoreros del hashtag. Vamos a tener incluso un Consejo de Guerra para llevar frente a la justicia a los culpables de su ausencia. Quieren crear un gobierno interino en el exilio, milicias con entrenamiento militar para un día poner orden en lo que para entonces nos quede de país. Van a abrir democráticas embajadas cubanas en sustitución de las gubernamentales, acceso libre y gratuito a la internet, igual a cómo mismo pasó con el ruido de Radio Martí, y hasta efemérides distintas en el mismo calendario cubano. 


Son los mismos personajes del pasado luchando por su patria, a su modo y añoranza. Llenando las paredes del museo de nuestra segunda o  tercera revolución con cortometrajes de protestas tomados en teléfonos celulares y  proclamando #SOS Cuba y #Patria y Vida. Un salón pálido al final del corredor rojo donde todavía estamos, con fotos de los nuevos héroes en gorras de pelotero, de artistas de la diáspora, de prisioneros de conciencia. Otro salón para el museo de nuestra historia, aunque sigamos fajados y perdiendo el tiempo en revoluciones que desgastan nuestro chance de sobrevivir.


Yo creo que todo lo que uno haga siguiendo sus ideales más nobles debe ser bienvenido y respetado. Igual ¿ qué nos queda por salvar ?. No podemos ser más pobres de lo que somos ahora mismo, ni heredar una economía en peores condiciones. Hay un dicho que dice que el comunismo es un largo camino a un peor capitalismo. Esa fatalidad no deberíamos usarla como excusa para seguir machacando sobre las mismas consignas vacías. 


El momento de cambiar de gobierno debería de haber llegado hace 60 años, así que llevamos algún atraso. La economía nos viene gritando en la cara que aquello no funciona y nosotros seguimos empujando el tren cuesta arriba, a los gritos oportunistas de los que van montados en él, sin saber cuánto nos queda de rail. 


No creo que vaya a cambiar nada si la gente en Cuba sigue creyéndose el conveniente cuento de la buena pipa y mirando las protestas desde la protección de sus ventanas. Lo que sí me queda claro es que aquellos que nos fuimos, podríamos poner presión para que se reconozca la realidad actual de nuestro país, pero el verdadero cambio tiene que venir de adentro. Y como era de esperar, la chispa se encendió con los que tienen menos que nada de lo que tienen los demás. Esos que salieron a la calle, tendrán menos comida y menos de todo que el resto, pero lo que no les falta es valor. Esa es la desesperación que causa la injusticia y que ha sido el impulsor principal de los personajes de nuestra historia nacional.  


Hay una Cuba que tiene hoy una efeméride nueva, una nuevo día de rebeldía nacional. La otra Cuba lo ataca y lo niega. Su presidente sale este día a recorrer un San Isidro vacío, pacífico, con todos sus patriotas encerrados en la cárcel. El gobierno de la isla sigue apostando a los gastados ardid revolucionarios con los que engaño a mis padres, tratando de evitar lo inevitable. Hay algunos cubanos que quieren instaurar de nuevo la constitución del 40 y otros que defienden la comunista del 76, aunque la Unión Soviética halla desaparecido y con ella buena parte de sus diseñadores. ¿ En qué escenario mi pobre país podrá ir a ninguna parte con dos gobiernos ?, uno con poder y el otro con anhelos, con dos constituciones. ¿ Qué tan lejos vamos con dos tribunales ?. Uno de guerra, que juzga en ausencia a los del otro bando, y otro de opresión, condenando a quien le alce la voz a largas e injustas condenas. ¿ A dónde vamos con toda esta locura, con toda esta división ?, en vez de admitir que por este camino solo terminamos más pobres y más dependientes. 


Unos que quieren libertad y democracia y otros que se agarran al poder sin llamar a elecciones libres. Unos que se niegan a reconocer el derecho del pueblo a elegir su destino y otros que son el pueblo mismo, sin respeto ya a las instituciones gubernamentales ni al presidente de turno, gritándole en su cara lo que se merece. ¿ Con qué cara le vamos a contar al futuro que cuando llegó el momento de ser responsables, optamos por fajarnos los unos con los otros sin importarnos las consecuencias, sin pensar como país ?. Esa última sala del museo de nuestra historia no va a ser precisamente de la que estemos más orgullosos como nación.


Ningún partido político es nación o es patria y los comunistas de Cuba definitivamente no lo son, aunque no hallan escatimado recursos para vendérnoslo como tal. Una vez que algún político se siente con el derecho de imponer su ideología o su bandera a una nación, no puede llamársele otra cosa que dictador y abusador del poder. Lo fue Fidel y por lo que he escuchado lo fue Batista. Ambos tenían en mente cualquier otra cosa que la prosperidad de Cuba. Antes del 59 fue violencia política y corrupción, luego del 59 fue violencia política y corrupción, y la prueba más clara para mí es que ni nuestros propios padres lograron vendernos ese rollo de mentiras e inventos sin futuro, aunque por consideración y respeto con ellos, tampoco le hallamos dicho que estaban viviendo una utopía, que cuando fuera nuestro turno ese no iba a ser precisamente nuestro camino de opción. De buenas intenciones esta empedrado el camino al infierno. Ningún mandatario tiene el derecho a equivocarse y ser reelegido sin cuestionamientos.


La historia de mi patria es una revolución de revoluciones, donde unos pocos que se creen más listos se olvidan del país y llenan los discursos con lo que les es más conveniente. Pretenden que el futuro es ese infinito donde siempre hay tiempo para ser perdonados o mejor aún, olvidados. Me niego a aceptar que nuestra única opción sea servir al rey que nos impusieron nuestros padres, como también me parece insensato seguir arruinando el país en batallas que solo nos llevan a la pobreza y la dependencia económica. 


El salón donde vamos a colgar la historia de estos días no va a estar adornado precisamente con hojas de olivo. Este salón azul, el de los valientes que se enfrentan con ideas y necesidades frente a tropas élites, listas para reprimirlos y taparles la boca con sus prisiones, solo le trae más calamidades a una nación sin economía, esperando por el milagro de que por fin le demos utilidad a tantas manos desperdiciadas. 


¿Cuándo llegará el tiempo de aquel otro salón ?, quizás rosado o blanco. Uno en donde estemos trabajando juntos en las fotos. Uno en los que tengamos un parlamento elegido con igualdad, un Presidente interesado en prosperidad, una nación con tolerancia. Será ell salón de aquellos que finalmente tuvieron el chance de acabar con las revoluciones y pensar cómo país, para el beneficio de TODOS.



Diego Cobián

sábado, 17 de julio de 2021

la ceguera apasionada

la ceguera apasionada


nota : remendado el 20 de Octubre. La primera versión decía más que el respeto que nos merecemos para la cordialidad de vivir juntos. Al final todos somos pasajeros de un mismo barco.


Tenemos otro presidente asignado ha desangrarnos el corazón. Lo conocí hace unos treinta años atrás, durante el Festival de la Juventud de Robertico Robaina en la Habana. Canel era para entonces uno de los cuadros de la Juventud Comunista por aquellos días. Recuerdo que entré a la oficina donde él estaba de guardia aquella mañana, en el edificio de la juventud situado en la avenida del puerto, y lo encontré acabado de levantar, con una toalla colgada en el cuello como si aquel trapo fuera el futuro que luego le vendría a caer sobre sus hombros. Era arrogante pero dócil, asequible y a la misma vez frio, de mirada confusa.

 

Corría el año 1992, tiempo de escaseces y confusiones. Muchos jóvenes no sabíamos que pasaría con nuestro país en los próximos 10 años, excepto que Fidel estaba vivo y mientras él estuviera sentado a la mesa redonda, nuestro país solo iba en una dirección, su dirección. Pero me acuerdo que ya para entonces se escuchaba el descontento de la gente que te decía sin mucho disimulo que aquella mierda no iba a ningún lugar. Los más viejos se sentían atrapados en todas las mentiras e ilusiones que les habían vendido, porque venían con hambre, con apagones, con vacío, llenas de nada mas que de consignas, que reaparecían sobre las paredes recién emparchadas de la ciudad  donde se leía  Fidelidad y Pa´lo que sea Fidel,  me recuerdo bien. No teníamos nada para entonces, como nunca tuvimos nada ni lo tenemos hoy. Solo líderes caprichosos, empecinados en llevarnos a donde ellos decidan, sin aceptar nuestra opinión y sin importarles el precio o el sacrificio que nos tome, porque solo ellos saben qué es lo mejor para todos nosotros. 

 

Me atrevería a decir que desde aquel día en que llegó el primer español a hacer esclavos a nuestros ancestros no hemos vuelto a tener una verdadera libertad. Fueron primero nuestros tatarabuelos españoles, contra quienes nos revelamos al machete de la independencia, tan solo para aceptar la república que nos regalaron los americanos, convenientemente diseñada al gusto de sus intereses más nobles.  Y luego nos traicionó el romanticismo ideológico de nuestros padres por una igualdad y justicia que realmente nunca existieron. Salimos de un dictador nativo y corrupto para caer serviles al carisma de otro dictador más sofisticado pero igual de falso y perdido. Ha sido a veces la mala suerte pero ha sido la mayoría de las veces nuestra ceguera innata, nuestra inmadurez política y nuestra falta de objetividad, que hallan pasado 500 años y hoy estemos todavía germinando como nación. 

 

Este problema que tenemos hoy lo hemos creamos nosotros. Nuestra ceguera nos ha hundido en contiendas innecesarias, en escaseces  interminables, en sufrimientos económicos, al costo y esfuerzo de nuestros mas bravos y valientes hombres y mujeres. Ahora mismo esos muchachos que hoy están encarcelados, perseguidos por la policía o simplemente por bandidos; ese es el resultado de nuestra irresponsabilidad y cobardía histórica. No supimos ofrecerles un mejor porvenir  a nuestros hijos y ahora ellos están pagando nuestra falta de tacto y nuestra complacencia ignorante. Ellos descubrieron por nosotros que lo que le estábamos vendiendo como porvenir era todo falso, un castillo de naipes, una revolución de nubes, principios sin principio, sin razón, pero sobre todo sin necesidad. Miles de excusas para seguir siendo pobres, cientos de razones para vivir de carencias, todo putas mentiras que ellos se niegan a aceptar. Donde quiera que estén ahora mismo, en sus casa esperando sus condenas o en las cárceles aguantándose los gritos, solo espero que alguna vez nos perdonen nuestra estupidez brutal.

 

Nuestra ceguera nos está costando el futuro, un futuro que estamos invirtiendo en fajarnos los unos con los otros, en dividirnos, en vender nuestro país por migajas de respeto y en reconocimiento a una dignidad que no existe. Recuerden que por la adoración ciega de nuestros padres a un ejercito de barbudos, con ideales gloriosos y con promesas coloridas pero sin ningún fundamento práctico es que hoy estamos como estamos. Aquellos que vinieron a resolvernos los problemas se acostumbraron muy pronto al beneficio del poder y a nuestra fraternidad leal sin cuestionamientos, como si en vez de un país estuviéramos construyendo una hermandad o una secta de adoradores; es por esa falta de cuestionamiento que hoy seguimos sin futuro. Hemos hecho de nuestro país una mafia de ideas, un desconcierto de sueños, una turba de ideales. Lo hemos cantado matando canallas, con lágrimas negras en la ausencia de nuestros queridos que se largaron y todavía hoy seguimos jugándonos el porvenir, esperando por milagros, deseando que sea el vecino quien salga alce la voz y proteste por mí, mientras yo sigo aquí cantando cual si no pasara nada. Por eso es que la vida no nos vale nada.

 

Tenemos ahora otro elegido sentado en la silla presidencial, otro confundido, oportunista, aquel de la toalla colgada en el cuello, quien desde entonces se preparaba para jurarle lealtad a su carrera política y aprender a vivir de prohibirnos nuestros derechos y nuestras añoranzas de ser libres. Esos son el tipo de líderes que nosotros mismos criamos y votamos por ellos con nuestro voto unido, con nuestras marchas combatientes, con nuestras concentraciones en la Plaza. Es el estilo por donde empujamos a nuestros hijos a ser comunistas y hacernos sentir orgullosos de verlos crecer con su pañoleta roja al cuello y su carnet comunista en el bolsillo. No se haga el de la vista gorda ahora, esos son nuestros hijos y esos son nuestros padres, aquellos de los que hablamos llenos de orgullo con nuestros amigos en el trabajo. Ese señor confundido y desleal que tenemos hoy sentado en la presidencia es sangre de nuestra sangre, hijo de una madre y familia cubana, educado en nuestras escuelas por nuestros maestros, esposo de una mujer de nuestro pueblo, con hijos que corrieron en el parque con nuestros propios hijos. A él nosotros lo criamos, lo educamos, le dimos alimentos, aplausos, admiración y mire ahora cómo nos ha resultado el engendro. Esos policías en la calle que él manda a golpearnos, arrastrándonos a sus cárceles, matándonos con aquellas balas con las nos íbamos a defender del enemigo que nunca llegó, no vinieron de ninguna parte. Ellos y ellas son nuestros hijos y los hijos de nuestros vecinos. Nosotros le inculcamos en el alma a ser como son y ahora estamos pagando, ellos y nosotros, por nuestra ceguera apasionada.

 

Hemos vivido tanto tiempo hundidos en la miseria de nuestras almas que hemos perdido la capacidad de pensar, de añorar democracia, derechos, libertad, de ser fieles a nuestra patria y no un partido. No admitimos que podemos administrarnos basado en sentido común y tener un gobierno que le deba su existencia al pueblo y a sus demandas y no al revés. Lo peor que nos pasa no es que hoy sigamos obedeciendo las ordenes de quienes no quieren de nosotros nada más que obediencia y culto, cobardía y silencio. Lo peor que nos pasa, la verdadera razón de que Hernando Acosta tenga que salir a recorrer las cárceles en busca de su hija, de que Otero Alcántara este preso y Camila Acosta secuestrada; la razón por la que nuestros periodistas estén censurados y nuestros artistas desterrados; la razón de que estemos escondidos detrás de las ventanas de nuestras casas mirando cómo se los llevan en medio de la noche, qué nos limitemos a hacer guerra virtual con nuestros teléfonos pero sin dar la cara a quienes nos acosan. La razón de que estemos viviendo como ilegales en nuestras propias ciudades, obedeciendo sin censura a nuestro miedo de corderos, es porque ni tan siquiera sabemos adónde queremos ir ni qué hacer con nuestro futuro, una vez lo tengamos en nuestras manos. 

 

Es por eso que aquel partido populista que llegó a nuestras ciudades en 1959 encontró una oportunidad para instaurarse en el poder por mas de medio siglo sin darle una oportunidad a nadie mas, como si solo ellos tuvieran la clave de nuestros destinos. Los dictadores han aprendido del manual de cada uno, han perfeccionado sus métodos para manipular los sueños del pueblo, para trastocar el porvenir con incertidumbre, gastando nuestras vidas con promesas, con justificaciones, fajados con un enemigo que no tiene el más mínimo interés en librarnos de nuestra pobreza, como lo acaba de demostrar luego del 11 de Julio. 

 

Lo que un pueblo quiere no se resuelve con partidos políticos porque ellos no son parte de la solución sino del problema. He tenido la oportunidad de vivir en un democracia por muchos años y ese sistema solo lleva a la corrupción política, la desigualdad social y nuevamente a que alguien se crea con el derecho de, bajo cualquier pretexto, se debe robar la silla presidencial hasta que algún otro se atreva a salir a la calle a reclamarla con su vida. Eso fue precisamente lo que hizo Fidel junto con los otros revolucionarios contra Batista. Fueron muy valientes sin dudas, pero hacer revoluciones es desgraciadamente la parte mas sencilla del porvenir. Administrar la prosperidad de un país, sentarse a negociar los términos del camino, teniendo en cuenta la opinión de cada cual sin amenazas, con respeto y sin meterlos en las cárceles, es en donde se forjan los verdaderos líderes que hoy no tenemos. Negociar con el enemigo, por impensable que sean sus demandas pero para el beneficio del pueblo es lo que cada individuo espera de sus administradores. Los principios son un ardid del alma, pero solo a corto plazo.

 

Nuestro país está colapsado, su economía prácticamente no existe. Vivimos de créditos impagables, de amistades políticas, no producimos nada y no tenemos libertad para decir lo que pensamos, ¿ que mas nos puede ir mal?. Hemos descendido de ser la república con garantías constitucionales que alguna vez fuimos a una versión vieja y olvidada de feudalismo europeo, en donde todo lo que nos queda de algún valor es un pedazo ocioso de tierra. De cualquier manera no somos inocentes y ni tan siquiera nos atrevemos a admitirlo. Esa nación a la que le hemos dedicado la vida, que hemos mantenido con nuestro miedo y nuestra confusión, está ahora agrediendo a nuestros hijos y es nuestro pecado, de nadie más. Somos nosotros quienes la alimentamos y la mantenemos en el poder, nadie mas. 

 

Si vivir así es lo que queremos pues bien, por eso me fui a explorar el mundo. Si nos atrevemos a soñar un futuro de oportunidades, lleno de dificultades sin dudas, pero con libertad para criticar y derecho a demandar, con una economía libre de ataduras políticas y dogmas, con espacio para todos los cubanos de todas partes, pues bien. Por algo así regresaría. Solo tenemos que recordar que por cualquier camino que sigamos, somos nosotros los responsables, nadie más. Canel solo va por un camino, su camino, el mismo que le celebramos por años a los Castros y que nos trajo hasta donde estamos hoy. El país que hemos devenido dice más de nosotros que cualquiera de las consignas que gritamos. 

 

De cualquier manera, me parece que un cambio es inevitable en este punto, aunque también podemos optar siempre por seguirle haciendo caso a la incertidumbre y continuar con nuestra ceguera apasionada.


Diego Cobian


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