la presidenta binaria

la presidenta binaria

con la esperanza en que algún día no muy lejano dejemos de ser idiotas.



Sentado todavía en su buró, acomodaba los papeles que iba sacando de las gavetas dentro de su portafolios sin prestarles ninguna atención. La vista la tenía en su oficina desolada, antes siempre colmada por la tensión de los sucesos, en las visitas esperando afuera, las secretarias pasando de un lado a otro con papeles, con teléfonos; y ahora todo estaba vacío, silente, una calma ilegítima que no anunciaba ninguna tormenta por venir. Era la calma del final. 


Por la puerta entre abierta, podía ver el buró abandonado de su secretaria y el sofá azul en el que tantas veces se había sentado a entretener a sus invitados. Aquella amable mujer, ejecutiva y energética, lo había acompañado en sus últimos 35 años de ser un ministro en varios gobiernos anteriores y luego como vice presidente. Ella le había ofrecido quedarse con él hasta que salieran justos del recinto, pero él había preferido disfrutar solo sus últimos minutos en la oficina, todavía sin atreverse a hacer planes para que vendría después en su vida. Aquel cargo, al que nunca pensó llegar, apenas le daba ninguna satisfacción porque lo ocupó cuando ya no servía para casi nada.  


Cerró el maletín lentamente y rodó los anillos de las combinaciones con los dedos gordos como hacía cada noche antes de salir de la oficina, pero fue solo para caer en la cuenta de que ninguno de aquellos papeles tenía ya ninguna importancia porque no habría desde aquel día nadie de quien esconderlos ni nadie interesado en revisarlos. Todos los documentos del estado habían sido desclasificados para podérselos alimentar a la base de datos de su sustituta.


Creyó que su presencia en la oficina había pasado desapercibida del murmullo que venía de los pasillos, pero lo cierto era que los dos escoltas que le quedaban, estaban parados afuera de la puerta y mantenían a raya a los curiosos que pretendían colarse en la oficina para sacarle las últimas fotos al todavía presidente, antes de que abandonara el recinto por una última vez. Se levantó en silencio y como un autómata, caminó hasta el aparador donde se guardaban las botellas de licor y sacó una a la que todavía le quedaba suficiente contenido como para ayudarlo a sobrevivir otra noche. No había hielo en la despensa e incluso los vasos no parecían estar muy limpios, así que se la terminó empinando sin la molestia del vaso, dejando al líquido caliente que le resbalara por la garganta hasta mezclársele con las frustraciones que se le amontonaban en el estómago. Le miró la etiqueta como si le importara, - todos los whiskys son iguales -, se mintió a si mismo para hacérselo más fácil, y la iba a enroscar de vuelta en su tapa cuando decidió darle otro escarmiento al alma, porque no le cabían dudas de que era el último trago que se tomaba como un político.

 

Afuera todo era un correr de gente. La casa presidencial iba a ser convertido en un museo y los arquitectos caminaban sin poner atención a los demás, con los cascos blancos en la cabeza, los planos abiertos delante de sus caras y las cintas métricas colgándoles de las manos, tomando notas y midiendo distancias para acomodar sus ideas. La prensa por su parte, mezclada con los curiosos que habían logrado colarse en el recinto, recorrían las oficinas vacías, tirándole fotos a cada cosa, a cada uno que se encontraban en el camino con sus caras vencidas y sus pasos derrotados, por haber perdido sus trabajos. Las paredes reflejaban el vacío gris de los cuadros que alguna vez sujetaron a los héroes de la república colgando en las paredes, los escritorios con las gavetas abiertas a la indiscreción de la intemperie, desiertas, secas, como si les hubieran arrancado los intestinos y yacieran en su naturaleza de animal muerto. Los estantes, que por años aguantaron con fidelidad probada los papeles más secretos, la constitución de la república, los libros de ley internacional, estaba ahora con las puertas abiertas, pasmadas en el grito de que había llegado la época de la transparencia y que no habrían más secretos ni estrategias que esconder. Desde ahora todo estaría online, disponible para todos los que quisieran leerlo. Los gastos, los informes, incluso los planes futuros del país a corto y mediano plazo. La gente quería transparencia total, lo malo, lo bueno, la verdad tal y como fuera, sin manipulación ni lenguaje políticamente correcto. El pueblo había votado por el control absoluto de su país. 


El azul del sofa le regaló la idea de que estaba sentado en una nube. Flotaba con la botella en la mano por la vasta oficina, sumergido en sus pensamientos, que cada vez que intentaba hacerles sentido, mas sin sentido se le volvían. Todo por lo que había trabajado tantos años se le desvanecía delante de sí, como si hubiera doblado una esquina cualquiera y se hubiera encontrado de repente otro país, completamente desconocido. Parado delante de aquella escena solo se reconocía a él mismo; todo lo demás le era ajeno. Era una ciudad limpia pero sin fundamento, impregnada del olor amargo de las revoluciones. Se paró del sofá para retornar la botella, no fuera que lo retrataran con ella en la mano. Caminó hasta el estante, pero en vez de ponerla adentro la tiro en la basura, mirando cómo el líquido explotaba por el aire con el impacto,  embarrándolo todo, como si con eso se quisiera vengar de aquel lugar que lo despedía con indiferencia. Agarró sus cosas de la mesa, se puso el sobretodo y salió finalmente de la oficina.  




Para muchos, era la primera vez que podían ver la casa presidencial por dentro. Era un edificio amplio, de plantas exóticas en los pasillos y lámparas de lágrimas imposibles de sujetar en el aire. Quedaba poco que los periodistas no hubiesen retratado por aquellos días, pero lo que más había llamado la atención en la prensa era una foto en blanco y negro de los teléfonos sin uso, muertos, descolgados, colgando de sus cables o tirados en una caja, como si se les hubiera terminado todo lo que podían decir por sus bocinas, hasta quedarse sin leguaje. Aquellos artefactos para hablar con los mandatarios del mundo, de discutir los asuntos más delicados, los tratos personales mas engorrosos, los convenios mas humanitarios, los conflictos inevitables, aparecían yacientes en la foto de cada primera plana como símbolo del cambio; con aquellos aparatos abandonados, inservibles desde que no habrían más humanos con o sin orejas para escuchar sus timbres, ni bocas para gritarles en el manófono. Aparecían en las fotos tirados sobre las mesas como en una extinción de dinosaurios sofocados sobre el desierto, ahogados de inutilidad ante la nueva estrategia administrativa. Todo en aquel lugar tenía el aire de la defunción, un cambio que se podía percibir en la neblina del polvo, que no había perdido tiempo para comenzar a cubrirlo todo y convertirlo en historia. Lo otro era la luz, que nadie había notado su aparición, pero que llegaba a travez de las ventanas encendidas, sin la obstrucción de las cortinas habituales. Una luz que se esparcía por los suelos pulcros como un maremoto de aguas cálidas incontenibles, rebotando en cada superficie, apurada en reclamar sus antiguos espacios que le habían robado por décadas, por aquellos que preferían hacer sus negocios en la penumbra de la conveniencia.  

 

Era un momento histórico, era la primera vez que el ciclo presidencial  llegaba al final de sus cuatro años y era el primero en la historia del país que se acababa sin remplazo, sin la bulla de otro astuto ganador que llegaba a  criticar la administración anterior. La oficina presidencial quedaba sin la bulla de otro que llegaba a hacer alarde de la previa gestión abominable, de su falta de tacto, de su espíritu corrupto. Como primer logro económico del nuevo sistema se habían ahorrado la mitad del dinero de las elecciones, pregonaban sus defensores. El país se habían ahorrado 50 millones en dinero que antes de destinaba a promover carreras políticas, viajes de campaña, cenas de rufianes, reuniones de bandidos y simplemente corrupción, porque muchas veces aquel dinero iba a parar a los bolsillos de los partidos sin que nadie fuera jamás sorprendido en el acto. La campaña electoral se había suspendido en los últimos dos meses antes de las elecciones, cuando todos ya sabían quién sería la ganadora. Se suspendieron los debates en la televisión, se retiraron los anuncios publicitarios de los comerciales. Las avenidas, las puertas y los jardines estaban limpias de carteles políticos, que habían sido removidos por los ciudadanos. Era la primera vez que el presidente no iba a ser un humano egocéntrico, frustrado, engreído, vulnerable a caer en la corrupción y el abuso, inclinado a robarse el poder. Era la primera vez que no habrían salarios que pagar ni gabinetes que reunir ni tiempo que perder en asuntos oscuros y convenientes. Era el fin del vicio, el inicio de la contabilidad responsable, porque como decían sus promotores, era hora de admitirlo ¨Nosotros los humanos no somos buenos administrándonos a nosotros mismos¨. El país tenía todas las esperanzas en un nuevo estilo de gobierno porque el presidente de la nación iba a ser sustituido desde la media noche de aquel día, por una computadora.




El cambio no era un experimento de atrevidos revolucionarios empeñados en ahorrarse el presupuesto del aparato gubernamental, sino que había tenido sus orígenes en el cuento que un escritor, hasta entonces desconocido, había publicado en su blogger privado de la Internet unos tres años atrás. Aquella historia de ficción, sin pretensiones reales pero sin dudas atrevida, se fue extendiendo entre sus lectores, quienes la compartieron a su vez con sus amigos y de allí los amigos a sus amigos y al cabo de pocas semanas, el escrito había llegado a aparecer en las noticias de las cadenas importantes del país como una curiosidad de las redes sociales. Más que nada porque la gente no paraba de comentarla como una alternativa a la ineficacia del gobierno a no resolver nada, aunque lo hicieran con más añoranza que con esperanzas reales de que se pudiera convertir alguna vez en realidad. 


Luego de aquella mención en el estelar, había sido solo cuestión de tiempo antes de que los políticos se vieran forzados a hacer referencia al asunto. El primero fue un comentario que hizo con toda intención el presidente de uno de los tantos partidos de la oposición, pensando en que le serviría para desprestigiar al gobierno de turno, refiriéndose a la historia para decir que una computadora seguramente sería mucho menos corrupta que el presidente actual, lo que primero le generó mucha simpatía por lo acertado del comentario, pero que luego puso a la gente a pensar si sería realmente posible sustituir algo tan complejo como la administración de un país con un artefacto que solo sabía de unos y ceros; para el que todos los problemas eran simplemente resueltos entre verdades o falsedades, blanco o negro, posible o imposible; sin más piedad o resolución por cualquier detalle que pudiera existir en el medio de ambos estados extremos.


Pero los hechos cotidianos que inundaban al país cada día fueron aplacando aquella historia imposible, que para la sorpresa de quien estuviera poniendo atención, había despertado un interés inusitado, que muchos identificaban como un signo claro de la frustración de la población con el sistema político vigente; el que sumergido en sus propias divisiones e intereses, no alcanzaba a solucionar ningún problema ni a generar ningún progreso. Un sistema administrativo ineficaz y muy caro de mantener, que por cierto no se diferenciaba demasiado del de todos los demás países de su mismo tipo de gobierno o de cualquier otro tipo. 


A dos años de las próximas elecciones, el asunto primordial que dividía la opinión del país y que para entonces parecía no tener solución, era una deuda gigantesca que se había ido acumulando año tras año y que comenzaba a asustar a sus inversores por la falta de un plan real para comenzar a pagar sus intereses. Los compromisos de aquella monstruosidad, de la que por demás todos habían sido cómplices, se aparecía como un fantasma, para hacer añicos cada cosa que se quería hacer para mejorar la economía. Si bien era cierto que algunos aspirantes a la presidencia, especialmente candidatos independientes que tenían más libertad para hablar sus mentes sin la presión de un clan político, habían elaborado estrategias serias, orientadas a poner la deuda en camino a ser eventualmente eliminada, la solución siempre incluía recorte de programas sociales y el aumento de impuestos y aranceles, por lo que nadie había nunca votado por aquella clase de propuestas. Con cada administración, la deuda seguía creciendo por la necesidad de financiar el gobierno y los cientos de programas de atención a la población. Pero era todo con dinero prestado, en un ciclo vicioso que los políticos se esmeraban en esconder y los ciudadanos en ignorar. Hasta que ahora el  pago de sus intereses había terminado por consumir casi todo lo que se recaudaba anualmente, sumergiendo lentamente  al país en la pobreza y la frustración.


Y en esas andaban, jugando con aquella papa caliente hasta ver cuanto podían estirar el asunto sin quemarse las manos, cuando un profesor de economía de la universidad local nombró en una entrevista la posibilidad real de que una computadora y sus programas, determinaran los destinos financieros del país. Argumentaba que a su parecer, aquella era la manera más inocua de manejar las restricciones que conllevarían a sanear la economía, hasta que finalmente esta saliera de los números rojos, con la ventaja adicional de que nadie saldría lastimado con las medidas drásticas de contención, que de seguro iban a ser inconvenientes para muchos ciudadanos. 


A la pregunta de cómo una computadora podría sustituir al ministro de economías por ejemplo, el catedrático se limitó a decir que un ministro no es más que un administrador. Alguien que le busca soluciones a problemas económicos sin incomodar la agenda política del presidente. 


  • Una computadora no entiende de política. Todo lo que hace son recomendaciones basadas en cálculos fríos. - había dicho en su respuesta.


Explicó que una computadora alimentada con los datos reales y programada con un marco de proyecciones de adonde se quería llegar, arrojaría  cada mes las medidas que eran requeridas para alcanzar el objetivo añorado en blanco y negro, en números redondos y sin pelos en la lengua, le explicó al periodista. 


  • Si los políticos de turno son suficientemente valientes para seguir sus consejos, la situación económica del país no tendrá otra opción que mejorar a mediano y largo plazo. - concluyó en su idea.


Al escuchar aquello, los políticos se aterraron con la idea de ver su negocio limitado a las sugerencias de una computadora, una que ahora aparecía lista y envuelta en papel de celofán a la puerta de sus oficinas para ser considerada. Pero ellos escogieron como tenían por costumbre la opción del medio. No dijeron ni que sí y ni que no, sino que lo considerarían, aunque secretamente entre ellos pensaban que tenían que matar aquel engendro lo antes posible y de la manera más anónima, o terminaría por arruinarles sus carreras y sus intereses. 


Y era que el asunto tenía dos maneras de ser analizado. Visto desde el punto de vista de los ciudadanos, todo lo que importaba era eliminar la deuda y mejorar las finanzas del país, pero sin que la solución les afectara sus bolsillos. Vista desde el punto de vista de los políticos, hacer lo que les dijera una computadora sin más ni más era un suicidio de poder, era como tirarle los votos a la oposición por la ventana, y lo peor. Si por casualidad aquella idea terminaba por funcionar y comenzaba a encontrar dinero perdido y cuentas fantasmas, podrían todos terminar sin trabajo o en la cárcel. Por eso argumentaban que reemplazados un ministro por códigos y algoritmos era una locura porque ser político es un arte, el arte de mentir y pretender. Lo cierto era que estaban asustados, de perder el poder, sus negocios y sus salarios, y por eso y por primera vez desde hacía tanto que nadie recordaba cuando, los dos partidos más fuertes unieron fuerzas para entre los dos acabar con aquella idea desalmada.

El plan que diseñaron, comenzaba con desacreditar al profesor que había hecho aquellos comentarios irresponsables, trayendo el asunto de vuelta a la atención pública. Intentaron descalificarlo pero no les funcionó, porque aquel señor era de una reconocida carrera profesional, incluso miembro de varios paneles gubernamentales, encargados de asesorar en la buena política económica del país. Cuando nadie les hizo caso y los estudiantes salieron en defensa de su profesor en la Internet, le pagaron a un investigador privado para que encontrara cualquier cosa que pudiera incriminarlo, que sirviera para destruirle la reputación al pobre hombre, y tanto buscaron en su pasado hasta que encontraron una única cosa que les podría servir. 


Unos veinte años atrás, una estudiante de finanzas del tercer año, que jamás se graduó de nada porque sus índices académicos nunca le alcanzaron para terminar los estudios, le había contado a sus padres que su fracaso se debía a que el profesor de economía la intimada de la manera que la miraba a ella con sus ojos de zapo. Los padres, que con toda buena intención se habían acercado a la escuela en busca de una solución para su hija, terminaron por levantar un record del incidente, que ahora estaba registrado en el expediente del profesor. Eso les bastó para buscar a la chiquilla, que era ahora una mujer soltera y con dos hijos, a la que le ofrecieron un apartamento nuevo y un trabajo bien remunerado, si se atrevía a admitir que aquel hombre, quien había sido su maestro y era mucho mayor que ella, la había mirado indecentemente. 


Con aquella herramienta en la mano, dejaron que pasara otra semana, esperando el momento mientras calaba en los medios públicos la opinión negativa de los economistas que habían contratado para que argumentaran que aquella idea de la computadora era simplemente absurda. Luego que los censos  comenzaron a mostrar que la población estaba completamente confundida entre si aquello era realmente posible o solo un sueño de ciencia ficción, le dieron al asunto el toque de gracia, sacando de la vaina el cuchillo de la puñalada final. La muchacha apareció de casualidad frente a las cámaras de una cadena de televisión que preguntaba por las calles sobre lo que pensaba la gente acerca de poner sus destinos en las manos de una computadora vulnerable y sin sentimientos, hasta que pasó la mujer con sus dos hijos frente a la cámara, para decir que era verdaderamente una locura y que igual, aquel profesor no había sido más que un atrevido sexual. Con esa simple oración, hirieron pensaron que habían herido a aquella idea de muerte.


Del escritor del cuento original, que era quien había generado todo aquel problema, la medicina fue mucho más sencilla. La compañía que le proveía con su sitio en la internet se lo cerró por razones de seguridad, y para que no le quedaran más deseos de inventar historias, un juez lo llamó a declarar por 22 dólares de una multa de tránsito que no había aparecido en sus declaraciones de impuestos, dos años atrás. Con la amenaza de ser condenado por aquel delito, le perdonaron la omisión con 5 años de libertad condicional, período durante el cual no le estaba permitido la publicación de artículos ni hablar con la prensa. El trabajo estaba completo. 




Pero a pesar de que, como un clan de gangsters resentidos, los políticos de aquel país le destruyeron la reputación de dos personas inocentes, no les duró demasiado el intento de desviar la atención del público porque sus defensores no la dejaron desvanecerse en las redes sociales. De hecho, aquel remedio que pensaron infalible, resultó ser mucho peor para la solución que deseaban, que era que la gente se olvidara del asunto; al menos hasta que pasaran las próximas elecciones y les diera más tiempo a preparar una estrategia que les permitiera lidiar con aquel monstruo cibernético. Pues resulta que el profesor de economía, a quién por demás retiraron prematuramente de la enseñanza para que pudiera salvar su reputación sin verse envuelto en reclamos legales ni presiones administrativas, pues aquel señor tenía un buen amigo, extranjero pero catedrático también y Novel laureado, con muchas fanfarreas por sus numerosos libros y conferencias sobre economía de mercado. Cuando él se enteró de la desgracia en que había caído su estimado colega, se le ocurrió salir en su defensa tan solo diciendo donde todos lo pudieran escuchar, que probablemente su amigo tenía mucho de razón en defender aquella idea. Y luego agregó, como quien no quiere las cosas pero con toda intención, que si se proveían las circunstancias adecuadas, los ajustes necesarios, una computadora podría ser sin dudas capaz de administrar una economía, si se diseñaba un programa para tales fines y se le alimentaba con datos reales. 


  • Las computadoras no mienten ni se equivocan. Los que se equivocan son los que las alimentan y programan. - terminó para confirmar su posición.


Aquello fue todo lo que bastó para que luego de haber transcurrido tan solo dos meses, el asunto de la dichosa computadora, aspirante al cargo de ministra de economía, ganara otra vez el voto popular, a poco mas de un año y medio de las elecciones reales.


Muy pronto una compañía con experiencia en hacer juegos de realidad virtual, se dio a la tarea de producir un software que pretendía vender como un candidato fiable, incorruptible, infalible, incansable, capaz de aconsejar o incluso sustituir al ministro de economía con su gestión. Un programa seguro, sin conexiones a la Internet, que no se podía manipular ni modificar, tan solo alimentar con información desde un teclado local. Luego de eso, aquel asunto era de todo de lo que se hablaba en el país. Los que estaban a favor de una sustitución radical, decían que como consejera no era suficiente porque nunca sabrían los resultados reales a los que la computadora había arribado porque seguramente iban a ser manipulados o escondidos, cuando no fueran los convenientes; mientras para los que estaban en contra, que cada vez eran menos, seguían con el argumento de que las decisiones económicas son también políticas y que no eran tan fáciles como sacar cuentas o calcular el resultado algebraico de una ecuación. Lo cierto era que el grupo se les iba reduciendo y la idea por otro lado iba llenando de ilusiones a los mismos votantes que hasta entonces habían permanecido alejados de las urnas y de cualquier tipo de debate, contaminados por la desilusión y el desinterés en el futuro. 


Para que la nueva aspirante a ministra funcionara como parte de un gobierno tradicional, tendría que haber transparencia absoluta en la administración y ese era precisamente uno de los problemas más importantes que aquel proyecto venía a resolver. Los resultados que arrojara la computadora tenían que ser inmediatamente públicos, algo que todos sabían que utilizando una razón u otra, los políticos inventarían cualquier excusa para clasificar la información o al menos manipularla, alegando cualquier pretexto que les permitiera ignorarlos o desacreditarlos. El actual ministro de economía ya había hecho declaraciones de que las proyecciones económicas tenían que permanecer alejadas de la vista pública. Algo completamente necesario, explicó, para poder ejecutar la agenda presidencial de una manera ordenada y en una escala de prioridades. Por otro lado, el ministerio de asuntos exteriores, que agrupaba la mayoría de los intereses internacionales de las transnacionales que de una manera u otra desangraban la economía del país, exigiendo ventajas en los pagos de impuestos y contratos en donde se le concedían prioridades de las que no podía ni soñar sus competidores; el ministro de exteriores había dicho que su trabajo se volvería un caos si estuviera subordinado a exigencias estériles de una máquina que no consideraba la complejidad de cada situación. Lo cierto era que ya para entonces, las grandes compañías estaban empujando para que el gobierno matara aquella idea puritana, con la amenaza de que se llevarían sus negocios del país y dejarían al descubierto todas las promesas que le habían comprado a los políticos de la nación, incluyendo a el presidente de la república. Aquello se había vuelta una lucha del mal contra el bien.





El gobierno del país estaba constituido por el presidente, seguido por una asamblea de senadores que nadie alcanzaba a comprender cuál exactamente era su función, pero que tenía 103 miembros seniles que disfrutaban de salarios exorbitantes y prebendas impensables, con las que se habían ganado el repudio del pueblo. El otro organismo ejecutivo era por supuesto la asamblea de los ¨mal representantes¨ del pueblo, o cómo era legalmente llamado, El Parlamento.  A eso se le sumaban los ministerios ligados a la economía y los de defensa, orden público y el sistema judicial. Todo aquel aparato administrativo se había comenzado a degenerar muchas administraciones atrás, cuando el mismo pueblo descubrió que votaban por representantes que no tenían ni la intención ni la posibilidad real de cumplir con sus promesas electorales, una vez elegidos. Los políticos era escogidos por las transnacionales mucho antes de las elecciones. Para ellos, representar a los ciudadanos que habían votado por ellos era la última cosa en la lista personal de sus agendas secretas, además de que igual habían llegado hasta allí por un sinnúmero de intereses y decisiones que nada tenían que ver con representar a nadie. Ni tan siquiera vivían en los lugares en donde los elegían ni sabían de los problemas de la población de aquel lugar. No mas eran elegidos se mudaban de vuelta para sus casas reales, para no ser molestados por sus distritos electorales con boberías y demandas impertinentes. Todo aquel brete de las elecciones era un asunto con el que ellos tenían poco que ver, en el que ellos solo habían puesto sus caras y recitado discursos convenientemente redactados por otros. Una vez elegidos, sus decisiones sobre cualquier asunto venían de sus partido dé afiliación, al que le debían el puesto, el salario y la obediencia. La gente que había votado por ellos, unos pocos ingenuos que todavía creían en el poder de su voto, habían sido víctimas de un sistema de marketing muy bien elaborado, en donde  los cabildos ante el gobierno de las compañías privadas más poderosas, pagaban por debajo de la mesa a los partidos políticos para promover en las elecciones a los candidatos más favorable para sus intereses, además de los gastos extras en que incurriera la campaña electoral. Eso, que ya era suficiente corrupción en sí mismo, estaba acompañado por el comportamiento siniestro de los dos partidos políticos más grandes, que se disputaban el turno entre ellos para la presidencia del país como si fuera una empresa privada, presidencia por la cual pagaban mucho dinero cada cuatro años, pensando solamente en los beneficios que les traería de vuelta. Todo por supuesto en nombre de la democracia. 


Había sido en aquellas condiciones insostenibles, era que había aparecido la idea salvadora de acabar con los administradores humanos y reemplazarlos por un robot, que si bien no podía hablar o moverse, era completamente incorruptible y no conocía de bandos. Todo lo que esperaban de aquel artefacto era que fuera transparente y que no mintiera. Pero a la misma vez sus promotores temían que sucediera lo mismo que en décadas anteriores con los carros autónomos,  que ahora se paseaban victoriosos por las avenidas del país. Aquellos autos inteligentes habían fracasado siempre que intentaron insertarlos conjuntamente con los choferes tradicionales en la mismas avenidas. La razón había sido que para los humanos, abusar a un carro indefenso; programado para seguir estrictamente las reglas, les era muy fácil. Los choferes les cortaban el paso, atravesándoseles delante, o encendiendo los indicadores de dirección cuando en realidad no iban a ocupar aquella otra senda, o simplemente acercándoseles demasiado por un costado; el auto sin chofer muy gentilmente evitaba cualquier accidente, sin tomar ofensa o partido en quien era el responsable por la infracción. Simplemente disminuían la velocidad y cedían el paso a quien los estuvieran importunando, haciendo que un viaje de veinte minutos, en ellos durara a veces hasta una hora. Por eso, los pasajeros seguían prefiriendo a los taxis tradicionales, porque aquellas máquinas autómatas eran demasiado lentas en comparación con un chofer de carne y hueso. No fue hasta que se decidió un día, que todos los autos en las calles iban a ser autónomos, que la idea finalmente comenzó a hacer sentido, porque a no ser por aquellos que saltaban a cruzar la avenida delante del tráfico, seguros de que los carros se detendrían antes de atropellarlos, todo marchaba como era de esperar. Con cooperación y respeto entre los taxis autónomos, sin la interferencia de humanos idiotas mezclados en el sistema. 




Los promotores de la idea de la computadora estaban organizados en un comité, bajo el cual se reunían para promover pero tambien para discutir los problemas que enfrentaba aquel proyecto para llegar algún día a tener una aplicación práctica real en el gobierno y  también para mejorar sus algoritmos con lo que iban aprendiendo en el camino acerca de como administrar una economía. El comité lo integraban economistas, cibernéticos, abogados y un par de políticos que buscaban más que nada espiar en las reuniones  del comité para luego informarle a sus colegas en el parlamento de por dónde iba caminando el asunto. Pero más que nada aquel proyecto estaba empujado por jóvenes estudiantes de diferentes escuelas y por muchos de sus profesores, además de entusiastas y líderes de organizaciones sociales. 


Uno de los partidos más pequeños, que había sobrevivido su vida política formando coaliciones, negociando los únicos tres asientos que había ganado alguna vez en el parlamento, trató de venderse al electorado como promotor de la idea de utilizar aquella computadora como ministra de economía. Su presidente se atrevió a decir públicamente que él no veía ningún obstáculo en seguir los consejos de una computadora que estuviera al servicio de la prosperidad colectiva y en favor del beneficio del país. Aquello alarmó a los demás partidos, que dé la noche en la mañana comprendieron que estaban en desventaja contra aquellos otros que se sumaran a la idea. Aquel partiducho llamado Alianza Obrera, jamás había hecho nada importante en el país, salvo vender sus asientos en el parlamento al mejor postor, y ahora venía a dárselas  de listo, rompiendo filas con los demás para ganar votos de traición. La estrategia no les sirvió de nada porque una semana después su líder se encontró misteriosamente envuelto en asuntos de drogas y los otros dos candidatos que aquel partido tenía se vieron como resultado, obligados a renunciar. Se habían atrevido a jugar con el león y allí estaba su furia, sutil, silenciosa, pero sin dudas amenazadora y real. Era una lección ejemplarizante por si alguien más intentaba pasarse de la raya. 


Pero estaban realmente desconectados del acontecer nacional, porque todo lo que la gente quería era que aquel asunto se considerara seriamente como parte del próximo gobierno. La gente no le creía a sus políticos y no estaban dispuestos a aceptar un No por respuesta. La computadora iba como ministra o no habrían votaciones, decía la gente en las calles. Se veía claro que los electores tenían más embullo y esperanzas en la idea que una idea clara de cómo iba a funcionar aquel nuevo estilo de administración. Por eso, el locutor del podcast con mayor audiencia en el país, en el que se discutían asuntos económicos, invitó a varios miembros del comité organizador para que explicaran con argumentos claros si la idea de la computadora era realmente posible, el cual estuvo disponible para ser escuchado el mismo día en que el presidente declaraba abierta la carrera electoral para las próximas elecciones, a celebrarse en un año.


En el podcast, los miembros del comité explicaron que el software que tenían disponible lo hacía completamente posible para asumir las responsabilidades de ministra de economías y finanzas, pero el mayor problema era que incluso si la computadora era aceptada en el gobierno con tal responsabilidad, no existía ninguna forma real de proteger sus datos ni sus resultados. Uno de ellos explicó que la computadora podría generar soluciones viables a los problemas económicos que tenía el país pero sí las personas a su alrededor los escondían o los clasifican como secretos, iba a ser lo mismo que si ella no existiera, explicó. La mejor manera de que aquella computadora pudiera tener éxito en su gestión, promover transparencia y un camino concreto a soluciones era si se le daba poder ejecutivo real y se mantenía  aislada de las garras de los intereses de los políticos a su alrededor. 


Fue allí cuando al anfitrión del podcast se le ocurrió decir,


  • O sea, ustedes proponen que la computadora no sea solamente la ministra de economía sino que sea de hecho la presidenta del país....? - a lo que siguió el silencio, como si nadie se atreviera a admitir que eso era precisamente lo que todos estaban esperando. 



El comentario pasó por tres días en las noticias sin levantar ningún revuelo, flotando sin voltearse en medio del ruido de los tantos comentarios al respecto, sin que aparentemente nadie hubiera entendido lo que se estaba proponiendo ahora. Y tal parecía que iba a desaparecer en el mar en donde se pierden todos los discursos y los puntos de vista acertados, cuando una revista publicó su portada digital con una computadora sentada en la silla presidencial, con el ratón sobre la constitución de la república y el teclado vuelto hacia el frente de la mesa, como quien estuviera dispuesto a responder a las preguntas y a escuchar todas las peticiones. 


El tráfico del sitio de Internet en donde se almacenaba la revista lo hizo colapsar aquel día. El artículo fue leído más de cinco millones de veces en menos de dos horas, a lo que siguió un número muy similar de audiencia  por el resto de la semana. No solo de lectores nacionales sino también de todas partes del mundo, que estaban siguiendo con verdadero interés aquel fenómeno del país que estaba arto de sus políticos y los quería reemplazar con un robot.


Mirando aquellos datos, los parlamentarios se alarmaron otra vez y comenzaron a prepararse para las llamadas que seguramente seguirían de sus constituyentes y periodistas, para saber qué pensaban ellos del asunto. Era urgente tener una respuesta clara de qué aquello era absolutamente imposible bajo la constitución vigente actual. El argumento era que no se podía registrar una máquina como candidata a presidenta del país, sin mencionar además que se requería ser ciudadano nacionalizado y con ciertas condiciones legales para poder aspirar a la alta oficina de la administración. Lo interesante fue que aunque se llenaron de argumentos y prepararon a sus secretarias y ayudantes para que fueran firmes en sus explicaciones, nadie los llamó. Nadie los quería ni querían saber de ellos. Todo el mundo se imaginaba lo que les iban a decir si se comunicaban con sus oficinas, así que nadie se tomó el trabajo de preguntarles nada. El pueblo estaba totalmente convencido de que votarían por la computadora. Todos los representantes; incluyendo los senadores, los ministros y todo el paquete administrativo, se podían ir todos a la mierda, con sus salarios, sus rollos y sus mentiras.


A seis meses para el día del voto, ninguno de los candidatos tenía una idea de cómo atraer atención a sus campañas, porque a no ser por unos pocos fieles, los propios miembros de sus familias y los mas fervorosos activistas del partido, nadie más venía a las reuniones ni a los debates. Incluso el presidente del país, que se preparaba confidente a extender su mandato por otros cuatro años, ordenó un millón de pizzas que repartiría a los que llenaran el coliseo nacional y le escucharan su plegaria desesperada. Y así y todo, con dos pipas llenas de Pepsi-Cola y tres camiones del ejercito llenos de cajas de pizzas humeantes y olorosas, no vino nadie. Las miles de cajas de pizzas se quedaron zocatas en los mismos camiones en que las trajeron, esperando por una turba comensal que no se tomó el trabajo de hacerle el juego al señor presidente. Incluso los reclutas del servicio militar que ayudaron a recoger las pizzas y transportarlas hasta el coliseo tampoco votaron por él, debido a que cada vez que lo veían en las noticias recordaban la indigestión de las pizzas, que les duró por toda una semana. 


El presidente decidió entonces llamar a una reunión con el parlamento y el senado, con la asesoría además del cuerpo jurídico, para considerar si todas las partes estarían de acuerdo en presentar un golpe final a aquella idea absurda, que amenazaba ahora con tirar el país al caos. Con argumentos legales, amparados por la constitución vigente y temblando en sus pantalones, salieron todos de la reunión, a decirle a sus ciudadanos que luego de haber consultado con todo el aparto jurídico y político, aquella idea era absolutamente ilegal e imposible de considerar. 


La respuesta del pueblo fue entonces, cambien la constitución. 


Políticos al fin, se hicieron los de la vista gorda. Dejaron que pasara una semana, a ver si se calmaban los ánimos y llegaba por fin el día de las elecciones, que parecía tan lejano como un porvenir sin promesas. Las campañas  de cada cual siguieron sin rumbo, ignorando el percance de que nadie estaba realmente interesado en escuchar más mentiras. Así y todo, pensaron los estrategas, que incluso aunque casi nadie saliera a votar, un presidente con cien votos era todavía un presidente elegido y que al final, aquel no sería un hecho muy distinto de los 100 324 votos con que había sido electo la vez anterior. Pero las cosas no salieron cómo las deseaban, porque a tres meses de las elecciones y cansados de esperar, la gente salió a la calle a exigir que se incluyera en la boleta electoral a la computadora, con su teclado y su ratón o no habrían elecciones. 


Cometieron el error, en acto de verdadera desesperación, de sacar a la policía para enfrentar las turbas y callarles la boca al pueblo y esa fue la última equivocación. En menos de doce horas después del altercado, que mando a 7 personas al hospital con heridas y magulladuras de diferentes tipos, el país entero estaba en las calles, demandando que se incluyera a la computadora como candidata a la presidencia del país, además de exigiéndole al presidente del millón de pizzas, como lo llamaban todos, que renunciara y se fuera a engañar a otros. Luego de una semana de nadie trabajar, con casas de campañas instaladas en los parques y en las plazas del país; con los estudiantes durmiendo en sus escuelas y los obreros en las puertas de sus fábricas, el presidente aceptó la derrota, disolvió su gabinete y renunció a su cargo, dejando al vice presidente encargado de llevar las riendas del país hasta que el próximo elegido, cualquier que fuera, se invistiera con las órdenes del país. 


Pero la gente no les creía una palabra, y aunque celebraron la renuncia, siguieron en las calles hasta que se dieron pasos concretos para admitir sus demandas. Bajo la insistencia enérgica de la mayoría, se formó un comité de transición en el gobierno para analizar cómo sería posible que una computadora remplazara al presidente de la república. Sus miembros se escogieron de entre los senadores y parlamentarios con más experiencia tecnológica o legislativa. La otra gran parte del comité eran precisamente los miembros del comité para promover el proyecto. En pocos días quedó claro que la verdadera misión de aquellos elegidos era la de disolver el modelo de administración tradicional y diseñar un cuerpo totalmente nuevo, cuyo jefe sería la nueva presidenta electa.  


Decidieron que el programa de computadora que estaría a cargo de dirigir la nación, se basaría en tres pilares fundamentales. La transparencia, la igualdad y el desarrollo económico. Aquellos eran las tres prioridades más importantes bajo las cuales todo lo demás sería secundario. El algoritmo había resultado de hecho muy sencillo, una vez programadas las fórmulas básicas para calcular los índices económicos. Todo lo demás se redujo a una base de datos que organizaba los compromisos de pagos de la deuda y administraba los recursos de los planes a corto y mediano plazo. Lo demás eran cantidades de dinero que entraban y salían de las arcas y que había que reportar centavo a centavo, como todos esperaban, en los sitios de internet del gobierno. Los ministerios por su parte, quedaban establecidos básicamente cómo habían funcionado hasta aquel momento, solo que sus gestiones quedaban subordinadas a las decisiones de la computadora, en sus prioridades y momento de ejecución. 


Considerando que una computadora no podría realmente representar un país en eventos internacionales, se creó el puesto de  `secretario de la nación`. Un puesto simbólico que serviría como la cara del gobierno ante los organismos internacionales y las visitas de dignatarios, pero era solamente una persona para las relaciones diplomáticas, que no tenía ni voz ni mando en decisiones importantes. Por eso se ocupó el puesto con líderes de las comunidades y profesionales del arte, que se rotarían la posición cada dos años, por el tiempo que durara aquel experimento. Nadie estaba autorizado bajo la nueva estructura a decir ni prometer nada que no estuviera en completo acuerdo con el plan de la computadora. Ningún funcionario del gobierno o sus ministerios tenían la potestad para modificar o cuestionar los resultados de la computadora. Todo lo que podían hacer con los desacuerdos era enviar una petición para que su solicitud se debatiera en el ministerio concerniente y luego se sometiera a votación con los ciudadanos, como se haría con todas las peticiones, sin importar su origen. 


Otra medida radical adoptada fue que se abolían con el fin de la actual administración los representantes del parlamento y el senado. Cada ciudadano del país tendría acceso al Centro de Voto Central, donde se conectaban utilizando su número de identidad y que les permitiría ejercer el voto y exponer además su demandas en cada decisión que requiriera la intervención de la ciudadanía. Cada sugerencia ciudadana de algún tópico nuevo, se clasificaba en sus respectivos géneros, bajo el monitoreo de un especialista en el tema, que funcionaba además como moderador. Una vez cerrado el debate, el especialista estaba encargado de generar el informe final, que si se había aprobado con los votos suficientes, se alimentaba en la computadora jefa de estado, para que esta lo considerara en los por cientos a la hora de calcular sus planes anuales. Todo esto bajo la mas estricta transparencia, desde la cantidad de votos y quien votaba, hasta la implementación final del proyecto. Un ejemplo de democracia participativa que les funcionó y se volvió  la envidia de muchos otros países, que se negaban a considerar aquella alternativa atrevida.





Muchas de las compañías que se habían aprovechado de la corrupción existente para hacer dinero, comenzaron a hacer planes para abandonar el país, pues sabían que bajo una planificación justa y equitativa no tendrían el mas mínimo chance de engañar o aprovecharse de pre vendas. Una vez que la economía se estabilizó y se había pagado un gran parte de la deuda, muchas de ellas retornaron, no como antes demandando condiciones sino suplicando por un chance para participar en la economía del país. A los políticos retirados por aquella comisión también decidieron abandonar el país, muchos de ellos pensando que lo próximo que la computadora encontraría sería todo el dinero perdido o mal habido y la consiguiente investigación que vendría a por ellos. Se iban diciendo que el país había caído otra vez en las manos de comunistas, que lo iban a destruir con las nuevas medidas locas, que catalogaban además de temporales. Pero se iban, porque conocían bien de todos sus pecados anteriores, cuando el país estaba en manos de políticos ladrones, corruptos y mentirosos. Lo cierto fue que la computadora no se tomó ni el trabajo, ni tampoco estaba programada para hacer auditorías del pasado. Estaba muy ocupada con sus algoritmos de inteligencia artificial, tratando de encontrar dinero en donde no lo había para pagar la deuda y desarrollar además la economía del país. El pasado no le interesaba, eso era asunto para los humanos. Las máquinas cuentan con lo que tienen ahora para producir futuro, lo demás es un estorbo del rencor, sentimiento que ella por demás no tenía.


El comité de transición dispuso que para seleccionar a los ministros, ahora que no habría presidente ni partidos, se le daría esa tarea a las facultades relevantes de las Universidades. Cada cual en su especialidad, escogerían a la persona que cada cuatro años ejercería como representante económico, de educación, de las artes, industria, turismo, en el ministerio correspondiente hasta que fuera reemplazada o vuelto a elegir. No tenía límites el termino ni tampoco venía con un salario estrepitoso. Ganaban básicamente lo mismo que ganaba un profesor de la universidad y su misión y la de su cátedra se limitaba a estructurar las decisiones de la computadora, especialmente en términos de presupuesto. 


Quedaba establecido que aquella nueva modalidad de gobierno quedaría en vigor hasta una vez los ciudadanos decidieran abolirlo por un voto del 51% de la ciudadania, momento en el cual se llamarían a elecciones tradicionales y se restablecería el parlamento y la administración central. Para garantizar esto, se decidió pagarle por dos años el salario a todos los funcionarios tecnócratas más importantes del gobierno, que podrían ser llamados de vuelta a ocupar sus puestos en cualquier momento, en caso de que el experimento no arrojara los resultados a la altura de las expectativas que tenían depositados en el. 


Todo lo demás se iría modificando o analizando en el camino, porque nadie sabía a ciencia cierta si todo aquello era una ilusión o si realmente iba a funcionar como reemplazo del sistema anterior.





Y llegó el día tan esperado en que la computadora tomaría las riendas del país. Ni tan siquiera se tomaron el trabajo de incluirla en la boleta para continuar las elecciones presidenciales porque todos sabían quién sería el ganador de la primera y única vuelta. La comisión decidió sin embargo cancelar las elecciones y ahorrarse todo el dinero que quedaba en su presupuesto. Con todas aquellas medidas dispuestas, la gente se fue a sus casas y comenzó nuevamente la producción y los servicios del país, reabrieron las escuelas y se limpiaron las avenidas. Lo interesante fue que había entre la gente un aire de camaradería que habían olvidado muchos años atrás, cuando toda la política de los perversos estaba más que nada, enfocada en dividirlos y hacerlos sentir miserables.


La computadora no estaba ni tan siquiera en el edificio presidencial. Se había decidido que para su protección, estaría instalada en las arcas del banco nacional, en donde se había habilitado un par de oficinas para los encargados de alimentar los datos y analizar los resultados, y otra más amplia para el servicio al usuario, que consistía en responder las preguntas, contar los votos y alimentar la información en las paginas de Internet del gobierno, donde todos pudieran acceder a la información en tiempo real.


Justo a las doce de la noche y con todas las piezas puestas en su posición, la computadora tomó control del gobierno. Los datos que llegaban de los diferentes ministerios se habían estado alimentando desde el último mes en su base de datos y el programa iba arrojando lentamente números que comenzaban a separarse de los que hasta entonces habían regido los destinos del país. El que primero comenzó a tomar un rumbo completamente diferente fue como era de esperar, el relativo al pago de los compromisos de la deuda nacional. La computadora sugería que se eliminara el presupuesto de muchos programas sociales, incluidas subvenciones a medicamentos, atención médica, asistencia para los pobres y la cancelación de muchas concesiones de taxes, que estaban dirigidas a la energía y el transporte y que mas que a nadie más, favorecían a los grandes consorcios. 


Había especialmente un número de mucho interés, que era el dinero que quedaba cada mes para el presupuesto nacional, el dinero que estaba disponible para ser invertido en el país y del que salían todos los programas sociales, el salario de los trabajadores federales, dinero de mantenimiento para infraestructuras, militares, policías e instituciones culturales, educacionales y media en general. En un país de 10 millones de personas, gobiernos anteriores habían inflado aquel número a casi 100 millones anuales, del cual ellos se robaban el 25%, de una manera u otra. La computadora lo puso en 20 millones en el primer mes, la diferencia era que nadie se robaba nada esta vez, por lo que en el primer, segundo y tercer meses, sobrevivieron los recortes a como pudieron, ayudándose los unos a otros con comida, dinero y hasta con albergues, pero complacidos con que la deuda se iba a ir reduciendo, aunque lentamente pero de una manera que esperaban fuera exponencial. 


No tenían a quién criticar. La computadora tomaba decisiones basadas en factores puramente matemáticos. No había ninguna influencia política en sus decisiones ni intenciones corruptas o arbitrarias. Todos los números estaban publicados casi instantáneamente y la gente los miraba en sus pantallas asustados, pero a la misma vez complacidos de que aquello era su proyecto y lo que ellos habían decidido para su futuro. Aún así, las críticas no cesaron durante aquel periodo. Los políticos de antes predecían una catástrofe económica en el país, una inflación de la moneda que se tornaría gradualmente en una crisis económica insostenible. Cada decisión de la computadora les parecía a ellos el principio del fin, una calamidad social que nadie se hubiera atrevido a predecir. La cadena de noticias que muchos de ellos utilizaban para tener acceso al público colapso a solo unos meses luego de las elecciones porque no pudieron seguir vendiendo espacio para comerciales, se había quedado sin audiencia. La computadora por su parte, sin poder escuchar lo que decían de ella, enfrascada solamente en sus cálculos y predicciones, seguía su rumbo imperturbable, haciendo con los números lo mejor que podía para distribuirlos equitativamente, buscando soluciones reales, sin magia ni promesas. Los números eran tal cual eran y reflejaban el dinero que realmente existía, sin tener que pedirlo prestado.


Al poco tiempo, unos seis meses en el experimento, la deuda había disminuido en solo un 2% y sin embargo los recortes habían sido sustanciales. La economía del país había sufrido, no solo por la falta de estímulos que antes se dedicaban a promover su desarrollo, sino también por la apatía de los hombres de negocios, que añorando la vuelta al sistema anterior, le negaban el chance a las nuevas regulaciones a florecer. No solo se negaban a invertir, previendo una crisis terminal que nunca llegó, sino además para, con el bloqueo, empujar al fracaso a aquellos que pretendían vivir sin hacerlos ricos. La economía estaba sufriendo los pagos de la deuda, que por demás no se reducía con la premura que todos esperaban.


Fue por eso que la computadora decidió, de analizar la eficiencia de la economía y los salarios que se pagaban, los gastos provinciales en transportación y el precio del petroleo que era importado en casi la mitad, que lo mejor era desemplear la mitad de los trabajadores vinculados al gobierno central y pagarles la mitad de un salario promedio por quedarse en sus casas haciendo nada. Y lo mismo con todos los que quisieran terminar sus empleos y básicamente, vivir del cuento. Todos recibirían el mismo salario. Aquello sonó tan diferente e inesperado, que incluso los promotores del proyecto se asustaron de que aquella medida tirara por tierra todo el experimento. Pero luego de un análisis por el departamento de economía de la Universidad Central, cátedra que había tenido el honor que constituir el primer ministerio de economía de la nueva administración , llegaron a la conclusión de que esta tenía toda la razón. Si se eliminaban la mitad de los empleos y se paga un salario mínimo, se podrían llegar a ahorrar hasta un cuarto del presupuesto nacional. 


El primer día del mes próximo, casi un tercio de los empleados del país se quedaron en sus casas o en algunos casos, se rotaban en turnos de tres meses, con un salario pagado por el estado por no hacer nada. Los primeros que renunciaron fueron por supuesto, los trabajadores de los empleos peor pagados o de peores condiciones. Para hacer justicia de la medida, el ministerio del interior proponer que aquellos empleos que nadie consideraba, serían pagados al doble de lo que se pagaba antes, para evitar que los hoteles, los restaurantes y las fábricas que todavía utilizaban mano de obra se quedaran vacías.  Cuando aquella idea se sometió al voto popular, pasó sin mayores percances, sin embargo la computadora presidenta la rechazo porque los números no admitían tal tolerancia para cumplir las proyecciones. Sin poder irle a la contraria a la computadora, se sometió el estudio al ministerio de finanzas y precios, que conjuntamente con el de interior, que era quien regía las normas laborales, llegaron a la conclusión que la mejor manera de resolver el asunto era ofrecerles una parte del negocio a quienes quisieran trabajar como camareros, obreros, enfermeras, sin perder su salario mensual de desempleado. Aquello resolvió mágicamente el problema, porque sin un salario previsto, las ganancias de aquellos empleados dependía de cuan bien administrado fuera el negocio, lo que los sentaba a ellos en la mesa de las decisiones.


Pero incluso así, muchos otros se acogieron al paquete de desempleo y sin embargo siguieron trabajando ocasionalmente, algo que estaba también permitido, siempre que lo declararan en sus impuestos. Esa fue la primera medida que tomó la presidenta que le ganó un montón de seguidores. La gente no podía creer que estuvieran recibiendo dinero por estar mirando televisión o viajando o sentados en el parque. Pero incluso no terminó allí. Unas semanas después, los números de la deuda comenzaron a mejorar, porque el ministerio de finanzas logro negociar los plazos de la deuda de cinco años con mejores términos, basados en la confianza que los inversores iban depositando en el nuevo sistema, que les pagaba sus cuotas mensuales sin perder un día en el pago. Cuando alimentaron los nuevos datos en la computadora, esta eliminó casi un 10% de la deuda y predijo que estaría totalmente pagada en menos 18 años bajo las condiciones actuales. Aquel día todos salieron a la calle pero no para protestar, sino para celebrar lo acertado de la decisión de todos de cambiar el sistema y tomar el mando real de sus destinos.


Cuando el dinero comenzó a mejorar, las estadísticas comenzaron a mostrar que la gente en sus casas utilizaban menos los servicios de salud que cuando estaban empleados. El transporte público se utilizaba un 60% menos, como había previsto la presidenta, ahorrándoles un montón de dinero en combustible y empleos. Pero además hubieron otros factores que incluso la computadora no podía apreciar. Las escuelas comenzaron a reportar mejores índices académicos debido a que los padres tenían más tiempo para contribuir a la educación de sus hijos, además de que ayudaban con todo lo que se necesitara en la escuela. La delincuencia juvenil desapareció casi por completo, los accidentes de todo tipo disminuyeron el 40%, los nuevos casos de stress disminuyeron a la mitad y el consumo de medicinas, que antes estaba exento de impuestos, se redujo de tal forma que el país comenzó a exportar el surplus de casi todas las drogas que se producían en el país. 


El experimento estaba funcionando tan bien que muchos gobiernos provinciales instalaron sus propias computadoras y ahora se subordinaban a ellas para trazar sus planes. Cuando se dieron cuenta de que estaban simplemente copiando los datos de la computadora federal a la computadora provincial, decidieron conectarlas para que se hablaran entre ellas sin la intervención humana, lo cual decidieron hacer mediante una señal de radio que eran verificadas y encriptada antes de ser lanzada al aire. Una vez que ambos gobiernos estaban conectados virtualmente, las computadoras de ambas partes comenzaron a colaborar en sus planes y de allí surgieron ideas como la de eliminar un sin número de posiciones que eran simplemente innecesarias, o como sucedió con los parques, que el gobierno provincial asignó a las escuelas locales por un poco más de dinero en su presupuesto. Aquella idea floreció casi instantáneamente porque con la ayuda voluntaria de los padres ociosos, no solo estaban limpios y bien plantados, sino que cada cual se sentía dueño del suyo, y lo mismo hacían actividades sociales en ellos, que las escuelas pasaron algunas de las clases que se impartían a ellos, bajo la supervisión gratis de los padres de los alumnos. Lo mismo pasó con los centros de atención médica, al que el ministerio de salud llamó a hacerlos parte de la comunidad, y el cuidado más allá de la atención profesional, se organizaba con voluntarios que preparaban comidas, atención social y actividades recreativas en sus comunidades para los pacientes y los ancianos, que muchas veces eran su propia familia. 




Bajo estas circunstancias, fue que un estudiante que estaba preparando su doctorado en economía, decidió que su proyecto de graduación estaría basado en la distribución equitativa de un salario social, como él lo llamó. La idea era que cada ciudadano del país, desde el día de su nacimiento hasta que se moría, sería propietario de una acción en cada propiedad estatal del país. De esa manera, al salario de cada ciudadano se le adicionaría, libre de impuestos, el interés de su acción en la economía nacional. Cuando llegó el momento de discutir su tesis de graduado, tenía sobre sus hombros la atención de toda la población, que se había ido acostumbrando a vivir sin trabajar, además de la atención de la mitad del planeta, que estaba siguiendo muy de cerca aquel experimento insólito.  


Dos meses después de ganarse el título de Doctor, se implementó aquella idea como un proyecto piloto en la base de datos de la computadora. Cada propiedad del gobierno sería distribuida en partes iguales entre todos los 10.3 millones de ciudadanos del país. Con eso, si la economía florecía todos eran más ricos, y si se iba en picada todos perdían en el valor de sus acciones. Una vez convertida aquella idea en números y alimentada en el sistema, la deuda del país disminuyó otro 3% para la sorpresa de todos. El dinero que llegaba a las manos de cada ciudadano venía de los ingresos del país, que en un principio era casi nada, pero que años después, especialmente cuando comprendieron que siendo menos eran todos más ricos, el dinero de cada mes era más que suficiente para una vida modesta y sin muchos lujos. 


Los que trabajaban tenían más dinero, porque recibían el dinero de sus acciones nacionales además de su salario. Pero pronto se instauró un programa para que los dueños privados de negocios que reportaban más de un millón al año, sé los vendieran al gobierno, quien automáticamente distribuía sus acciones entre todos los ciudadanos, dejando sin embargo a sus dueños originales en la administración, con salarios que eran en correspondencia con el valor de las acciones en el mercado. Como resultado, cada cual estaba interesado en ayudar al negocio que tenía en su región y lo mismo trabajaban de voluntarios pintando paredes o limpiando las oficinas, que le hacían promoción a los productos nacionales, porque por supuesto, eso los beneficiaba a ellos mismos.  Solo los grandes negocios privados, especialmente los extranjeros, permanecieron privados y sus trabajadores tenían salarios distintos a los del resto. La mayoría de todo lo que se producía en el país, incluyendo el turismo, los minerales, la producción de energía, los ríos, la tierra, la moneda y hasta el alcantarillado, eran propiedad colectiva de todos.


A los dos años de aquella idea la gente no podía estar más contenta aunque sin embargo tenían menos que antes. Muchos programas que antes les eran brindados por el gobierno habían sido cancelados, muchos precios habían subido y sin embargo estaban todos felices porque no habían mentiras ni corrupción. Los números estaban allí, producidos y gastados, invertidos y ganados, todos hasta el último centavo. La gente votaba para decidir en qué invertir, desde los buses públicos hasta el dinero de la defensa. No habían planes secretos ni cuentas escondidas. El dinero de los jubilados, que se manejaba en cuentas internacionales, se fue lentamente transfiriendo a la moneda nacional, porque dejó de tener sentido convertirlo a otra moneda cuando cada cual era dueño de las acciones del país. 


Un tiempo después, aquellos gobiernos locales que habían optado por el estilo de la computadora, decidieron eliminar el gobierno provincial y seguir una estrategia de administración muy parecida a la que había implantado el país. No solo se ahorraron muchísimo dinero en salarios sino que su gestión mejoró en casi un 150% a cuando lo hacían con políticos y burócratas. 


La economía creció y aquel país logró pagar su deuda en menos de quince años. Luego de eso todo el dinero que producían era de ellos, que por cierto habían dejado de ser 10 millones para ser ocho y unos cincuenta años después, eran solo cinco millones, algo que se pronosticaba sucedería si acaso en 100 años. Aquella deuda enorme que no había manera de pagar se pagó, y aquel mismo día en que se quitaron aquel peso de los hombros, hubo una fiesta nacional que duro dos semanas. Un mes después, los ciudadanos aprobaron por abrumadora mayoría, que tener deudas era ilícito en el país. Se instauró una ley que no permitía pedir dinero prestado para financiar el gobierno. Incluso los ciudadanos no podían deberle a sus bancos más de cinco mil dólares, entre tarjetas y líneas de crédito. El único préstamo aceptado eran las hipotecas de las casas, que eran aprobadas por otra computadora, basado en el salario de cada cual. Las deudas se volvieron desde ese día ilegales.


Estaban tan felices que el emblema nacional del país, que era un león que nadie sabía de dónde lo habían traído ni que hacía allí, lo cambiaron por la preciosa foto de un ratón de computadora, con su rabo largo y sus dos teclas diligentes. Incluso a la computadora le llevaban flores, que depositaba en las paredes del banco central y le dedicaban canciones en los conciertos y los espectáculos, y poemas que los niños recitaban en las escuelas. De estar al borde de la bancarrota, en 20 años se volvieron uno de los países mas prósperos de su hemisferio. Todos eran familia en los negocios, todos eran dueños y estaban invertidos en su país, al que cuidaban y querían porque era su fuente de ingresos. No hubieron nunca más elecciones de ningún tipo de absurdos y caros aparatos de representantes. El cuerpo militar fue minimizado a lo más necesario, contando con voluntarios que se entrenaban cada seis meses, y la policía se redujo a menos del 50% porque cuando todos se dieron cuenta de lo que les costaba cada mes aquel cuerpo de seguridad, comenzaron a comportarse de la mejor manera y además a velar por la protección de cada cual, para no tener que contratar más policías de lo necesario. 


El asunto llegó a tal escala, que se publicaban hasta los salarios de cada cual. Siempre se habían dado a conocer los salarios federales, pero a petición de la población misma y para poder tener una idea completa del gasto mensual, se publicaron todos los salarios con los nombres de sus acreedores y todos los impuestos de cada cual, que se habían vuelto casi nada porque el estado consumía realmente muy poco dinero. 


 Los países vecinos trataron de imitar aquel ejemplo y algunos lo lograron y otros fracasaron, más que nada por la presión despiadada de sus políticos, que no querían perder sus negocios. Los que implementaron las medidas como en aquel país, vieron prontamente sus frutos, los que las implementaron a medias se demoraron más en comprender sus beneficios. Los que ignoraron aquella nueva forma de administración, fueron los mismos que le callaban la boca a sus ciudadanos con miedo y opresión.


Una máquina fue la solución para el problema de los hombres. Una calculadora sofisticada que no mentía ni engañaba a nadie. Una puritana de las matemáticas que aquel pueblo aprendió a utilizar para su beneficio y sin el estorbo de quienes vivían de engañarlos. 


El punto final al experimento lo puso una entrevista que años después le hicieron a aquel cuentero, que era quien lo había iniciado todo con su historia. El periodista le preguntó con toda intención que qué le parecía hasta donde había llegado el pecado de su imaginación y el solo le respondió, recordando al juez que lo había condenado al silencio, que si había sido posible sustituir al presidente del país con un algoritmo, su próximo cuento sería sobre como administrar justicia y sustituir  a los jueces también. 



Diego Cobián

Nov/2021


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