el virus

El Virus

 

Se fue despertando lentamente en contra de su voluntad. Abrió finalmente los ojos, con el pesar de estar abandonando aquel sueño confortable que estaba disfrutando a plenitud. Hacia tanto tiempo que no dormía bien y por tan largo tiempo, que no recordaba la última vez que lo hizo con tanto placer. Cuando por fin hizo conciencia de sí, levantó la cabeza asusta, pensando que se había quedado dormido a la orilla de la playa.

 

Lo primero que notó fue que estaba acostado en una hamaca, amarrado por cada esquina a una mata de plátanos. En lugar de la playa estaba en medio de un platanal de hojas grandes y altas, coloreadas de un verde exquisito que las hacían parecer de plástico brillante o de algún metal maleable. La plantación estaba tan bien organizada que podía ver los canteros por entre las plantas hasta la claridad del final e igual en cada ángulo de 45 grados. El aire que respiraba era limpio como el de un laboratorio, nada que ver con el aire brutal de la atmósfera que se respiraba por aquellos días en su cuidad. La temperatura era agradable y perfecta, casi imposible, y por entre las hojas de plátano que cubrían el cielo notó un azul celeste despejado y sin sol que había dejado de ser infinito,  mezclado con un verdor oceánico que se le antojó tridimensional. Trato de hacer sentido de aquel lugar donde había despertado pero por más que trató no recordaba haber estado nunca antes en un platanal, si acaso había visto alguno en la tele pero jamás nada parecido. Así que tampoco pudo comprender cómo había llegado hasta allí.

 

No tenía puestos sus zapatos y todavía tenía el pantalón remangado y arena incrustada entre los dedos de los pies. Recordó entonces que la noche anterior se había quitado los zapatos y los llevaba de la mano mientras caminaba por la orilla del mar. Confundido, se levantó de la hamaca, tan solo para notar que la gravedad era diferente, se sentía mas liviano y el sonido en sus oídos era cerrado, como el de un estudio. Caminó descalzo por entre las plantas, apartando la punta de las hojas mas bajas con las manos sin saber qué hacer ni adónde ir, caminando hacía lo que parecía el  final del campo. Anduvo confundido, tambaleándose de un lado a otro por el surco, descalzo, mientras se adaptaba a su nuevo peso. Al cabo de un rato se trató de convencerse asimismo de que todavía estaba soñando e incluso hizo un esfuerzo por obligar a su memoria a no olvidar aquel sueño aventurero que había comenzado a disfrutar, tan convencido estaba de qué aquel lugar no podía ser real ni tampoco él estaba realmente allí, hasta que se detuvo cuando cayó en la cuenta de que; ¿si todo esto es un sueño y no recuerdo haber vuelto a mi casa anoche, en donde me he quedado dormido en la realidad?.

 

Los que lo habían transportado hasta aquel lugar lo observaban en la distancia, asombrados del parecido que había entre ellos y él. Tenían un estricto protocolo de no interactuar con las especies de otros mundos, que habían mantenido intacto en miles de años de viajar por el universo; estaban limitados a observar y actualizar sus mapas y bases de datos con la información recopilada, pero interferir en el proceso natural del universo era algo que trataban de evitar a cualquier precio. Esta vez sin embargo habían decidido hacer una excepción única y traer a bordo con la excusa del estudio, pero más que nada por curiosidad, a uno de los especímenes inteligentes que habían florecido en aquel planeta azul al que habían retornado hacía poco tiempo atrás. Querían no solo observar el parecido que tenían entre ellos de cerca, sino además tratar de recopilar información sobre aquella civilización que había logrado desarrollarse y sobrevivir a las calamidades constantes que imponía el universo en cada sistema solar. Y era que las imágenes de aquel planeta que miraban todos cautivados, les recordaban la casa que ellos nunca tuvieron pero de la habían escuchado en tantos relatos y documentales sobre la historia de su propia especie. Habían escuchado que su planeta de origen, que había desaparecido hacía miles de años atrás, había sido un paraíso en sí mismo, con lagos gigantes de agua líquida, vegetación natural y oxígeno en abundancia que alcanzaba para cubrir su superficie completamente, tal y como sucedía en este planeta que habían encontrado, con sus nubes de vapor, lluvia de agua fresca y arcoíris de luz. Habían escuchado cuentos de sus ancestros que incluso ellos mismos no se creían, como que se podía caminar por la superficie del planeta sin necesidad de escafandras ni tanques de respiración, ni tan siquiera ropa; y que la vida misma le era tan natural que perderse en excursiones exploratorias, navegar sus aguas o habitar una de sus tantas islas salvajes, había sido para sus habitantes un pasatiempo de rutina. 

 

Al tiempo que aquel planeta de ellos se había vuelto inhabitable tras el envejecimiento de su estrella, muchos ya se habían ido a vivir a otros planetas o lunas cercanas, viviendo una vida de limitaciones y pesares debido a la falta de atmósfera y las radiaciones infernales. Al final y luego de muchos siglos de esfuerzos y decepciones, cuando apenas quedaban esparcidos por su sistema solar una migra de toda la población que alguna vez fueron, habían aceptado la inevitable verdad de que vivir sobre un pedazo de roca en el universo era solo una aventura temporal, con abundantes riesgos y de tiempo limitado. Así que un día decidieron lanzarse al espacio en diferentes direcciones, en busca de otro lugar menos hostil; hasta que con el tiempo y con nuevas generaciones nacidas y criadas a bordo de aquellas naves exploratorias, se habían ido lentamente perdiendo las ansias de llegar a ningún lugar y se habían acostumbrado a vivir en el viaje mismo, y ya nadie hablaba de encontrar nada ni de llegar a ninguna parte, sino que navegar por el espacio se les había vuelto el sentido de sus vidas. 

 

Por eso aquel globo azul que para entonces era todavía un punto diminuto en la distancia estelar, rodando suavemente alrededor de su estrella gravitatoria, a la distancia precisa y con su luna gigante, les llenó el corazón de un suspiro que todos tenían adentro pero que ninguno se había hasta entonces atrevido a despertar. Tenía tanta agua líquida en sus lagos, una composición atmosférica casi perfecta, una temperatura natural increíblemente estable, tanta variedad de vida…, incluso le pidieron a la computadora que hiciera un análisis de futuro para la estrella en el centro de aquel sistema solar y esta regresó con una predicción de más de 100 millones de años sin ninguna catástrofe natural previsible o alguna interacción importante con otros cuerpos conocidos. Los habitantes de aquel planeta habían sido muy afortunadas de nacer allí, se decían los unos a los otros mientras leían los datos que la computadora de abordo les mostraba. 

 

Habían sido solo unos cientos de ciclos atrás que habían aparecido las primeras señales de aquella civilización y un poco mas tarde las imágenes de sus habitantes en la pantalla, sacado de una de las señales de televisión que la computadora de abordo detectó y que luego de decodificar, les mostró a ellos para su sorpresa una tarde mientras cenaban. El parecido entre las dos especies era increíble, - somos casi parientes -, se decían en su propio lenguaje. Las mismas extremidades, el mismo sistema biológico, el mismo principio alimentario, casi el mismo tamaño de cerebro y hasta los mismo ojos. Fue entonces que decidieron pedirle a la computadora que cambiaron el rumbo y se aproximara a aquel planeta que sus habitantes llamaban La Tierra. Buscaron en sus mapas si alguna vez anterior lo habían visitado. La computadora almacenaba la ubicación de los cuerpos celestes utilizando como referencia las estrellas locales y los faros energéticos del universo, para localizar objetos de interés, considerando además el régimen de expansión del universo en el tiempo. Y sí habían estado allí, como les hizo notar. No ellos, sus abuelos lejanos, hacía más de 5 mil años atrás, contando el tiempo esta vez en los ciclos solares del planeta Tierra en cuestión. Su nave había pasado aquella vez cerca del mismo Sistema Solar, pero la computadora no les reveló nada que resultara relevante en aquella visita pasada ni detectó ningún tipo de señales electromagnéticas, modulación de la luz o enlace de partículas, sino un par de planetas con potencial para derretir el agua y alguna actividad volcánica, nada distinto que en muchos otros lugares, mas o menos en la misma situación, así que sus ancestros ni tan siquiera le pusieron atención aquella vez y dejaron a la computadora que anotara los datos automáticamente, como sucedía casi siempre con las cosas mundanas que encontraban en el camino. 

 

Tampoco les sorprendió haber encontrado señales electromagnéticas porque ya habían detectado otras parecidas, signos de civilización, lanzadas al espacio mucho tiempo atrás. Tanto que para cuando llegaban a su origen, o llegaban adonde ya no quedaba nada o provenían de una clase de vida tan diferente a la de ellos en escala y origen genético que la mayoría de las veces no les inspiraba ninguna atención y preferían seguir el rumbo. 

El más anciano de ellos, un señor mayor al que todos llamaban Profesor les contó que en una ocasión encontraron en el espacio fuertes señales de radio que emanaban de un planeta cercano, oscuro, frío, aparentemente sin vida. Señales que eran caóticas y difíciles de hacerles algún sentido, - eran simplemente ruido -, les dijo. Les tomo algún tiempo para comprender que era una elaborada  sociedad de insectos diminutos que habían logrado derretir el agua en parte de la superficie del planeta y también protegerse ellos mismos de las radiaciones cósmicas, creando campos magnéticos personales, que les servían además para comunicarse entre ellos modulando su frecuencia. Generaban aquellas frecuencias de micro-ondas desde dentro de su propios cuerpos, usando química para generar y modular las señales. Tenían un elevado nivel de inteligencia animal pero les faltaba desarrollar un cerebro más grande y sofisticado para avanzar en su desarrollo social. - Hay una regla universal en nuestro mundo y es que el tamaño de las células es constante en todas partes -, agregó el viejo para terminar el comentario con una sonrisa astuta de marinero que ha viajado medio universo.

 

Una vez la señal que encontraron era solo textos porque aparentemente las tradiciones vigentes del lugar solo aceptaban usar las telecomunicaciones para adorar y enviar mensajes a sus dioses, cualquier otro tipo de comunicación era un insulto, castigado por un futuro incierto. En otros casos eran solo sonidos porque algunas especies no tenían visión y por lo tanto nada que ver o apreciar, y otras veces como en este caso, contenían audio y video, signos de que sus emisarios tenían oídos y ojos para mirar, como era el caso de ellos mismos. Nunca antes habían encontrado una civilización tan avanzada en un lugar con tanto porvenir, como descubrieron luego. Habían aprendido con el tiempo que el universo es un medio hostil, que no promueve la vida; mas bien es la vida la que se empeña en proliferar en medio de un universo voraz e imperdonable, como una plaga tratando de emerger por entre la masa de un pan cáustico.

 

Luego que no pudieron evitar la tentación de interactuar con La Tierra, les había tomado ciclos de preparación para escoger y aprender uno de los idiomas con más lógica y estructura, mientras la computadora iba seleccionando al sujeto apropiado que al ser extraído de su ambiente, causara la menor distorsión posible en su entorno social. Preferían a un sujeto que estuviera conectado a la actualidad técnica y científica de su tiempo pero que no tuviera conexiones familiares ni públicas que delataran su ausencia durante la visita en la nave, o que hiciera algún comentario a su retorno que alguien le pudiera creer por su lugar en la sociedad. No podía ser muy joven pero tampoco muy viejo, por temor a que la energía del portal de transferencia lo fuera a matar, ni tampoco podía ser muy grueso porque el portal solo podía absorber un diámetro reducido de información genética. Y por fin y tras un filtro minucioso de posibles candidatos, lo habían seleccionado a él, que ahora caminaba desorientado por entre las matas de plátanos y los cocoteros, mirando a todos lados con su mueca de susto, como si acabara de nacer. Lo habían escogido más por la simpleza de sus relaciones personales que por su capacidad intelectual, más por la facilidad que proporcionaba la pobreza de su espíritu que por algún mérito que tuviera para ser embajador de su planeta de origen. Lo habían observado por días en su vida aburrida y rutinaria hasta aquella noche en que lo secuestraron mientras él caminaba por la playa oscura, en medio de una situación excepcional de visibilidad máxima, en donde el humano más próximo para ser testigo estaba a dos veces más de la distancia razonable para notar alguna cosa.

 

 

Caminar por la orilla del mar era algo que él hacía muy a menudo luego del tedio diario de la oficina. Se había graduado en Electrónica hacía más de treinta años atrás, pero era una profesión inútil que ya nadie necesitaba desde que todos los variados componentes de los circuitos clásicos se habían vuelto la misma pieza programable con diez patas, diminuta, inalámbrica, que usaba su inteligencia artificial para entender su función en el circuito en donde la habían conectado, mucho antes de los técnicos que la habían colocado allí. Nadie reparaba nada porque todo era barato, minúsculo y reciclable, y los últimos ingenieros que quedaban en su profesión eran fácilmente superados en su habilidad e imaginación, por las computadoras destinadas a simular futuros de probabilidades, inventando aparatos que ni tan siquiera los humanos habían considerado que alguna vez iban a necesitar. La prensa de aquellos días llamaba a aquella tendencia de comprar lo que aún no se había ni inventado “Financiar el futuro incierto”, no solo por la avaricia humana de tener más y más sin saber que hacer con ello, si no por la dependencia creciente de la humanidad a consumir lo que las máquinas les recomendaban, esclavizando con cada logro sus mentes y sus deseos. 

 

Había vivido casi toda su vida de adulto en la más perfecta soledad, desde que sus padres se habían suicidado de mutuo acuerdo, aprovechando que para entonces la eutanasia era legal para los mayores de cien años sin importar su estado de salud. Y aunque había estado casado con anterioridad, la pareja perfecta que las computadoras del censo mundial le habían encontrado a la vuelta del planeta, se fue un día de visita a su querida Manila y no había regresado ni tan siquiera a despedirse. Una amiga que tenían en común le había confesado años después que su amiga lo había dejado, aburrida del aburrimiento de vivir con él. Y era verdad, inmerso en una rutina que apenas se atrevía a reconocer o interrumpir, se levantaba cada día a las 7 de la mañana al olor penetrante de una cafetera infalible, que producía el mismo late sintético, hervido exactamente a 270 grados Fahrenheit y endulzado con miel de abejas 100 % artificial, al tiempo que un delicioso sándwich sin sal ni azúcar ni calorías ni grasas ni levadura, se hinchaba como un retoño de su minúsculo paquete congelado, mientras el horno recitaba las ventajas ecológicas de consumir víveres artificiales y genéticamente modificados. Se vestía medio dormido, ofuscado por la falta de sueño que lo mantenía en vigilia la mayor parte de la noche. Se vestía automáticamente, con la misma ropa que había dejado a los pies de la cama la noche anterior. Caminaba luego hasta la cocina para recoger su café, y con él en la mano, se paraba en la sala para ensayar una gimnasia matutina sin ganas, al compás de una joven graciosa y semidesnuda que él mismo había escogido en el menú de asistentes virtuales. La muchacha, con su sonrisa digital de oreja a oreja y su leotardo minúsculo y transparente, lo llamaba cariñosamente con respeto y le daba el más sensual de los buenos días mientras, al ritmo de su terapia lo ponía al tanto del acontecer mundial, del dinero que tenía en el banco y de sus compromisos para el resto del día que eran generalmente ninguno. Su apartamento era uno más de otros cientos del nivel -90 de unos edificios subterráneos llamados Hormigueros, cuidadosamente diseñados para que sus inquilinos no se toparan los unos con los otros en los pasillos, dando la idea de absoluta privacidad y soledad absoluta. Vivir en la superficie del planeta era para entonces solo para millonarios o para familias con puestos importantes. La mayoría de la gente común vivían enterradas en aquellos monstruos de concreto que eran mucho más baratos y según les habían hecho creer, mucho más ecológicos, confortables y privados.

 

Si pronunciaba alguna frase en todo lo que le duraba el día, era a su asistenta para que le mandara el taxi diario para irse al trabajo, a lo que la joven siempre le respondía que ya lo había ordenado y estaba esperando por él, justo en la puerta de su apartamento. Entraba al baño dos minutos, evitando su rostro desconocido en la pantalla inquisitiva de la pared, que le hacía el examen físico diario y que funcionaba entre otras cosas como espejo mágico. Salía a la cocina a recoger su café, en donde lo esperaba su asistente para decirle que estaba saludable como un jovencito y para estar segura de que no olvidara nada. Sacaba su almuerzo humeante del horno y lo tiraba dentro de un portafolios vacío y se terminaba el café sentado en el taxi, mientras este recorría la red de túneles interminables que lo conducía desde su residencia hasta los pasadizos interminables de la ciudad, para salir a la superficie tan solo en los últimos dos minutos de su viaje, en donde se elevaba elocuente el edificio de la Biblioteca Pública Nacional. 

Las bibliotecas eran cosas del pasado desde que todo había sido digitalizado hacía muchos años atrás y los libros de papel eran solo una excentricidad de irresponsables, de artistas o de oficiales del gobierno. Las versiones digitales de todo lo escrito hasta entonces eran ahora gratis o extremadamente baratas y estaban al alcance de todos en la Internet, que para entonces había terminado por desplazar a las redes telefónicas, utilizando los mismos satélites del sistema geo-estacionario. El gobierno de la cuidad sin embargo, había decidido mantener aquella última biblioteca como una especie de museo más que como algo realmente útil. Era solo un recordatorio del pasado que fueron alguna vez aquellos almacenes de polilla y papel. Ocupaba los salones inmensos de un palacio antiguo, de puertas macizas y pisos pulidos de losas cuadras que alternaban entre el blanco y el negro. Techos altos y ventanas con marcos de metal fino y cristales cuadrados por los que se colaba un sol aburrido que retumbaba en el piso, alumbrándolo todo al rededor. 

 

Llegaba cada mañana a aquel lugar, a contar los minutos de las siete horas de tedio que tendría que estar sentado detrás del buró de la sección técnica, hasta que justo a las cinco de la tarde, parpadeaban las luces del salón en anuncio de que el área iba a ser cerrada y cinco minutos después la computadora le cerraba su cuenta y le cancelaba el acceso a la red de la biblioteca. Como cada tarde  a las cinco, se levantaba del buró con visible ansiedad, recogía del suelo el portafolios vacío y sin tomarse el trabajo de despedirse de nadie, se largaba por la puerta de incendios más cercana de aquel lugar desierto, insultado con él mismo por malgastar de aquella manera tan inútil sus habilidades y su tiempo. No era raro que en todo el día nadie visitara la biblioteca y menos que alguien le preguntara alguna cosa, porque incluso su administración era virtual y solo tenían empleados para el servicio público, pero solo porque así había sido en el pasado. 

Con los primeros destellos de la noche por llegar y ahogado en la última gota de oxígeno que le quedaba en las ganas, salía del edificio al jardín de atrás, aguantando el aliento para rellenarlo con el aire fresco de la libertad de afuera. Pero en vez de regresar de vuelta a la casa, del trabajo se iba usualmente a andar por las calles de la cuidad o hasta una playa cercana, donde caminaba por la horilla hasta que el frio, el hambre y el cansancio lo obligaban a regresar de vuelta a donde nadie lo estaba esperando. Y así había sido aquella última noche de su rutina diaria, por lo que no alcanzaba a comprender qué hacía acostado en aquella hamaca, rodeado por aquellas plantas desconocidas, en medio de aquella finca de invernadero.

 

Justo al final del surco los vio venir por entre los arbustos de frutas, pero eran tan parecidos, con sus ropas habituales de trabajo, que las pocas diferencias que hubiera podido notar las dejó pasar, desesperado por saber en donde estaba. Le dieron los buenos días en su lenguaje pero con un acento difícil. Trató de reconocer de donde podrían ser pero luego de un silencio se pensó que era quizás de Suráfrica. No sabía qué pensar pero comprendió casi al instante de que tampoco tenía muchas opciones y encontró el alivio que le estaba faltando en la sonrisa y la amabilidad de los primeros saludos. Parados alrededor de él y con mutua curiosidad, sus captores le explicaron con extrema amabilidad lo que estaba sucediendo. Ellos eran visitantes de otro mundo y lo habían tomado prestado, asombrados por el parecido físico que había entre las dos especies, pero sin nada que temer porque solo esperaban que el aceptara a convivir con ellos por unos pocos días, si a él le parecía bien. Querían saber de primero mano las costumbres y hábitos de su planeta, le harían algunas preguntas sobre el modo de vida y las estructuras sociales, sobre lo avanzado de la tecnología, su organización y le tomarían muestras de su sangre y de su cabello pero, pero solo si él estaba de total acuerdo; y lo devolverían a su planeta sin hacerle ningún daño al cabo de una semana o en cuanto él lo decidiera. 

 

Sin quitarles la atención, calló inmediatamente en la cuenta de que aquello era sin dudas uno de esas series tan populares en la internet, donde la gente hace el ridículo por toda una semana delante de los 400 mil millones de habitantes que para entonces tenía el planeta. 

Envueltos en guiones bien elaborados, a las personas escogidas les hacían creer que eran el último descendiente de una antigua Reina de Inglaterra que ya nadie recordaba, o el heredero inocente de una fortuna despiadada, que incluía una isla privada con toda su servidumbre, que lo esperaba hambrienta de liderazgo tras la muerte del último caudillo. Otras veces le hacían creer a la pobre persona que era un visionario único de peculiares ondas cerebrales, hijo bendecido de una civilización lejana en el espacio, descubierto casi por accidente en uno de los programas secretos de investigación de la Armería Espacial de la ONU. Y así pasaban aquellas pobres gentes días, incluso semanas, haciendo el ridículo en la imagen tridimensional que se desplegaba en las salas o los cuartos de muchas casas; mandando, disponiendo, explicándole a actores con batas blancas como funcionaba el mundo porque sin dudas era él el elegido universal. Añadiendo que siempre lo supo, desde siempre, que algo había de especial en sí; demandando ser servido y hasta disponiendo sacrificios humanos o favores sexuales impensables, frente a las caras complacidas del resto del mundo que miraba el programa entre sonrisas y envidia. 

 

Y así se los explicó él. - Yo sé en que andan ustedes -, les dijo con seriedad, - y si se les ocurre pasarme por la televisión, tengan por seguro que los voy a demandar -, les dijo mientas se disponía a marcharse del lugar, cuando comprendió que no sabía en donde estaba la puerta de salida. Ellos por su parte, sin alcanzar a comprender qué estaba sucediendo, lo miraban asombrados sin entender lo que él les estaba diciendo, imaginando que involuntariamente lo habían ofendido con algún detalle cultural que su protocolo había pasado por alto. Y se miraban los unos a los otros sin saber qué hacer, decepcionados por lo que parecía el final inminente de aquella corta aventura. Hasta que él salió caminando por entre las plantas, buscando la puerta de salida del supuesto set de televisión y ellos lo siguieron a corta distancia sin saber que más hacer. 

 

Ellos eran 7. Dos hombres jóvenes, uno más que el otro, dos mujeres hermosas que tal parecían hermanas, una niña de unos doce años según calculó y un niño más joven, de unos 7 años aproximadamente. El otro era un señor anciano de edad indeterminada, qué tal parecía elástico, alto, delgado y de barba azul, que le daba la apariencia de un santo moderno. Todos menos él vestían ropa de trabajo. El viejo tenía encima una bata color saco pero de una tela menos tosca. Notó que algunos tenían todavía tierra en las camisas y en las manos, lo cual le pareció ridículo, incluso para un guion bien elaborado, como los de aquellos programas que él además no seguía, a no ser por algún resumen semanal que pasaban los fines de semana en las noticias. 

 

El sembrado perfecto donde había despertado resultó ser una finca artificial, redonda como un planeta pequeño, que se podía caminar por horas sin aburrirse, pasando de la sombra espesa de árboles frondosos a surcos sin sombra cuidadosamente sembrados, completamente expuestos a un cielo brillante e uniforme, despejado siempre de nubes. No habían más animales que algunos insectos, unos gusanos hambrientos y unas abejas gordas que zumbaban alrededor de las flores como helicópteros pequeños. Cerca de los árboles había una pequeña montaña de donde salpicaba una cascada que alimentaba un lago transparente y frio, con unos peces multicolores e indiferentes. Eso era todo lo que él podía ver de aquel lugar, no había encontrado en su camino la puerta que andaba buscando, un solo cable, un pedazo de metal o plástico, o escuchado el sonido de algún motor o una cámara o algún micrófono por más que se empeñó. Nada que le revelara que aquello era un montaje de escenario. De caminar en redondo llegó luego de algunas horas al mismo lugar seguido a distancia por el chico menor. Al llegar de vuelta al platanal se encontró a una de las mujeres trabajando en el huerto, recogiendo unas frutas pálidas y semi transparentes, demasiado grandes para ser naranjas y demasiado exóticas para ser reales. 

 

Ellos se pasaban el día trabajando la tierra porque de ella producían su propia comida y el hilo para las ropas y los zapatos. El hilo lo producían de sumergir ciertas raíces en agua por varios días, hasta que se convertían en una masa elástica, de la que sacaban tiras finas, siguiendo un procedimiento muy parecido al de hacer espaguetis. Las plantas generaban el oxígeno necesario para respirar, y consumían de vuelta el dióxido de carbono sobrante en el ambiente. No llovía ni tenían regadíos. La diferencia de temperatura entre la noche y el día producía una temerosa neblina matinal, que se disipaba en rocío, humedeciendo la tierra y las plantas. Para las necesidades de cada cual usaban letrinas, debajo de las cuales unos voraces gusanitos amarillos convertían los desechos en abono para las plantas y energía para alimentar la nave. Aquella finca tropical era increíblemente la pieza principal que impulsaba por el espacio la nave del futuro.

 

Comprendiendo que necesitaría tiempo para adaptarse, lo dejaron andar a sus anchas por entre los campos de cultivos porque igual no tenía a donde escaparse. La mujer que encontró trabajando lo miró desde el suelo, parándose lentamente con la más amistosa de sus sonrisas en sus labios, pero él dio media vuela y lo vio alejarse enfadado por entre unas matas de enredaderas que parecían de uvas, y hasta el chiquillo que lo había estado siguiendo todo el día, alimentado por la curiosidad de lo nuevo, se sentó al lado de la madre sin ánimos para seguir caminando tras él. 

Una vez al día se sentaban todos a una mesa larga, hecha de resinas de madera, dispuesta delante de un bosque de árboles enormes y en frente del lago con su caída de agua. Y entre cuentos y risas compartían las ensaladas, las frutas y los vegetales crudos que ellos mismos cosechaban. No cocinaban ni utilizaban ningún tipo de combustible, otro que el biológico y natural de la descomposición. Todo lo que comían era crudo o cocido en reservas de jugos y vinagres, o preparado de alguna otra manera que no requería fuego. No tomaban alcohol porque no era saludable y además porque no tenían costumbre. Comían su dieta vegetariana, acompañada si acaso de unos gusanitos grises que encurtían en una pasta blanca, pariente lejana de la mayonesa y que él terminó al cabo de unos días en resignarse a su gusto agrio.

 

Aquel primer día, luego de una larga caminata, salió del bosque y caminó hasta la mesa, donde estaban sentados todos, cansado y con hambre. Se les quedó mirando sin saber si sentarse a comer con ellos o pedirles que terminaran con aquella farsa, pero terminó cediendo a la invitación de una de las mujeres, que se deslizó en su banquito, ofreciéndole la otra mitad con la mas desenfadada de las sonrisas. 

- ¿ Entonces que son ustedes, extraterrestres ? -, les preguntó para seguirles el cuento, mientras le servían una ensalada de hojas y vegetales que él jamás había visto antes. Uno de los hombres le respondió afirmativamente moviendo la cabeza y la tarde perfecta y coloreada por un cielo rojizo naranja se  trasformó de repente en un mapa oscuro y brillante, donde flotaban constelaciones y estrellas desconocidas para él. 

 

- Esa es nuestra casa -, dijo de una vez el muchacho más joven. - Ya no existe pero algunos de nosotros viven aun cerca de allí, en nuestra querida galaxia y nos comunicamos con ellos de vez en cuando, salvando las distancias -, le explicaron aquella vez. 

 

- Navegamos por el Universo en nuestra nave, esa es nuestra forma de vida. Según hemos leído, nuestros ancestros vivieron en un planeta sólido como el tuyo hace miles de miles de años, pero de allí partieron todos y ahora vivimos de navegar, sin claras intenciones de llegar a ninguna parte -. El los miraba todavía incrédulo, no solo porque jamás había concebido que aquellas historias de personas que fueron raptados por extraterrestres fueran realmente posibles, sino también porque todavía creía que todo aquello era uno de los buenos trucos de las series de entretenimiento. Recordaba que una vez habían hecho algo muy parecido a su situación actual y todo fue parar hacerle creer a unos novios en el día de su boda que habían sido raptados por extra terrestres. Todo lo que hicieron fue esconderlos en un submarino y hacerles creer que ella era realmente la princesa de una civilización que vivía en otra galaxia, mientras que a él le dijeron que por haber sido el elegido de ella, era ahora el heredero galáctico porque eran siempre los hombres los que reinaban en los planetas de aquel lejano sistema solar. En fin, estuvieron con aquella historia por casi un mes. La familia de los novios desesperados, buscándolos por todas partes, hasta que una carta anónima llegó a decirles que habían sido raptados. Para cuando pasaron la historia por televisión, se descubrió que hasta la administración del país se había prestado para la comedia, sobre todo porque generaba mucho dinero en comerciales y en audiencia, que se reían en sus casas de aquellos pobres muchachos, haciendo el ridículo delante de las cámaras y actores con tres ojos, pensándose los dos monarcas de otra civilización, mandando y disponiendo de los soldados de la armada 27 de las Naciones Unidas, que los servían como a su amo y luego se morían de la risa en sus camarotes. Para cuando la serie de televisión se estrenaba, todos los participantes tenían tanto dinero y habían firmado tantos contratos comerciales, que no les importaba lo que pensaran los demás. A él siempre le había parecido de muy mal gusto todo aquello y por tanto no estaba dispuesto a hacer el ridículo por todo el dinero del mundo.

 

Sin embargo tenía que admitir que si esto era uno de aquellos trucos comerciales, las plantas, la comida, la escenografía y el cielo que cambiaba a proyector eran realmente impresionantes; pero todavía prefería esconderse detrás sus dudas que admitir tan temprano que aquello era lo que realmente parecía. 

 

- ¿ Y por qué me escogieron precisamente a mí ? -, les preguntó sin estar seguro que quería escuchar la respuesta. 

 

- Le pedimos perdón por haberlo traído sin su autorización, pero trate de entender que no era posible hacerlo de otro modo -, le respondió El Profesor con el mejor acento de todos ellos. - Estuvimos buscando a la persona idónea para causar los menores problemas en su planeta y nos pareció que usted sería un buen candidato -, agregó. - Si usted recuerda, la semana próxima usted no tiene trabajo, nadie lo espera en su casa ni nadie lo llamará en esos días. Y continuó luego de una buena pausa porque estaba repitiendo lo mismo en silencio para todos los demás, pero en el lenguaje local. - Eso, su lenguaje y su nivel educacional fueron las razones más importantes que consideramos para su selección -, le dijo mientras los otros escuchaban con atención. - Solo queremos saber acerca de ustedes, como han evolucionado, como organizan su sociedad, su origen genético, y lo más importante, porque hay tanto parecido entre nosotros, como puede usted notar. 

Miraba a la mujer que tenía al lado en todos sus detalles. Ella era de una hermosura casi diseñada, sin dudas una artista o modelo de la tele, a pesar de que le calculó 45 años. Nada en su rostro o en sus manos denotaba nada que ella era de otro mundo a no ser por su cavidad encefálica que era ligeramente mayor aunque disimulada bajo su pelo.  Si se hubiera fijado más en sus ojos hubiese notado que sus pupilas eran también más grandes y tenían un rojo oscuro profundo adentro, que como él supo después, era porque ellos podían mirar en la banda infrarroja y también en la ultra violeta. 

 

Luego de la comida se iban todos al lago, y sin ropas ni pudor se metían juntos al agua, tal y como si todavía estuvieran sentados a la mesa.  O tirarse desnudos a la orilla para secarse la piel al viento de algún ventilador en alguna parte de aquella cosa en que vivían.  Aunque lo evitaron durante su visita, era normal para ellos tener relaciones sexuales mientras tomaban el baño, a la vista indiferente de los demás. Muchas veces la más joven de las dos mujeres, que era la madre de la jovencita de siete años, se desvestía y caminaba delante de los hombres buscando sus sonrisas, que terminaba en una carrera por el agua y muchas veces en orgía, en la que participaban todos, enroscados como serpientes alrededor de sus mujeres y sus hombres, mientras los chicos los ignoraban como se ignora en una fiesta el vaso de alcohol de los adultos. 

Eran gente simple, sincera, llena de amor y amistad. Nadie mentía porque no había nada de que mentir ni tenían ninguna aspiración porque no había nada a qué aspirar. Nadie estaba bravo ni celoso ni resentido porque todos tenían lo mismo y porque no había nada más. Nacían como campesinos intergalácticos y morían como felices campesinos intergalácticos. Estaban rodeados de la mas avanzada tecnología en el universo pero vivían en familia, como unos náufragos perdidos en el espacio sin remedio.

 

En un par de días se fue olvidando del show de la televisión porque con cada detalle se daba cuenta de que aquello no era una farsa. Por más que se empeñó en confirmar sus sospechas no se pudo encontrar ni una hoja de papel ni un tornillo para complacerlas. Él no lo sabía pero aquel engendro de nave era una entidad genética en sí misma, cultivada como un bebe desde sus células y que como un cuerpo vivo seguía creciendo, alimentada con energía, oxígeno y protegida del mundo exterior por una coraza de piel que ellos habían perfeccionado por generaciones y que ahora la computadora de abordo se ocupaba de mantener, como se ocupaba de todo lo demás.

Por otro lado él comenzaba a sentirse por primera vez útil. La amabilidad de aquellos campesinos y su empeño en tratarlo como a uno de ellos le fue ablandando el corazón y terminó aceptando la hospitalidad de aquellos marcianos, sin cuestionarse nada más, porque la vida allí era simple y le venía tan natural que hasta disfrutaba trabajando en el campo con ellos. 

En las cenas de las tardes era cuando tenía la oportunidad de hacer sus preguntas y de responder las de ellos. Una de las mujeres le pidió permiso una de aquellas tardes para sacarle sangre, a lo que él accedió sin reparos porque según le explicaron era solo un pinchazo en el dedo, una diminuta cortada con un cuchillo para dejar caer una gota de su sangre dentro de una solución que parecía agua. Ella era la mayor de las dos mujeres y parecía ser la doctora del grupo. Unos minutos después le dijo que el resultado del examen era incierto porque la pobre máquina no tenía ninguna documentación de su árbol genético aunque su DNA era 23.25% parecido a otro que habían encontrado en una especie de anfibios de otra galaxia. Él era la primera muestra de su especie y no había nada con que compararlo - aunque basada en nuestra experiencia, en el Universo somos todos familia -, le dijo para finalizar. 

- Todo lo que dice es básicamente lo que usted ya sabe -, le dijo uno de los hombres de mediana edad. Le explicó que aunque por fuera eran muy parecidos, sus órganos internos estaban distribuidos de una manera diferente aunque tenían sin dudas funciones similares. - La forma que toma nuestro cuerpo depende en gran medida de nuestro medio ambiente y esa es la real coincidencia entre nosotros. Ambos evolucionamos en un planeta de similar tamaño, a similar temperatura, con similar vegetación y presión atmosférica, tomando agua para sobrevivir, comiendo y respirando, así que no es mucha sorpresa que parezcamos similares -, le dijo. - Nuestros cerebros son también algo diferentes. Nosotros tenemos 3 campos importantes en nuestro cerebro. Uno que está destinado a la comunicación, pero es algo que no le puedo explicar en detalles porque viola la regla de evolución del tiempo -, le explicó para terminar en un silencio de esperanza de que él no fuera a preguntar mas. 

La regla del tiempo consistía en una regulación que ellos habían inventado que era básicamente para no alterar el curso de la evolución de otras especies que encontraran en su exploración. Evitaba alterar físicamente o proporcionar cualquier indicio que fuera a develar secretos de cualquier tipo, incluso filosóficos o religiosos que otras especies no hubieran descubierto todavía. El tercer campo cerebral de aquellos visitantes, destinado a la comunicación, no era precisamente telepatía, sino la capacidad de llamar la atención de tan solo pensar en la otra persona con quien uno tuviera aprecio o relación social, o de saber cuándo alguien te estaba extrañando o diciéndote que te amaba. Un ejemplo claro era por ejemplo, entre madre e hijo, que podían saber dónde estaba uno o el otro sin importar las distancias. No escuchaban las voces, solo el mensaje, algo muy parecido a cuando uno quiere mover los dedos o una pierna, solo lo deseaba y se transmitía a la persona deseada con pura demanda automática. 

 

Les preguntó cómo funcionaba la nave y cómo era que se impulsaba por el espacio. Ellos se miraron entre sí y luego de otra pausa le explicaron con mucho cuidado que utilizaba las ondas gravitacionales de otros cuerpos celestes como si fuera el viento. 

- Si sabes recibir su energía y la utilizas para caer entre sus crestas, puedes moverte en el espacio, considerando que no existe fricción -, le explicó el jovencito, que estaba sentado a su lado, mientras miraba a los demás para estar seguro que decía lo correcto. - El otro método es el mismo que imagino ustedes utilicen. Camino aquí nos encontramos con uno de sus satélites. Uo con de un cajón hueco, un disco amarillo y una antena grande, navegando su viaje con la inercia de resbalar en la gravedad de otros planetas -, le dijo El Profesor. - Ese es el mismo principio de como se mueve nuestra nave, usando la gravedad de otros cuerpos celeste, igual a si usáramos la luz de las estrellas para generar electricidad. 

La explicación pero era otra vez solo la mitad del cuento. La nave utilizaba las ondas gravitacionales como le habían dicho pero era un truco de la mecánica cuántica lo que la hacía desplazarse hacia adelante. Si uno considera que el espacio vacío tiene energía que se produce espontáneamente, creando en el proceso partículas de materia y antimateria que se cancelan instantes después, pues la nave capturaba una de esas partículas y manteniéndolas separadas por breves instantes, estas se demoraban más de lo normal en retornar la energía al espacio. Con la ayuda de las ondas gravitacionales, que estaban siempre presentes porque venían de todas partes, se distorsionaba el período con que esa energía se devolvía al espacio delante de ellos, atrayendo el cuerpo de la nave, quien contenía la partícula antimateria, con tal de obtener su energía de vuelta. Un principio simple que se había ido perfeccionando con el tiempo, intercambiando lentos mensajes galácticos entre las naves de su especie. 

 

En otra de las cenas nocturnas, mientras el les contaba de la vida diaria en su ciudad, todos lo escuchaban con atención, complacidos con sus explicaciones. 

Les habló de los dinosaurios, de los ratones que habían sido sus abuelos, de las pirámides por todas partes, de los dioses y del dinero; aunque ellos ya estaban enterados a grandes rasgos de la vida en La Tierra. Fue allí que se le ocurrió preguntarles ¿ cómo es que eran tan felices y sonrientes todo el tiempo, incluso durante el trabajo ?. Les preguntó cómo era posible que todos vivieran en tan perfecta harmonía sin jamás haber visto un desagravio, una discusión o altercado entre ellos, y la respuesta le sorprendió tanto por su simpleza que se sintió tonto. 

Al principio ninguno parecía haber entendido claramente cuál era el sentido de su pregunta, pero al final y con más explicaciones, El Profesor terminó por decirle que todos los altercados existen porque alguna de las partes se siente superior o más inteligente que la otra. Ellos no tenían ese problema porque ninguno de ellos era más inteligente ni más capaz. - Solo tenemos diferentes responsabilidades y un deseo sincero de ayudar a los demás a cambio de amor y simpatía -. Podrían no entender las decisiones de otro miembro de la familia, pero cada cual estaba especializado en algo y sus decisiones eran respetadas por el bien común. Nadie interfería en el espacio del otro y lo que hacía falta hacer se hacía sin esperar nada a cambio, por el placer de la harmonía.

Y lo pudo comprobar en más de una ocasión. Una vez por ejemplo, uno de ellos estaba terminando de remendar un zapato para la niña, que se le había roto. Tenían las fibras de plantas, con las que confeccionaban sus ropas y zapatos, colgadas en unos telares altos, en donde las sometían a presión para que se estiraran mientras le iban rociando agua, hasta que terminaban en hilos increíblemente resistentes, con los que luego hacían telas. Aquella tarde cuando llegó la hora de la comida, cada uno fue llegando a la mesa con vegetales y frutas en las manos, todos menos el joven que estaba reparando el zapato en el telar. Lo pusieron todo sobre la mesa y sin tocar nada, salieron a hacerle compañía, incluido él, que en medio de la conversación y la risa, ni se dio cuenta de lo que estaba pasando. Nadie comió ni se sentó a la mesa hasta que no estuvieron todos. Al final eran familia y se apoyaban y necesitaban los unos a los otros porque de ello dependía su supervivencia. 

 

El otro seños de unos 50 años era el experto en todo lo que tuviera que ver con la producción de energía, el equilibrio y el reciclaje. Una ves le preguntó si sabía como era que habían evolucionado hasta el punto de controlar la energía nuclear, a lo que él les dijo que había sido el resultado de la curiosidad y las guerras.  - ¿saben ustedes lo que son las guerras ? -, les preguntó con los ojos abiertos, casi simulando el bochorno. Y le respondieron que sí, que habían visto los videos y que eran una verdadera calamidad. 

- Es en parte por lo afortunados que ustedes son -, le dijo El Profesor, para su total sorpresa. Él lo miró a los ojos buscando una explicación que el profe ya le tenía preparada. 

 - Ustedes viven en un mundo paradisíaco. Son los seres más afortunados que hemos encontrado en todo nuestro recorrido de años, por eso se pueden dar el lujo de matarse los unos a los otros -, y luego de otra pausa continuó. - La fortuna es también una escala. Si tienes mucha te envenena y si tienes poca te mata su carencia -. 

 - Con todo respeto a usted -, continuó. - En un planeta donde la vida es tan sencilla como respirar y comer, ustedes podrían estar abusando esa fortuna que tienen -, le dijo para sumirlos a todos en sus meditaciones, que él mismo interrumpió cuando le preocupó que se estaba haciendo demasiada larga.

 -  Pero fíjate, una vez que han comprendido que tienen la opción de ser mejores, son peores solo  simple vagancia intelectual. Lo que no son es inocentes sino vagos mi amigo. -, le dijo, conjugando como podía aquel lenguaje extranjero recién aprendido, mientras lo miraba a los ojos con una mano en su hombro, para terminar todos en una sonrisa. 

 

Con los días el se fue volviendo uno de ellos y les enseñaba bromas malvadas que había aprendido cuando era niño y que a ellos los mataba de la risa. Sacarle el agua a un coco y rellenarlo con agua del lago antes de ponerlo sobre la mesa era una de las favoritas. Abrir un hueco en la tierra y cubrirlo para que el banco se volteara cuando alguien se sentaba sobre el era otra. Esconderle la ropa de los que estaban en el lago, cerrar la puerta de la letrina cuando alguien estaba dentro. Toda clase de maldades que compartían sin maldad y entre risas. Los ayudaba a cosechar la comida sin que nadie se lo hubiera pedido y conversaban tan amablemente todo el tiempo que pasaban juntos, que ambos habían olvidado que él estaba solo de visita en aquel lugar extraño y que pronto tendría que regresar a donde había venido. Estaba tan complacido y tan feliz, que la primera vez que alguien le habló de regresarlo a su planeta lloró. 

 

Ellos nunca lo habían visto llorar y se sorprendieron de su pesar porque si era verdad que no lo habían mencionado hasta aquel momento, estaba claro para todos que aquello eran solo unas vacaciones de apenas dos semanas, así que se hundieron con él en un profundo dolor mutuo por lo inevitable de la situación. 

Era de entender, allá en su planeta él no tenía a nadie con quien compartir su vida, nadie con quién conversar ni sonreír. No tenía amigos ni pareja ni familia ni nadie que estuviera interesado en trabajar por armonía con un extraño. En su vida solitaria, como les pasaba a todos aquí, estaba rodeado de otros que su única regla era un sálvese el que pueda, una especie de egoísmo colectivo que acababa con las más inocentes de las esperanzas. Nunca había logrado ser feliz, vivía para pagar sus facturas y comía para trabajar, dormir y seguir pagando facturas. Todos los demás habitantes del planeta habían desarrollado un temor congénito a creer en el prójimo, a confiar. Habían perdido la capacidad de ser sociables, vivían porque estaban vivos y habían convertido su existencia en esclavitud al trabajo y dependencia por el dinero. Estaban todos prescritos con un conveniente diagnóstico de privacidad, pero la enfermedad real era el egoísmo y el miedo, que los estaba matando lentamente y a él más lentamente que a todos los demás. 

 

No había manera de que iba a regresar a aquella podredumbre de sociedad de donde había venido, se dijo en silencio. Se dispuso a convencerlos de que lo llevaran con ellos a explorar nuevas estrellas, a alimentar los mapas galácticos, a remendar las distorsiones físicas en los bordes del universo y a cosechar plátanos y aquellas otras frutas sin azúcar del invernadero, pero ellos no lo podían aceptar. Le explicaron que con gusto lo llevarían con ellos pero simplemente no podían. El protocolo no les permitía tal cosa y la capacidad de su navío para producir alimentos y oxígeno era para una familia de seis personas. Ahora mismo eran 7 porque les había nacido un hijo que no tenían en los planes. 

 

Pero él no desistió. Siguió pensando en cómo convencerlos en las pocas horas que tenía disponible. Una noche en que estaban todos tirados a la orilla del lago haciendo historias a la luz de planetas inciertos que pasaban navegando por la pantalla del cielo, alguien le preguntó que cómo estaban organizadas las sociedades en su planeta. Si había algún gobierno internacional que velara por los intereses comunes o era tal y como parecía en las noticias que ellos habían recibido, en las que cada país luchaba por sus propios intereses sin una conciencia clara y universal que representara al planeta. Los detalles de la pregunta estaban tan acertados que lo hicieron sentir desnudo, parado frente a un tribunal galáctico que lo juzgaba por pecador. Luego de una larga pausa y una sonrisa culpable, les respondió que cada país decidía su forma de organizarse y no permitía interferencias de otros. Habían sin dudas organismos internacionales pero estaban colmados de buenas intenciones y discursos caros y vacíos. - Estamos muy divididos y no confiamos los unos en los otros. Ese es el mayor problema en mi planeta -, les dijo con voz casi callada. 

 - Algunos países padecen un gobierno totalitario impenetrable desde hace muchos años. Otros llamados Democracias son más abiertos pero también más difíciles de administrar -, terminó por explicar.

 - No tenemos un gobierno mundial porque todos temen que si un gobierno central callera en malas manos y se corrompiera, sería imposible de remover -, les dijo, y en la respuesta misma cayó en la cuenta de que allí tenía su solución para largarse con ellos a pasear por los confines de las estrellas. 

 

Al día siguiente, justo luego de la cena, aprovechó para preguntarles con inocencia que quién era el jefe en aquella familia, sabiendo bien que no tenían ninguno. Se miraron los unos a los otros, sorprendidos y sin entender completamente a qué se refería, a pesar de que lo había dicho muy despacio, como hacía siempre que quería estar seguro que lo entenderían. Ellos no tenían ningún jefe ni ninguna estructura jerárquica ni jamás se les había ocurrido tal cosa ni les había hecho ninguna falta. El mas viejo se ocupaba por tradición de la educación de los más jóvenes, era la única profesión distinta a la disposición general de hacer el trabajo que fuera necesario en cualquier momento. No estaban seguros de qué era un ¨JEFE¨, ni tan siquiera tenía una traducción precisa en su lenguaje materno, así que inocentes y llenos de curiosidad, trataron de indagar más sobre de que se trataba aquella nueva palabrita.

 - Los hombres tienen que estar organizados para poder sobrevivir -, les explicó. 

 - Alguien tiene que ser el responsable por las decisiones que se toman, de hacer planes para el futuro. Verán lo eficientes que se vuelven cuando tengan un líder que lo planifique todo -, les dijo midiendo las reacciones de ellos. 

 

La computadora central era quién se ocupaba de los trabajos de rutina en la nave. Era ella quien seguía el curso de navegación, establecía comunicación con otras colonias cuando era necesario, dictaba los protocolos de investigación y se ocupaba en general del mantenimiento de la nave. Ese era si acaso todo el jefe que tenían, pero lo que él estaba buscando era la manera de confundirlos  y dividirlos para ver si en la confusión se escapaba con ellos. 

Midiendo con cuidado la maldad de sus palabras, simulando una frialdad llena de intenciones, les dijo que el jefe era siempre el más inteligente, el más trabajador, el de más experiencia y mientras les hablaba como un maestro, ellos se miraban los unos a los otros, comparándose por primera vez entre ellos, dividiendo las similitudes con diferencias, mareados por la diabetes que les iba causando en el alma la dulzura malvada de la mentira y la competencia. 

Al día siguiente seguían pensando mientras trabajaban en quien era el mejor de ellos, embriagados con el nuevo signo de comparación que habían descubierto entre ellos, en lugar de la simple igualdad inocente con que habían nacido. 

Les tomó trabajo, pero con la ayuda del visitante descubrieron que ninguno era realmente igual al otro y para ayudarlos en decidir quién podría ser el jefe les enseñó a votar. Para entonces ellos estaban tan emborrachados con el alcohol que destila la miseria que todos votaron la primera vez por ellos mismos. Sin ponerse de acuerdo sobre quién podría ser el elegido, comenzaron los ataques personales, con palabras y con el lenguaje silencioso con que se comunicaban. Las caras de todos cambiaban y se tornaban rojas o enfadadas de enterarse lo que pensaba el otro de él o  de ella. Y al cabo de apenas unos minutos, llegaron a ser tan profundos los agravios, que comenzaron los recuerdos de aquello que me dijiste una vez o aquella otra ocasión en que me dejaste el trabajo más pesado a mi. 

Estaban realmente molestos los unos con los otros, ya no pudieron bañarse juntos en el lago, ni dormir sin pesadillas, ni comer de la misma comida compartida, ni sentarse en la misma mesa, ni trabajar por el bien común. Nadie quería hacer el trabajo más pesado, o el más largo o el más aburrido. Nadie quería limpiar las letrinas, recoger las hojas que flotaban en el lago, repartir el abono apestoso, desyerbar los surcos interminables, preparar la fibra y sacarle el hilo para las ropas y los zapatos. Les tomó un par de días más para que se dividieran en dos bandos irreconciliables y por consecuencia, también dividieron los sembrados, el bosque y el lago a la mitad. Ambos grupos eligieron Al Jefe y ambos se fajaron por llevarse al terrícola con ellos por el simple hecho de llevarlo al otro la contraria. Esperando a que trabajara el otro llegó con su lógica absurda la escasez y la escasez trajo consigo la necesidad y la necesidad el robo y el robo la rabia y la rabia los convirtió de vuelta en los animales salvajes del más joven de todos los planetas que ya habían visto. Un grupo no hablaba con el otro, ni se permitían traspasar la nueva frontera de unos y los otros, so pena de ser castigado. 

 

Así los tuvo confundidos por un tiempo, hasta que la computadora les dijo que estaba expirando el tiempo que tenían asignado para permanecer en las cercanías del sistema solar y se estaba cerrando el tiempo para devolver al visitante a su planeta. El jefe de la derecha del lago había decidido llevarse al visitante con ellos porque él era parte de su bando y le era muy útil como consejero de estrategias e ideas malvadas. El jefe de la izquierda insistía en devolverlo, no solo por el problema del oxígeno y el equilibrio biológico de la nave, sino por llevarle la contraria a los otros, apoyado en el cuento de los protocolos de intercambios. 

Con trabajo, negociado por las dos mujeres que se habían encontrado por casualidad en el lago mientras bañaban a los chicos, convocaron a una tregua para discutir seriamente el asunto del visitante. Era la primera vez que se sentaban juntos a la mesa en dos semanas, como habían hecho desde siempre. Fue la primera vez que se miraban a los ojos, que le daban un chance al amor que los había mantenido unidos por cientos y cientos de años, como la familia que eran. Y fue allí cuando cayeron en la cuenta de que el origen de aquella absurda pesadilla era aquel señor con sus palabras probablemente transmitían una especie de virus con el que los había contaminado. 

El silencio los invadió por unos segundos, suficientes para dejar florecer el bochorno que sentían, que les sirvió como antídoto para matar los efectos que causaba aquella infección maligna, que les sacaba del pecho lo peor de ellos mismos. Cuando todo empezó a tener sentido y después de los abrazos y las disculpas, luego que cayeron al suelos los utensilios de jardinería y las lanzas hechas con las ramas de los árboles con que pensaban matarse y fueron devueltas las frutas y las alpargatas robadas, y la niña besó nuevamente a su tía y se le sentó en las piernas al profe, como siempre hacía para pedirle historias que contar. Luego que pasó por fin la pesadilla y volvieron a ser familia, el más joven de los hombres propuso no perder la oportunidad para aislar al visitante, encontrar el origen del virus y estudiarlo en detalles. Pero fue solo para que las miradas de todos los demás se volvieron hacia él en completo pánico. - ¡No!, esta enfermedad no sabemos cómo tratarla y por poco nos mata -, dijo categóricamente El Profesor, mientras se incorporaba de su silla. - Enviemos al visitante de vuelta cuanto antes -, y sin esperar a que asintieran los demás, salió en su búsqueda, dejándolos a todos paralizados sin comprender si todavía se creía el jefe del grupo y aquella orden era otro signo de aquella horrible enfermedad.

 

Lo encontraron dormido en su hamaca sin sospechar lo que estaba sucediendo. Se pararon en silencio alrededor de él para observarlo por una última vez y lo envolvieron con la misma tela sobre la que dormía, mientras uno de ellos le tapaba la boca con una de sus manos para no dejarlo hablar. Él, que no alcanzaba a comprender de qué se trataba, gritaba y se retorcía dentro de la hamaca, pensando que el bando contrario lo había hecho prisionero. Lo llevaron cargado a través del sembrado de hortalizas hasta la orilla más cercana del lago y lo arrojaban en medio de un remolino de aguas oscuras que se había formado en la superficie y que él no alcanzó ni tan siquiera a notar. 

 

Instantes después estaba acostado boca arriba sobre la arena de su playa, con el agua recorriéndole por los contornos del cuerpo con el oleaje hasta que abrió los ojos en desesperación, pensando que se ahogaba. Inclinó la cabeza, reconociendo el sabor salado del agua y la noche terrícola que se encendía en estrellas minúsculas delante de su cara, con la luna menguante flotando a un costado del horizonte, donde nubes grises se paseaban en frente de ella y la brisa el enfriaba el alma. Estaba sin dudas de vuelta en su despreciado planeta y con su aburrida gente. 

Se incorporó con rabia hasta sentarse en el agua, sin alcanzar a comprender en dónde le había fallado su plan. Le dio un puñetazo al agua que de inmediato rellenó el hueco hecho en su superficie, como si instantáneamente lo hubiera perdonado. Soplaba un viento nocturno del norte, arrastrando un frío otoñal prematuro que se multiplicaba al contacto con su ropa mojada. Se terminó de parar, sin zapatos y temblando, caminando a penas hasta que llegó a un café cercano para ordenar un taxi que lo llevara de regreso al resto de su vida.

 

A los visitantes por su parte les tomó mucho tiempo cerrar las cicatrices que les dejó en el alma el virus con que los contaminó el visitante de aquel planeta azul. Aunque nunca se recuperaron completamente, lo apaciguaron cómo pudieron con perdones y mucho silencio. Por primera vez en muchas generaciones tuvieron que vivir con un secreto de por medio que los abochornaba cuando se miraban a los ojos, cuando se quitaban las ropas en el lago o cuando compartían cualquier cosa. Siguieron su rumbo por el Universo aquella misma noche, no sin antes estar seguros de que dejarían una nota muy clara que apuntaba al tercer planeta: 

 

¨Planeta habitado por especie nativa con civilización desarrollada. Evitar cualquier tipo de contacto bajo cualquier circunstancia. Contaminados con un virus desconocido, que se transmite con el lenguaje y que causa auto destrucción¨.

 

Diego Cobián

( escrito originalmente en el 2005. Revisado en Nov-2022)

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