viernes, 13 de agosto de 2021

El museo de mis padres

El museo de mis padres.

( remendado el 28 de Septiembre/2021 )



Dicen algunos que nos estamos volviendo locos. 

Aspirar a lo que uno quiere por todos los medios no es haber perdido la cabeza, incluso si nunca se pudiera alcanzar. 



Son tiempos confusos y a veces tal pareciera con esos cartelitos de Consejo de Guerra, Insurgencia, Esbirros, Torturas, Desapariciones, estuviéramos reviviendo nuestra historia pasada otra vez. Esa que estuvo siempre allí, en los libros de la escuela, en las fotos de las paredes del museos, en aquellas historias que eran para mi ajenas y pasadas, historia. La historia de otros. 


He caminado mi vida a pasos guiados sobre quienes fuimos, con plena ignorancia y desatención a como llegamos hasta lo que somos hoy. Sin entender, porque no lo viví, qué clase de pueblo nos sacó del colonialismo, corrompió nuestra república y nos hizo prisioneros de una ideología importada y fatal. Me he puesto en estos días a mirar nuestro pasado y me asombro de los años en que sucedieron las cosas que nos definen. Tal parece que hubieran sucedido ayer. Yo nací en el 1968 y mi bisabuela, la viejita encantadora que me crio mientras mi mama y mi abuela trabajaban, nació el mismo año en que los Estados Unidos intervenían por segunda vez en Cuba, tras el vació de poder de Estrada Palma. Nuestro primer presidente de la república y compañero de Martí. 


Otro ejemplo es que tan solo cien años antes de yo nacer, o para decirlo de otra manera, una vida y media antes, otro cubano llamado Céspedez liberaba a sus esclavos en La Demajagua, y Perucho escribía el himno nacional. Solo cinco años antes del comienzo de mi siglo XX y apenas pocas décadas antes de que naciera Fidel, moría Martí en Dos Ríos, mientras Maceo y Gómez continuaban con su batalla de liberación. Justo ahora que tengo edad para ser abuelo, puedo contar que a medida que uno se va poniendo viejo, cien años no son aquel futuro infinito que uno tenía delante para encaramársele encima a la vida, sino un montón de memorias pasadas que uno no se atreve ni a recordarlas bien, pero que están justo a la vuelta del espejo. 


Yo nací cuando la revolución tenía apenas 9 años. El comunismo en Cuba estaba en todo su esplendor y sus líderes no podrían estar más contentos con sus sonrisas atrevidas. Mis padres, ambos, fueron comunistas, y recuerdo que ostentaban su membresía con un orgullo que yo jamás alcancé a entender, porque algo de cómplices y dé vanidad embarraba ante mis ojos a aquel ideal clamoroso. Fue siempre para mí como si la idea de ser comunista estuviera diseñada para entretener más que para hacer futuro con nuestros destinos. Recuerdo que mi padre se vanagloriaba de ser miembro partidario de un grupo de seleccionados que tenían acceso a reuniones secretas y a información que no podía estar disponible para todo el mundo, como si los demás no importáramos en nuestra propia tierra, sin darse cuenta que toda aquella farsa estaba diseñada por alguien mucho más inteligente que él, para hacerlo sentirse el dueño de un negocio donde era precisamente él, mi padre, el producto que estaba en venta. Nunca entendieron ellos, o al menos no lo admitieron, que no eran miembros de un partido político sino de una secta de abusadores de poder, de manipuladores de la opinión pública, que les estaban robando su pais. 


Pero de eso solo me di de cuentas cuando yo estaba al final de mis veinte años y a Gorbachov no le quedaba más remedio que admitir que Cuba no era para ellos más que un hijo bobo estudiando cerca del Norte. Así que a mis padres, no me queda otra que perdonarles la ceguera. Mi bisabuela sin embargo, que vivió una buena parte de su vida en el capitalismo. A pesar de que tuvo una infancia mediocre como campesina, tuvo una vida de adulta que ella luego me contaba en secreto, hubiera preferido mil veces al comunismo rojo que le habían vendido de vieja, que solo le había traído de vuelta la pobreza. Eso me lo contaba ella, no en el periodo especial del 90, sino en plenos años 80 con Brezhnev en el poder y latas de carne sin libreta.


Nuestra historia está hecha de gente harta de aguantar injusticias y lo que nos ha pasado en los últimos 60 años hasta esta nueva efeméride del 11J, ha sido que los dictadores con el tiempo se han perfeccionado tanto en su oficio, han aprendido tanto el uno del manual del otro, que manipulan como unos magos el límite de tolerancia de un pueblo a aguantar penurias. Los Castros no fueron ni serán la excepción, jugando a mantenernos comprometidos, divididos, vigilantes, fajados entre nosotros mismos y fajados además con un enemigo fantasma que realmente no tenía el menor interés en la isla. Ellos aprendieron que la pobreza era un truco cuando se disfrazaba de dignidad, el futuro podía trastocarse en miedo e incertidumbre, y por hacernos creer que Cuba era el faro y guía de la humanidad, no nos dimos cuenta de que nuestro peor enemigo ideológico éramos nosotros mismos; bañándonos, inocentes o no, en la sopa bien sazonada de nuestra desinformación.


Los americanos, aquel que nos llenaba las canciones con aviones que nublaban el día y convertía a nuestros mejores artistas en oportunistas de la palabra; esos imperialistas acechando nuestra patria, ni han estado ni están hoy interesados en invasiones o en hacer nada serio por ayudarnos con nuestros problemas. Si aparecemos de casualidad en su apretada agenda presidencial con nuestra bobería socialista, es porque necesitan nuestro voto para ganar sus propias elecciones, o para mantener contentos a sus inmigrantes del sur, que tienen la cuchara lista para endulzar nuestra historia, pero les falta el azúcar para poder tener voz en nuestros destinos. 


Por estos días dicen muchos que con el pasado 11 de Julio comenzó el principio del fin. Yo me asombro de sentir cómo aquella historia que vivía dormida debajo de mis pies, revive en mi realidad como si me hubiera perdido dentro del museo de mis padres. Los héroes muertos aparecen con diferentes nombres, los tabaqueros de Tampa son ahora cibernautas, Youtubers, Twittoreros del hashtag. Vamos a tener incluso un Consejo de Guerra para llevar frente a la justicia a los culpables de su ausencia. Quieren crear un gobierno interino en el exilio, milicias con entrenamiento militar para un día poner orden en lo que para entonces nos quede de país. Van a abrir democráticas embajadas cubanas en sustitución de las gubernamentales, acceso libre y gratuito a la internet, igual a cómo mismo pasó con el ruido de Radio Martí, y hasta efemérides distintas en el mismo calendario cubano. 


Son los mismos personajes del pasado luchando por su patria, a su modo y añoranza. Llenando las paredes del museo de nuestra segunda o  tercera revolución con cortometrajes de protestas tomados en teléfonos celulares y  proclamando #SOS Cuba y #Patria y Vida. Un salón pálido al final del corredor rojo donde todavía estamos, con fotos de los nuevos héroes en gorras de pelotero, de artistas de la diáspora, de prisioneros de conciencia. Otro salón para el museo de nuestra historia, aunque sigamos fajados y perdiendo el tiempo en revoluciones que desgastan nuestro chance de sobrevivir.


Yo creo que todo lo que uno haga siguiendo sus ideales más nobles debe ser bienvenido y respetado. Igual ¿ qué nos queda por salvar ?. No podemos ser más pobres de lo que somos ahora mismo, ni heredar una economía en peores condiciones. Hay un dicho que dice que el comunismo es un largo camino a un peor capitalismo. Esa fatalidad no deberíamos usarla como excusa para seguir machacando sobre las mismas consignas vacías. 


El momento de cambiar de gobierno debería de haber llegado hace 60 años, así que llevamos algún atraso. La economía nos viene gritando en la cara que aquello no funciona y nosotros seguimos empujando el tren cuesta arriba, a los gritos oportunistas de los que van montados en él, sin saber cuánto nos queda de rail. 


No creo que vaya a cambiar nada si la gente en Cuba sigue creyéndose el conveniente cuento de la buena pipa y mirando las protestas desde la protección de sus ventanas. Lo que sí me queda claro es que aquellos que nos fuimos, podríamos poner presión para que se reconozca la realidad actual de nuestro país, pero el verdadero cambio tiene que venir de adentro. Y como era de esperar, la chispa se encendió con los que tienen menos que nada de lo que tienen los demás. Esos que salieron a la calle, tendrán menos comida y menos de todo que el resto, pero lo que no les falta es valor. Esa es la desesperación que causa la injusticia y que ha sido el impulsor principal de los personajes de nuestra historia nacional.  


Hay una Cuba que tiene hoy una efeméride nueva, una nuevo día de rebeldía nacional. La otra Cuba lo ataca y lo niega. Su presidente sale este día a recorrer un San Isidro vacío, pacífico, con todos sus patriotas encerrados en la cárcel. El gobierno de la isla sigue apostando a los gastados ardid revolucionarios con los que engaño a mis padres, tratando de evitar lo inevitable. Hay algunos cubanos que quieren instaurar de nuevo la constitución del 40 y otros que defienden la comunista del 76, aunque la Unión Soviética halla desaparecido y con ella buena parte de sus diseñadores. ¿ En qué escenario mi pobre país podrá ir a ninguna parte con dos gobiernos ?, uno con poder y el otro con anhelos, con dos constituciones. ¿ Qué tan lejos vamos con dos tribunales ?. Uno de guerra, que juzga en ausencia a los del otro bando, y otro de opresión, condenando a quien le alce la voz a largas e injustas condenas. ¿ A dónde vamos con toda esta locura, con toda esta división ?, en vez de admitir que por este camino solo terminamos más pobres y más dependientes. 


Unos que quieren libertad y democracia y otros que se agarran al poder sin llamar a elecciones libres. Unos que se niegan a reconocer el derecho del pueblo a elegir su destino y otros que son el pueblo mismo, sin respeto ya a las instituciones gubernamentales ni al presidente de turno, gritándole en su cara lo que se merece. ¿ Con qué cara le vamos a contar al futuro que cuando llegó el momento de ser responsables, optamos por fajarnos los unos con los otros sin importarnos las consecuencias, sin pensar como país ?. Esa última sala del museo de nuestra historia no va a ser precisamente de la que estemos más orgullosos como nación.


Ningún partido político es nación o es patria y los comunistas de Cuba definitivamente no lo son, aunque no hallan escatimado recursos para vendérnoslo como tal. Una vez que algún político se siente con el derecho de imponer su ideología o su bandera a una nación, no puede llamársele otra cosa que dictador y abusador del poder. Lo fue Fidel y por lo que he escuchado lo fue Batista. Ambos tenían en mente cualquier otra cosa que la prosperidad de Cuba. Antes del 59 fue violencia política y corrupción, luego del 59 fue violencia política y corrupción, y la prueba más clara para mí es que ni nuestros propios padres lograron vendernos ese rollo de mentiras e inventos sin futuro, aunque por consideración y respeto con ellos, tampoco le hallamos dicho que estaban viviendo una utopía, que cuando fuera nuestro turno ese no iba a ser precisamente nuestro camino de opción. De buenas intenciones esta empedrado el camino al infierno. Ningún mandatario tiene el derecho a equivocarse y ser reelegido sin cuestionamientos.


La historia de mi patria es una revolución de revoluciones, donde unos pocos que se creen más listos se olvidan del país y llenan los discursos con lo que les es más conveniente. Pretenden que el futuro es ese infinito donde siempre hay tiempo para ser perdonados o mejor aún, olvidados. Me niego a aceptar que nuestra única opción sea servir al rey que nos impusieron nuestros padres, como también me parece insensato seguir arruinando el país en batallas que solo nos llevan a la pobreza y la dependencia económica. 


El salón donde vamos a colgar la historia de estos días no va a estar adornado precisamente con hojas de olivo. Este salón azul, el de los valientes que se enfrentan con ideas y necesidades frente a tropas élites, listas para reprimirlos y taparles la boca con sus prisiones, solo le trae más calamidades a una nación sin economía, esperando por el milagro de que por fin le demos utilidad a tantas manos desperdiciadas. 


¿Cuándo llegará el tiempo de aquel otro salón ?, quizás rosado o blanco. Uno en donde estemos trabajando juntos en las fotos. Uno en los que tengamos un parlamento elegido con igualdad, un Presidente interesado en prosperidad, una nación con tolerancia. Será ell salón de aquellos que finalmente tuvieron el chance de acabar con las revoluciones y pensar cómo país, para el beneficio de TODOS.



Diego Cobián

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