El arte de florecer
La guerra : ese último recurso que nos queda cuando no nos podemos explicar ni a nosotros mismos las intenciones.
Ah de ser pura y honda ansiedad saber que viene hacia ti el dolor, la injusticia, el desamparo. Ver como lentamente se te llena el alma de ese humo de hielo que es el miedo, moviéndose sigiloso por entre tus planes, misterioso, vaticinando el vacío, dejándonos sin futuro.
Si nos pudieran matar a cada uno apretando un simple botón no habrían guerras que ganar ni tampoco gentes para pelearlas. La humanidad estaría en las manos del último que no alcanzó a ser suficientemente odiado por el resto. Pero solo hasta que él mismo sucumba en su soledad y termine apretando el botón de su propio destino.
Las guerras son nuestra imposibilidad de dejar que nuestro odio extermine aquello que no queremos, con presionar un botón; limpio, eficientemente, rápidamente, sin muchos remordimientos. Las guerras son largas y sangrientas por su esperanza natural de que por fin aprendamos que son un juego de niños engreídos. Pero los niños engreídos siguen engañándonos y las guerras continuan sin que alcancemos a madurar.
Esa naturaleza de calamidad que tienen las guerras las hunden en lo más profundo de cualquier justificación. Somos una plaga de animales con sueños, empeñada en el arte de subsistir en el universo, a pesar de sus hostilidades y las nuestras.
Las guerras que nos imponemos sin embargo son la prueba más fehaciente de que no merecemos aún el chance de florecer, de sonreír, de amar, porque tenemos los sueños contaminados con odio, rencor, ignorancia y egoísmo. Somos una especie de imaginación voraz y de crueldad indómita.
Otra guerra, otra esperanza rota de florecer.
Diego Cobián
mi odio esta hoy en Ucrania y en todos los que soportan las guerras.
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