un hombre universal.
también a la muerte le debemos la vida.
Tan misteriosa, tan despiadada, dueña de nuestros destinos, siempre al alcance de la mano como una compañera fiel, como la puerta de incendios. Tan segura, tan obstinada, tan inevitable. Lo peor no es que me acompañe como otra madre, vigilando por su chance durante todo el camino. Lo peor es que se lleva en su debido tiempo todo lo que uno quiere, a aquellos a los que uno aprecia. Nos roba su compañía, sus consejos, sus sonrisas y en el caso de un amigo que acaba de morir, se lleva hasta el consuelo.
Habrá que esmerarse para entender cómo la queremos tanto mientras más nos duele, porqué la deseamos más en nuestra desesperación y si acaso la soledad es su amiga inevitable.
Pero siempre está ahí, como la sombra al otro lado de la luz, que te acompaña a donde vas aunque te sientas en la fortuna de tu medio día. No es la misma para todo el mundo, cada cual tiene la suya y a cada cual, lo mismo lo protege de sus fantasías, que lo arranca de su cuerpo para dejárselo tirado sin sentido en esta vida y llevarse de vuelta el talento y la alegría del alma, que son los verdaderos tesoros que venimos a cultivar.
Estaría bien si se llevara lo malo, lo desconocido, lo inservible, lo inhumano, la falta de corazón. Sería mejor bendecida si solo se llevara la mentira, el odio, la intriga, lo execrable. Llegaría a admirarla si se alimentara con razón de la injusticia, del canalla, del que se viste de abusos para sobrevivirla. Pero no. En días como hoy mismo y como todos los días, se lleva sin remedio a hombres como mi amigo, que no clasifican en la amargura de sus deseos sino para despreciarla.
Lo conocí cuando yo tenía apenas 12 o 13 años en una actividad pioneríl en el antiguo palacio presidencial de la avenida del puerto. Aquella chiquilla de ojos de cielo, con la misma osadía para la aventura, como luego descubrí en su padre para la vida, notó en él y en mí afinidades comunes que luego resultaron ser eternas. Ella era su hija y la culpable de que mi corazón de adolescente fuera puntualmente todos los días a la escuela secundaria a las siete de la mañana, porque ella había trastocado mi amor por las matemáticas en pasión por su sonrisa felina. De ir a su casa cada día hice de sus padres mi padres y de Silvio un amigo.
De él aprendí que nunca iba a ser suficientemente bueno con la electrónica porque habían otros a quienes le salía natural, no solo por la habilidad sino también por el intelecto. Silvio nunca estudió todo lo que se debería pero ni le hacía falta. Sabía más de todo que todos los que perdieron el tiempo sentados en la escuela. Sus amigos eran intelectuales, artistas, ingenieros, gente que tenían algo que decir y lo decían sin cobardía. Filósofos, doctores, poetas, escritores, fotógrafos, magos, astrólogos; su casa era un palacio del conocimiento, cada día un festival de lo inusitado. Lo mismo se hablaba de la foto del Che, aquella simbólica de la rabia que yo no concebía hubiera sido tomada por un ser humano; que de la última revista de moda de Nueva York, con sus pasarelas brillantes y sus escotes estirados. Ningún libro estaba prohibido allí, de hecho los libros prohibidos de afuera eran los mas asediados en su casa, como tampoco estaba prohibida ninguna música ni ninguna película. En la sala de su casa vi un día mi primer porno, y unos años después en el baño María Elena me enseñó sus tetas como algo insólito, luego que se las cortaron para que no le fueran un día a colgar hasta el ombligo. No había maldad en nada porque en aquella casa de Colón se vivía a 120 kms por hora cada día. Era la Habana en estupefacientes, eran las aristas de la vida real, sin consignas ni mandatos, que él y su familia se empeñaban en cultivar contra todas las banderas. Allí me trataron siempre como a un hijo, al que había que educar y abrirle los ojos, aunque tampoco me tuvieran demasiadas esperanzas.
De la tecnología, que era el asunto central que nos unía a Silvio y a mi, pasamos una tarde de lluvia a aquella otra parte de mi Cuba que hasta entonces vivía ignorante en el otro lado de mi pecho, donde uno acomodaba la censura revolucionaria y las preguntas sin respuestas del mundo a mi alrededor. Por esa razón, mi amigo fue para mí el primer patriota que conocí en persona. Me enseñó con prudencia de toda la historia que me habían tergiversado de mi propio país, de los héroes que realmente no existieron y de los que nadie se atrevía a hablar. De él escuché por primera vez que la nación no es un partido y que el comunismo no era Cuba, ni tampoco era un sistema inevitable ni el único camino hacia el futuro. En aquella sala hablábamos de todo porque las paredes de su casa se levantaban solamente en donde comenzaba la ignorancia de mi amigo, pecado que jamás le conocí.
Hoy a muerto mi amigo Silvio. Alguien que debió haber sido un padre de muchos cubanos, a quienes muchos se perdieron el chance de escuchar, a quienes otros no apreciaron, sumidos en su ceguera lunática. Alguien con una visión del mundo que la terquedad más abrumadora no podría negarle la razón. Una persona que se esmeraba en el análisis porque no sabía vivir de otra manera. La vida le impuso vivir en su refugio de Colón y el lo aceptó dispuesto, como un reto, con la comprensión que tenía en su sonrisa, porque sabía que la verdad vivía en él y para la verdad no hay tinieblas posibles ni paredes demasiado altas. Emprendedor de su economía privada, maestro de sus artificios, ciudadano del mundo en su radio de onda corta, maestro del arte, de la buena comida, de la magia del transistor. Con un ojo para el diafragma y la exposición que su mujer le envidió toda la vida en secreto. Músico de necesidad, orador por convicción con la palabra, dolía verlo callado al final de su periplo por Miami, la tierra que siempre añoró.
Cuando su cerebro, masacrado de ideas brillantes, cansado de abusos de la imaginación, cocinado por la premura alcohólica de la curiosidad, lo fue abandonando lentamente unos años atrás, fue solo para hacerle entender que el mundo ya estaba hecho a su figura y semejanza en la personalidad de sus dos hijos. Pero se negó a morirse hasta hoy, porque aunque ya no lo entendíamos, todos sabíamos que seguía hilvanando ideas en su propio lenguaje, más allá del genio que lo acompañó siempre en este mundo.
Fuimos amigos y familia por muchos muchos años. A pesar de nuestra diferencia de edad alcancé a comprender hace apenas quince años lo similar que teníamos en el alma, cuando visité Miami. Yo lo enseñé a conducir en nuestro viaje a Tampa, le enseñé a usar el cruise control del carro que él encontró por demás fascinante. Y una de aquellas noches me lo llevé por primera vez a un club de strip que él disfrutó con la soltura de quien conoce de placeres, con la opulencia de un adolescente a quien las circunstancias lo obligaron a vivir escondido, limitado, con su luz radiante frente al prisma de una sociedad monocromática. Era una persona seria cuando había que serlo, pero era un chiquillo curioso con la vista perdida tras una falda, cuando la razón se le volvía un juego.
Ya lo imagino al otro lado de la vida, maravillado de cómo administran el paraíso, de por dónde le entra la luz, preguntando de que está hecha la puerta por dónde llegan los invitados, interrogando a sus héroes de siempre, que por fin tiene el chance de conocer; saciando su curiosidad infinita sin las cadenas torpes que aquí le imponía el tiempo y la censura de la historia. Él es de esos que nunca muere porque está en todas partes, en la definición de cada cosa que uno conoce, en cada idea, en cada análisis, en la tolerancia que le robé mientras abusaba de su paciencia. De él me queda ver la vida a través de sus lentes, tambaleándoseles al final de su nariz española. De él me queda la transigencia para darle espacio a todo, para tratar de entender todas las aristas antes de criticar cualquier cosa, para mostrarle mi sonrisa al mundo en vez de negarle el chance que no se merece. De él aprendí que la verdad es una sola y la libertad un principio. De él aprendí que todo puede ser bienvenido si has cultivado suficientemente bien tu alma, incluso la muerte; que hoy como siempre terminó por ganarle la batalla. Puta bandida que siempre te sales con la tuya, oscura dictadora del vacío.
Me queda de él su alegría, saber que vivió al máximo, que tuve el chance de conocer a un hombre excepcional, que aprendí mucho a su lado y que se va en paz, en la compañía de sus seres queridos y su devoción. No se extraña la tierra en donde uno germinó porque es parte de uno mismo.
A la memoria de un hombre universal. Hoy a muerto Silvio del Valle.
Diego Cobián
Este es tu mejor texto entre todos los que he leido. Autentico, lleno de contradiciones, curiosidad e historia, honra tu amistad con Silvio
ResponderEliminarSin el perfume dulce y confortante de las flores del sakura, sin el sonido relajante y envolvente de la brisa acariciando la fragilidad de sus petalos, sin la vision de ese rosa palido languideciente que vuela y asemeja una nevada delicada, sin ese estar atada a esa flor, a esa ramita, a ese arbol....
ResponderEliminarVa cayendo por la mejilla lo que antes fue parte de una bella flor de un arbol de una vida ahora mientras descansa apacible sobre la tierra sigue siendo parte de...¿ o por su falta de apego a su ayer ya no?.
¿Deja un pétalo ser parte de una flor por estar fuera del pistilo?
¿Deja una mariposa de serlo cuando sus alas gastadas cumplieron su ciclo y no pueden hacerla volar mas?.
¿Deja uno de ser en escencia quien fue y a quienes amo y quienes lo amaron solo por no estar mas ahi?...
No.
Asi que cuando sientes la brisa marina aun estando a kilometros del mar tu alma sabe que es eterna poque esa sal perfumara tu memoria hasta que tus ojos se paguen.
Que dicha haber sentido algo, saborearlo, verlo, oirlo, olerlo y palpado.... sin ello seriamos esteriles entes sobrevivientes sin principio ni final....
Mis sentidas condolencias.
Tuviste el honor de conocerle, eso ya es un credito extra, regocijate por ello ya que muchos no tuvieron ese privilegio; y espero halles consuelo en tus remembranzas.
Un abrazo.